El joven de 27 años de mejillas regordetas caminó con dificultad junto al coche fúnebre de su padre en un día nevado y nublado hace 10 años, mirando hacia abajo y lejos del grupo de cámaras que lo enfocaban.
Con el repentino fallecimiento de su padre, Kim Jong Un, heredero de tercera generación de uno de los últimos bastiones comunistas del mundo, se convertía en el mandamás de Corea del Norte y de sus 25 millones de habitantes.
"El régimen de Kim Jong Un no durará mucho", predijo equivocadamente entonces su medio hermano a un periodista japonés. Aunque es cierto que entonces, en las calles de Pyongyang, la capital norcoreana, surgieron por lo bajo las críticas a su juventud, inexperiencia y turbia ascendencia.
Risas. Los comentarios negativos para con la dinastía Kim están prohibidos por decreto. Lo mismo que las risas y el alcohol en medio del luto tras el fallecimiento de Kim Jong Il, una medida que se repite en este décimo aniversario, en el que su hijo le rindió tributo, con impuesta seriedad. Nada cambió en la última década. Al menos no para mejor, como esperaban unos pocos ingenuos, esperanzados en que el gobierno del joven Kim sobre Corea del Norte (que comenzó el 17 de diciembre de 2011), fuese aperturista y reformista, dada su juventud y educación en Occidente. Washington apostó a esto, y a que en su defecto no supiese aferrarse al poder y esto hiciera tambalear al régimen.
Hoy, cuando se marca una década al mando, las expectativas de cambio han desaparecido. Kim Jong Un ha superado a su padre y abuelo en ambición nuclear, experimentación económica y diplomacia audaz, solidificando su gobierno de manera más rápida y segura de lo que la mayoría dentro y fuera del país podría haber imaginado. En su ejercicio del poder, el heredero no solo ha purgado a cientos que podrían representar una amenaza para su poder, incluidos su tío y el medio hermano, Kim Jong Nam, sino que también aumentó drásticamente las capacidades bélicas y cibernéticas de Norcorea, obligando a los líderes mundiales, incluido el presidente de los Estados Unidos, a reconocerlo como un rival a temer.
Pero la economía del país está destrozada. Las sanciones impuestas después de las pruebas de misiles potenciaron la escasez de alimentos, y el descontento de un pueblo que vive, sin embargo, sometido.
El país está herméticamente cerrado, y la represión se intensificó drásticamente durante la pandemia.
Ensayo. A los 37 años, Kim tiene aproximadamente la edad que tenía su abuelo y fundador de Corea del Norte, Kim Il Sung, cuando comenzó su gobierno de casi medio siglo sobre el país: desde 1948 hasta 1994.
Los voceros del régimen insisten en ese marco que mientras los presidentes y las pandemias van y vienen en otros lugares del mundo, los primeros 10 años de gobierno de Kim Jong Un son el ensayo que preparó el escenario para las próximas décadas.
Los primero años de la década de Kim Jong Un evidenciaron notables avances en lo económico y la carrera nuclear. El gobierno construyó desde pistas de esquí hasta rascacielos, y el comercio con China reactivó el mercado interno. En paralelo probó muchos más misiles que su padre y su abuelo juntos, incluidos misiles balísticos intercontinentales.
"La gente tenía esperanzas en este joven líder, pero nada cambió”, dijo Gu Dae Myeong, funcionaria de ese gobierno temprano, quien finalmente decidió irse en 2016. "Bajo Kim Jong Un, el control solo se intensificó y se volvió cada vez más meticuloso", agregó.
En 2018, Kim se aventuró en el escenario mundial en busca de alivio de las sanciones internacionales para finalmente poner a su país en el camino del desarrollo económico.
Pero cuando esos esfuerzos fracasaron, y su segunda cumbre con el presidente Trump terminó sin un acuerdo, se marcó un punto de inflexión para que Kim reconsiderara su habilidad como estadista.
“Nuestra gente ha confiado en mí, tan alto como el cielo y tan profundo como el mar, pero yo no he podido estar siempre a la altura de manera satisfactoria”, reconoció Kim en un discurso entre lágrimas en un desfile militar el año pasado, abierto a reconocer públicamente los fracasos y la terrible situación económica del país.
Llanto. Las lágrimas no consolaron al pueblo. Pero la despiadada represión contra los norcoreanos que intentan escapar, y los castigos cada vez más brutales contra los que acceden a información sobre el mundo exterior, mantienen a las masas a raya.
El número de refugiados que lograron salir se desplomó a poco más de 1.000 que llegaron a Corea del Sur en 2019, de los más de 2.700 que escapaban en 2011. La pandemia ha sido la justificación para promover el aislamiento. Pero además se imponen duras penas de hasta 15 años en un campo de trabajo por distribuir videos o música de Corea del Sur, y siete personas han sido ejecutadas públicamente por ver o distribuir videos surcoreanos, según un nuevo informe del Grupo de Trabajo de Justicia Transicional con sede en Seúl, que rastrea las ejecuciones en Corea del Norte.
"Parece estar tratando de retomar el control de tres cosas que el gobierno de Corea del Norte perdió durante la hambruna de la década de 1990: la frontera, el movimiento de personas y productos, y la mente de la gente", explicó Lina Yoon, investigadora principal de Observador de derechos humanos. "No puede controlar las mentes, pero puede controlar lo que dicen y cómo lo expresan", agregó.
El grupo, el Grupo de Trabajo de Justicia Transicional, que tiene su sede en Seúl, entrevistó a 683 desertores norcoreanos desde 2015 para ayudar a trazar un mapa de los lugares en el Norte donde personas fueron asesinadas y enterradas en ejecuciones públicas autorizadas por el estado. En su último informe, el grupo dijo que había documentado 23 ejecuciones de este tipo durante el gobierno de Kim. Una táctica que crea la atmósfera de terror que mantiene al régimen en el poder.
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