Hizo coincidir su coronación con una demostración de influencia global: con la mediación de China, los archienemigos del Golfo Pérsico acordaron reiniciar las relaciones diplomáticas. Al mismo tiempo que era ungido presidente por tercera vez, Xi Jinping le mostraba a Estados Unidos y al mundo que la diplomacia china puede asumir un rol protagónico en el Oriente Medio. Ahora, a las postales como la de Menajem Beguin y Anuar el Sadat acordando en Camp David y de Yitzhak Rabin dándose la mano con Yasser Arafat en los jardines de la Casa Blanca, se le suma la histórica postal del canciller Wang Yi auspiciando el apretón de manos entre los dos máximos funcionarios de seguridad de Irán y de Arabia Saudita, Alí Samkhani y Musaad bin Mohamed Al Aiban.
El acercamiento entre la potencia chiita persa y la potencia árabe de los sunitas, le avisa a Washington que Beijing también será protagónico en ese tablero tan complejo.
Con esa demostración de influencia china, Xi Jinping fue coronado por la sesión anual de la Asamblea Popular Nacional como líder con poderes equiparables a los que tuvo Mao Tse-tung. Como señal de ese poder nuevamente concentrado en las manos de un solo hombre, en reemplazo de Li Kequiang, último vestigio de la influencia del moderado Hu Jintao, asumió como primer ministro Li Qiang.
El nuevo premier puede aplicar políticas totalitarias como lo demostró durante la pandemia confinando a Shanghai, y también manejarse con pragmatismo en el sistema financiero, además de mostrar su preferencia por las empresas privadas. Pero sobre todo, es un hombre de Xi Jinping.
No hay retorno al colectivismo del tiempo maoista. El capitalismo es inamovible en China, pero las empresas tendrán al Estado y al PCCh respirándoles en la nuca. Sólo aceptando colaborar con todo lo que el Estado les demande, podrán mantener su capital y sus riquezas los grandes empresarios. Y las misteriosas desapariciones que sufrieron varios archimillonarios que luego aparecieron sin aclarar lo ocurrido, parece una oscura señal en ese sentido.
El nuevo diseño del poder en China marca el final de la era iniciada por Deng Xiaoping y Zhao Ziyang, y se caracterizó por la apertura al mundo y el acercamiento a las potencias de Occidente. Desmantelando los equipos de Jiang Zeming y Hu Jintao, además de poner bajo control total del líder los cuerpos colegiados que repartían el poder, China confirma el retorno a la era de la Confrontación Este-Oeste.
El diagnóstico del mundo actual señala el avance de la “des-globalización”. Los primeros síntomas se vieron con el resurgimiento de nacionalismos que parecían en vías de extinción. Ha ido creciendo la resistencia a diluirse en una masa cultural de escala global.
Después llegaron nuevos síntomas: las sociedades partidas en bandos que se aborrecen, supuraron líderes antisistema que canalizaron incertidumbres y temores de la gente contra la democracia liberal.
La pandemia mostró que, para las superpotencias, es más natural confrontar que cooperar en una lucha global contra amenazas que no tienen fronteras. Y como si semejantes síntomas no fueran contundentes, Rusia inició una guerra para recuperar sus mapas decimonónicos y también soviéticos.
A esa altura, China ya llevaba un par de años rehaciendo el poder del Estado creado por Mao y la gravitación del Partido Comunista sobre todo lo que se mueve y actúa en el gigante asiático. Y en el comienzo de la tercera década, mientras el fantasma de Stalingrado recorre Bajmut, la sombra de China oscurece la isla donde había germinado lentamente una democracia en la segunda mitad del siglo 20.
Todo lo avanzado en materia de despersonalización del poder desde Deng y Zhao en adelante, se perdió en un puñado de años. Del mismo modo que la vía republicana que impulsó la revolución de Sun Yat-sen en 1912 comenzó a desviarse con Chiang Kai-shek y terminó totalmente adulterada por el maoísmo, la institucionalidad que construyó Deng para limitar el poder de un líder y distribuirlo en cuerpos colegiados, empezó a ser desmontada desde que Xi Jinping alcanzó la cumbre del liderazgo.
Lo que se fue perfilando en la sesión anual de la Asamblea Popular Nacional es la reconstrucción del poder total del partido sobre la vida económica y política de China y el control absoluto de Xi Jinping sobre el partido. Una señal más de desglobalización.
El proceso que entró en aceleración con la guerra en Ucrania, cobraría mayor velocidad si China decidiera hacer lo que lleva tiempo pergeñando el presidente: invadir Taiwán para restablecer el control de China sobre la isla a la que el gobierno del Kuomintang separó, de hecho, en 1950, tras perder la guerra civil.
De estallar una guerra en Taiwán, los norteamericanos y sus aliados europeos intentarán hacer con la isla lo que están haciendo con Ucrania: ayudarla a defenderse del invasor asistiéndola con envíos masivos de armamento y municiones.
El mundo caminaría, en ese caso, sobre la cornisa de una confrontación directa entre superpotencias, peligro que también crecería si China se convierte para Rusia en lo que la alianza atlántica es para Ucrania: el principal abastecedor masivo de armas y municiones.
Incluso sin haberse producido la invasión a Taiwán, se multiplican las señales de que el mundo ya está en los umbrales de una nueva Confrontación Este-Oeste, ahora con China en el lugar que tuvo la URSS en la división del mundo que abarcó la mitad del siglo 20.
Que el régimen de Beijing haya hecho cortar los cables submarinos que conectan con internet a Matsu, una de las islas del archipiélago con capital en Taipei, es una pequeña y reveladora metáfora del proceso en marcha. Internet fue una de las claves del avance de la globalización desde finales del siglo pasado. También, por cierto, otro síntoma de que la aldea global está bajo amenaza de un retorno abrupto al mundo de los nacionalismos, los grandes bloques enfrentados y las fronteras calientes.
Lo que expresó con torpeza la legisladora norteamericana de Florida, María Elvira Salazar, cuando advirtió a la Argentina sobre hacer “un pacto con el diablo”, es lo que empieza verse: el mundo dividido como en los tiempos de la Guerra Fría, en el que habrá que elegir en que vereda colocarse.
El crecimiento del espionaje chino, también integra la sintomatología que describe una nueva división del mundo con confrontación Este-Oeste. Del espionaje industrial, científico y tecnológico, el gigante asiático pasó a un método “vintage” que desconcertó al mundo: los globos aerostáticos.
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