Sunday 28 de April, 2024

MUNDO | 26-11-2023 07:10

La honestidad brutal de Joe Biden

Es presidente estadounidense puso en riesgo los acuerdos logrados con China al reiterar que su par Xi Jinping es “un dictador”. Sin medias tintas.

Es como la antesala de una “Guerra del Opio” al revés. A principios del siglo XIX, los holandeses y los británicos introducían en China el opio producido en India, Persia y otros rincones asiáticos. De ese modo, obtenían descomunales ganancias que equilibraban la balanza comercial descompensada por la exportación de té, seda y porcelana,  entre otros productos chinos, al Reino Unido y a Países Bajos.

El efecto del opio no era sólo económico. Esa droga estaba afectando a buena parte de la población china. Por eso había sido prohibida por el emperador Yongzhen en el siglo XVIII y por la misma razón Daouang, el octavo emperador de la dinastía Qing, decidió en 1829  iniciar la llamada Guerra del Opio.

Ahora, es desde China hacia las potencias de Occidente que fluye una droga opioide que está haciendo estragos en las poblaciones donde crece su consumo. Esa es una de las razones por las que, pasar de enemigos a socios de China, es importante para Estados Unidos. 

Washington necesita que el régimen del gigante asiático corte de cuajo lo que hasta ahora ha estado permitiendo mediante su inacción: que grandes empresas chinas envíen precursores de fentanilo a las potencias de Occidente.

Xi Jinping

No es la única razón por la que el gobierno norteamericano quiere recomponer el vínculo que lleva una década deteriorándose. La redefinición geopolítica que se está operando a escala global, amenaza a las potencias de occidente con un súper-bloque anti-occidental.
La división del mundo que impuso en el siglo XX la Guerra Fría dejaba del lado occidental la ventaja económica.

Por la burocratización y el anquilosamiento del sistema colectivista de planificación centralizada, el bloque del Este era económicamente más débil que el capitalismo. Las potencias del Atlántico Norte accedieron a niveles vigorosos de desarrollo, mientras el bloque rival fue languideciendo después del engañoso impulso inicial que había producido el estalinismo.

Hoy, el gigante asiático que bajo el maoísmo tuvo pies de barro y era esencialmente campesino, cuenta con turbinas económicas poderosas que lo propulsan hacia las alturas del desarrollo. Esa inmensa diferencia con la versión anterior de la Confrontación Este-Oeste acrecienta la necesidad norteamericana de separar a China del bloque en el que están Putin y los ayatolas iraníes.

Imperativos geopolíticos imponen a Joe Biden y Anthony Blinken jugar un rol similar al que jugaron Nixon y Kissinger en la década del setenta. Aquel presidente norteamericano y su secretario de Estado se entendieron con Mao Tse-tung y Chou En-lai, conjurando el riesgo de que China y la Unión Soviética conformen un bloque comunista que habría desbalanceado la Guerra Fría.

Blinken

Mao y Chou En-lai profesaban un marxismo cerrado y dogmático, a diferencia de Xi Jinping, que preside una china desideologizada cuya meta es el liderazgo económico y tecnológico mundial. Ese objetivo la llevó a competir tan fuertemente con Estados Unidos, que desembocó en la estrategia de liderar un bloque agresivamente antioccidental.

El encuentro entre Biden y Xi era crucial para la meta que se fijaron tanto Washington, por los frentes de guerra abiertos en Ucrania y en Medio Oriente, al que se suma el peligro de una invasión china a Taiwán, como Pekín, debido a los crecientes problemas que está sufriendo la economía del gigante asiático y su dificultad para recobrar las altas tasas de crecimiento económico que mantuvo durante más de tres décadas consecutivas.

Con una agenda tan crucial como la que abarca temas como el fentanilo, el futuro de Taiwán, la inteligencia artificial, ambos presidentes sabían lo extremadamente cuidadosos que debían ser durante su encuentro cara a cara en California. Pero en la conferencia de prensa posterior, Biden le respondió a un periodista lo que no era oportuno responder.
Era más simple eludir la pregunta. Explicar, por ejemplo, que ese no era el momento ni el lugar para decir algo que podría perturbar el buen resultado que había tenido la cumbre. 

Sencillamente, no debió decirlo. Calificar de “dictador” a Xi Jinping en ese momento, implicó atentar contra el objetivo estratégico de Estados Unidos en esta instancia tan compleja del mundo: crear un vínculo estable con China para evitar que la superpotencia asiática confirme su presencia en el bloque antioccidental en el que están Rusia, la República Islámica de Irán, Corea del Norte y otros estados con regímenes autoritarios.

Xi Jinping

La cara que hizo Blinken habla por sí sola. Cuando Biden reiteró la consideración de que el líder chino es un dictador, su gesto fue explícito lamentando la respuesta. Por cierto, a renglón seguido, todo lo que se había avanzado en materia de entendimiento pareció sacudirse, aunque, finalmente, las aguas se aquietaron y lo avanzado en la reunión no naufragó.

El liderazgo chino optó por no convertir un traspié en un estropicio irremediable. No valía la pena. Lo que no pudo evitar Blinken es que la respuesta de Biden a una pregunta malintencionada volviera a poner en duda las capacidades del presidente para cumplir sus funciones.Normalmente, desde usinas trumpistas se bombardea a las redes sociales con supuestos gafes y aparentes lagunas mentales que parecen poner en pausa la lucidez del presidente. Entonces aparece la duda de que la edad le esté haciendo flaquear en el jefe de la Casa Blanca algunas facultades indispensables para conducir la mayor superpotencia mundial.

Había dos grandes razones para que Biden se guardara su consideración sobre el régimen chino y sobre su líder máximo. La primera: lograr que China paralice la producción y exportación clandestina de fentanilo, que está diezmando población norteamericana con la anulación abrupta de facultades mentales que produce esa droga sintética. Joe Biden no es un amateur sino un viejo lobo de la política norteamericana.

Un estadista que ha mostrado su experiencia y capacidad en muchos frentes, particularmente liderando la ayuda occidental a Ucrania para que pueda luchar contra la invasión rusa. Por eso llama la atención que, cuando más tenía que cuidar el logro en materia de un acercamiento tan difícil como indispensable, el mandatario demócrata haya dicho la palabra que no tenía que decir en referencia a Xi Jinping: “dictador”.

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Claudio Fantini

Claudio Fantini

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