La victoria de Zohran Mamdani en la interna demócrata para la alcaldía de Nueva York no es solo un hito electoral local. Es un síntoma profundo de la dirección que está tomando la izquierda occidental y, en particular, la estadounidense: un corrimiento creciente hacia posiciones de extrema izquierda, donde el socialismo democrático se amalgama con un discurso antisionista explícito.
Mamdani, un joven asambleísta musulmán de Queens de apenas 33 años, derrotó nada menos que a Andrew Cuomo, el exgobernador y símbolo del establishment demócrata neoyorquino. Su campaña se presentó como inclusiva y anclada en promesas económicas: congelar alquileres, transporte público gratuito, cuidado infantil sin costo. Sin embargo, detrás de esa agenda de bienestar se vislumbra un fenómeno político y cultural más profundo: la adhesión de amplios sectores progresistas a posturas que, bajo el ropaje del antisionismo, en los hechos derivan en posiciones antijudías.
Votantes
La elección de Mamdani expuso un cambio generacional y cultural. Ganó no solo en bastiones progresistas como Park Slope en Brooklyn, sino también en Harlem, Staten Island y zonas de Queens y el Bronx tradicionalmente ajenas a la izquierda radical. Su ascenso se cimentó en un discurso claro, sin matices, que atrajo a votantes cansados del pragmatismo centrista, pero también en una narrativa antiisraelí cada vez más normalizada en la izquierda norteamericana.

Paradójicamente, este giro ocurre en una de las ciudades con mayor población judía del mundo. Nietos de sobrevivientes de la Shoá reniegan hoy de las políticas israelíes, abrazando desde el “exilio” un antisionismo que en muchos casos termina legitimando discursos de odio contra Israel como Estado y, por extensión, contra los judíos como pueblo. El pacto electoral de Mamdani con Brad Lander, contralor de la ciudad, judío y figura de la base liberal demócrata, muestra la complejidad de esta transformación: un progresismo judío que, en nombre de los derechos humanos, legitima aliados que promueven la deslegitimación de Israel.
“Creo que Estados Unidos, y Nueva York concretamente, deben dejar de subsidiar un genocidio. Es difícil explicar a mis votantes en Queensbridge por qué viven en condiciones subestándar mientras el gobierno se niega a financiar vivienda pública pero encuentra miles de millones para bombas que matan decenas de miles de palestinos”, marcó Mamdani en entrevista con Politico.
Cuando le preguntaron si reconoce a Israel como Estado y su derecho a existir, respondió: “Sí. Reconozco a Israel. Lo que pido es el fin de la política de excepcionalismo.” Sin embargo, su narrativa elude cualquier mención al derecho israelí a la defensa frente a amenazas existenciales y normaliza la idea de un Estado cuya legitimidad está sujeta a condiciones impuestas por la comunidad internacional.

Finalmente, justificó su aparición en el streaming de Hasan Piker, acusado de antisemitismo, diciendo: “Estoy dispuesto a hablar con todos. Es hora de que los demócratas salgamos de nuestras burbujas mientras la extrema derecha fascista amenaza las vidas de nuestros vecinos.”
Problemas
La victoria de Mamdani plantea un problema aún más estructural para Nueva York y para el Partido Demócrata. Su ascenso no solo marca un corrimiento ideológico, sino también un riesgo de gobernabilidad. Como advirtió un editorial reciente, Nueva York no puede dar por sentada su grandeza. El socialismo radical de Mamdani promete políticas que suenan atractivas en la superficie –supermercados públicos, renta congelada para un millón de viviendas, buses gratuitos, salario mínimo de 30 dólares la hora– pero sus costos pueden conducir a la ruina.

Ya en los años 70, la ciudad vivió una humillación fiscal cuando las promesas de servicios públicos generosos chocaron contra la fuga masiva de capitales y el colapso de la base tributaria. Mamdani propone repetir ese ciclo: un impuesto anual del 2% sobre el 1% más rico, elevar el impuesto corporativo estatal de 7,25% a 11,5%, desfinanciar el transporte público y desalentar la inversión inmobiliaria, justo cuando Nueva York necesita sostener su rol como capital financiera y cultural global.
Además, su hostilidad abierta al capitalismo –al que califica directamente como “robo”– y su propuesta inicial de desmantelar la policía, aunque luego la moderó, anticipan un futuro de creciente inseguridad jurídica y física. La historia reciente muestra ejemplos de grandes metrópolis que se creyeron invulnerables hasta que la mala gestión las hundió, como la decadencia acelerada de Hong Kong.

Reperfilamiento
En un escenario global donde la polarización domina el debate, la izquierda estadounidense se distancia cada vez más de las posiciones pro-israelíes que históricamente caracterizaron al Partido Demócrata. La victoria de Mamdani no es un hecho aislado: se inscribe en la ola que llevó a Rashida Tlaib y Ilhan Omar al Congreso y que sostiene a Bernie Sanders como referente moral de esta izquierda radical.
Para Nueva York, esta elección redefine el futuro inmediato de la ciudad más importante del país. Para Estados Unidos, plantea un desafío existencial a su vínculo con Israel. Para el mundo, es un indicador de que el progresismo occidental se encamina, sin pudor, hacia una nueva versión de su ideología: una que combina justicia social con un rechazo explícito al Estado judío.
En su discurso de victoria, Mamdani levantó la mano de Lander y habló de “la política del futuro”. La pregunta es qué futuro construirá un progresismo que, en su lucha contra las injusticias, termina abrazando a quienes niegan el derecho de Israel a existir.















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