Thursday 28 de March, 2024

MUNDO | 19-09-2022 09:06

¿Podrá Carlos III llenar el vacío que deja Isabel II?

El discreto encanto de la difunta reina ya no está para garantizar el aprecio a la corona.

Con excepciones como el de Jorge VI, los reinados nacen en el funeral de otros reinados. El de Carlos III nació en el funeral de su madre, quien dejó la vara muy alta. Por eso el trayecto monárquico comienza a la sombra de una duda. ¿Estará el nuevo rey a la altura del legado de Isabel II? ¿Podrá hacer lo que debe hacer el monarca de una democracia? ¿Ha dejado de tener los insoportables y aristocráticos caprichos de los que se quejaban sus sirvientes?

La respuesta es la duda. De hecho, no son pocos los británicos que esperaban, sin demasiada expectativa, que Carlos diera un paso al costado para que la sucesión pase directamente a quienes despiertan más confianza que él y su esposa Camila Parker Bowles como rey y como reina consorte: el príncipe Guillermo y la espléndida Kate Middleton.

El funeral de Isabel II y el inicio del reinado de Carlos III.

Las monarquías parlamentarias europeas han tenido reyes que, en general, supieron hacer lo que Isabel II hizo con excelencia ¿Qué cosa? Nada. Y la reina fallecida lo hizo muy bien. Hacer nada en los términos que implica una monarquía parlamentaria, no es fácil. En las democracias, los reyes no deben gobernar sino solamente (y nada menos que) representar un Estado y simbolizar una nación. Para cumplir sobriamente ese rol, no deben hacer nada que pueda interferir o perturbar la acción gubernamental y la vida institucional.

Royals

Representar un Estado impone a la persona dejar de representarse a sí misma. Es lo que tan duramente quiso explicarle Churchill a la princesa Margarita cuando, según versiones que retumbaron en el Palacio de Windsor, ella se defendió del reto que recibía por haber ignorado el discurso que le habían escrito los responsables de ceremonial y protocolo para que lea en una recepción de embajadores. “Sólo quise ser yo misma”, dicen que murmuró la hermana de Isabel II, a lo que el primer ministro tory replicó con una implacable pregunta: “¿y quién le dijo que su función es ser usted misma?”.

El funeral de Isabel II y el inicio del reinado de Carlos III.

En esos términos, hacer nada no es fácil. Hacerlo bien requiere a los monarcas ser discretos, austeros y predecibles, o al menos aparentar serlo, además de poseer una imagen personal que irradie la decencia y calidad humana que despierten en la sociedad el deseo de sentirse reflejada en esos rasgos.

Reinar implicó imperar, o sea gobernar a los súbditos, en el 99,9 por ciento de la historia de las monarquías, que hasta la Revolución Gloriosa que derribó a Jacobo II en el siglo XVII y las revoluciones atlánticas de los siglos XVIII y XIX, fueron el cien por ciento de la historia de los gobiernos.

El surgimiento del parlamentarismo inglés que germinó junto al empirismo de Locke, Bacon, Berkeley y Hume, al que se sumaron las revoluciones incubadas junto al racionalismo del Siglo de las Luces en Francia y en las Américas, trasladaron el poder a gobiernos plebeyos.Promediando el siglo XX, las realezas del Viejo Continente se limitaban a las funciones protocolares de jefaturas de Estado.

El funeral de Isabel II y el inicio del reinado de Carlos III.

Representar al Estado como símbolo de la nación es la función de los monarcas europeos. Pero los tiempos imponen desafíos diferentes, incluso en ese rol simbólico. A Jorge VI le tocó afrontar la Segunda Guerra Mundial en un trono que no deseaba y debió ocupar cuando su hermano, Eduardo VIII, lo abandonó para casarse con Wallis Simpson, la plebeya norteamericana que se había divorciado dos veces.

Revoluciones

A su lugar en la historia, el rey Jorge lo ganó con una proeza: luchar contra una tartamudez que debía vencer para poder dar los discursos que su nación necesitaba escuchar bajo las bombas de Hitler. Mientras que al respeto total de la nación británica lo conquistó al rechazar la oferta de evacuación con su familia a algún país seguro, eligiendo permanecer en las islas y afrontar el peligro que afrontaba el resto de los habitantes del Reino Unido. A eso sumó el impulso que le dio a la creación del sistema público de salud ni bien acabó la guerra con la victoria aliada.

El funeral de Isabel II y el inicio del reinado de Carlos III.

A su hija Elizabeth Alexandra Mary le tocó afrontar, desde muy jovencita, un desafío que no precisaba heroísmo pero si una templanza especial: ser el símbolo inmutable de una nación de naciones; eso que debe permanecer inalterable en un tiempo de transformaciones profundas y cambios vertiginosos.

El de Isabel II fue un tiempo de revoluciones culturales, y los ingleses, galeses y escoses necesitan que algo siga siendo igual en medio de todo lo que cambia: la identidad como Estado de naciones, simbolizada por la persona que ocupa el trono.

La Guerra Fría modificaba el tablero europeo, el espionaje creaba corrientes literarias y personajes cinematográficos como el agente 007, mientras la carrera armamentista ensombrecía el futuro. Paralelamente se daba una auténtica revolución cultural.

El funeral de Isabel II y el inicio del reinado de Carlos III.

Gran Bretaña fue el epicentro de esa ola que barría tradiciones y costumbres. Los Beatles y demás exponentes de la cultura psicodélica que gestó el rock, la música beat y el arte pop, cambiaban la idea de libertad y la estética, desatando un huracán de creatividad desprejuiciada que arrasó la moral victoriana al proclamar el amor libre.

No sólo los jóvenes del Mayo Francés quisieron llevar “la imaginación al poder”. También los jóvenes británicos cuestionaron el sistema. En ese escenario no fue fácil mantener en pie y con aceptación en la sociedad a una institución anacrónica, desprovista de lógica y esencialmente des-igualitaria. Paralelamente, la evolución tecnológica y científica ingresaba en una espiral de aceleración vertiginosa, rediseñando las sociedades y modificando la concepción del mundo.

Rupturas

A las décadas de efervescencia revolucionaria se sumó, en el crepúsculo de la vida de Isabel II, otro sismo de gran magnitud que impactó en la vida política, social y económica de Reino Unido, el Brexit, además de una las mayores revoluciones comunicacionales de la historia: la irrupción de las redes sociales, comunicación horizontal que libró a las masas de la gravitación monopólica de los poderes imperantes, al tiempo que produjo aldeas ensimismadas que dividieron a los ciudadanos con “cortinas de hierro” culturales, ideológicas y generacionales.

El funeral de Isabel II y el inicio del reinado de Carlos III.

En sociedades que, como la británica, tienen un fuerte apego a las tradiciones y costumbres, la utilidad de la corona es representar lo que se mantiene inalterable en el tiempo conservando una idea permanente de nación. No resultaba fácil representar lo que permanece inmutable, en una era de revoluciones culturales, científicas y tecnológicas demoliendo creencias, costumbres y tradiciones.

La hija de Jorge VI y tataranieta de Victoria, fue una buena reina porque cumplió con el rol que le exigió su momento en la historia. Con ella en el trono, en un mundo donde todo cambia y todo se disuelve en la “modernidad líquida” que describió Zygmunt Bauman, los británicos miraban hacia Buckingham y encontraban lo que continúa, refugiándose en la calma de lo quieto en medio de la tempestad del movimiento en constante aceleración. Por eso desde que se anunció la muerte de la reina una pregunta inquietante recorre las islas británicas: ¿estará el nuevo rey a la altura de su madre?

La duda surge no solo de su tiempo de caprichos e inseguridades, sino sobre todo de su rol protagónico en el episodio que más ensombreció la imagen de la reina. El fracaso de su matrimonio visibilizó la tristeza de una mujer que se convirtió en protagonista de una suerte de telenovela que los británicos consumieron embelesados.
Reinados. Diana Spencer fue la princesa triste que deambulaba solitaria en los palacios, maltratada por el desamor de su marido y por la indiferencia de una suegra fría y distante.

El funeral de Isabel II y el inicio del reinado de Carlos III.

La muerte de Lady Di causó una tempestad de lágrimas que puso al borde del naufragio la imagen de la reina que había desatendido a la princesa triste y, tras el traumático divorcio, le había quitado el título nobiliario que le correspondía como madre de un príncipe heredero. Curiosamente, la rescató de esa deriva el personaje menos pensado. Un joven laborista escocés que había llegado al cargo de primer ministro supo darle los consejos que no encontró en ningún familiar,  para que pueda mostrar rasgos de calidez en la personalidad que la tristeza de Diana y su trágico final en París exhibieron como un témpano vacío de afecto y compasión.

Anthony Blair fue el primer ministro centroizquierdista que le dio el asesoramiento que no podía encontrar en su propia familia. Y salvada del naufragio, la reina se abocó a la reconstrucción de su imagen pública.Pudo hacerlo, evitando de ese modo el derrumbe de la imagen que sufrieron otros monarcas. Y fue muy poco lo que el entonces príncipe de Gales aportó a ese salvataje de la apariencia idílica que debía tener la postal de la familia real. ¿Podrá siendo rey sostener un prestigio al que aportó poco siendo el primero en la línea de sucesión del trono?

El funeral de Isabel II y el inicio del reinado de Carlos III.

Juan Carlos de Borbón había realizado un aporte crucial para la democratización España y la legitimación de la corona nacida de una dictadura. Pero cuando lo que tocaba hacer era no perturbar la democracia establecida, empezó a fallar de manera indecente y torpe. Acumuló escándalos, frivolidades y actitudes reprochables, hasta que una foto ostentando la cacería de un elefante terminó de destruir su prestigio y abrió en la corona española heridas que supuraron turbios negociados.

A su hijo Felipe VI, coronado en el funeral de la buena imagen que había tenido el rey empujado a ser emérito por los estropicios propios, le toca restaurar la aceptación de una institución anacrónica y de dudosa utilidad.
De Charles Philip Arthur George, el flamante Carlos III, no se esperan derivas tan patéticas como las de Juan Carlos I.

Mucho menos extravagancias ridículas y despreciables como las del monarca tailandés Maha Vajiralongkorn, Rama X, quien destrozó en tiempo récord el legado de su padre, el respetadísimo rey Bhumibol Adulyadej. Pero tampoco se espera que el nuevo rey tenga las virtudes de su abuelo ni las de su madre. A lo sumo, de lo único que se puede tener seguridad es que el reinado de Carlos III será más breve que el de Isabel II.

El funeral de Isabel II y el inicio del reinado de Carlos III.
 

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Claudio Fantini

Claudio Fantini

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