La renuncia del canciller Ernesto Araujo, el ruido de los cacerolazos y la palabra “psicópata” retumbaron en Brasil. También el veredicto de los jueces supremos sobre la parcialidad de Sergio Moro contra Lula y la voz de Fernando Henrique Cardoso diciendo que, en la disyuntiva, votaría al líder del PT para que Bolsonaro deje el poder.
Son señales preocupantes para el presidente. Viendo la necesidad de correr el gobierno al centro y camuflarlo de moderado, partidos de la coalición gubernamental presionaron desde el Congreso para que renuncie el jefe de Itamarty, un ultraconservador que difunde teorías conspirativas y comete estropicios en política exterior, como alinearse con Donald Trump apoyando su delirante denuncia de “fraude”, además de apoyar los sabotajes de Bolsonaro al distanciamiento social y boicotear el acceso a vacunas, atacando simultáneamente a Estados Unidos y China.
Conscientes de que están naufragando en la pandemia, sectores del oficialismo reclamaron la caída del ministrp para expiar todas las culpas. Pero será difícil convencer al “centrao” que Bolsonaro es moderado y el extremista era Araujo. De todos los ecos que encendieron las alarmas en la derecha gobernante, el más revelador es el del término que usó Joao Doria para describir al presidente: “psicópata”.
Brasil vive “un momento trágico de la historia” en el que “millones de personas están pagando el alto precio” de tener “un liderazgo psicópata”, dijo el gobernador de San Pablo. Conservador en lo político y cercano a la ortodoxia económica de Milton Friedman, George Stigler y Arnold Harberger, el líder paulista culpó a Bolsonaro por el colapso del sistema sanitario y el desborde de la pandemia. Y para describirlo, aludió al desequilibrio psíquico que muchos utilizan para calificar al presidente.
Primero, lo llamaron psicópata voces de los sectores a los que el ex capitán denostaba, como los homosexuales, los indígenas y la izquierda. Después, la palabra empezó a escucharse en el centro del arco político. Y ahora aparece en la derecha, a través del millonario empresario que gobierna el Estado más importante de Brasil.
Por presión de los asustados del gobierno, Bolsonaro dejó de sabotear el distanciamiento social, de hacer afirmaciones delirantes y de insultar a quienes lo critican, pero podría ser demasiado tarde. Recién a esta altura del desastre sanitario empezó a usar barbijo y a anunciar iniciativas apuntadas a disminuir las muertes por Covid. También dejó de promover la cloroquina y sembrar miedo contra las vacunas.
Es difícil creer que de repente se volvió lúcido y equilibrado. La caída de Araujo revela que militares y partidos oficialistas lograron hacerle ver que su actitud en la pandemia amenaza sus chances de reelección.
Curiosamente, quizá esas chances dependan de Lula da Silva. Sucede que, si el líder del PT mantiene el discurso radicalizado que esgrime desde que el juez Moro se propuso encarcelarlo, la polarización podría resultar funcional a Bolsonaro, en tanto no aparezca una figura centrista y se descubra que la mayoría de los brasileños están hartos del odio cruzado entre los extremos.
Como es probable que Lula vuelva al centroizquierda para complicar la reelección de un presidente que llegó demasiado lejos en su deriva por la derecha extrema, el oficialismo lo obliga a moderarse.
No es común que llamen psicópata a un presidente. A esta altura, con tanta gente recurriendo al mismo trastorno mental para calificar a Bolsonaro, corresponde preguntarse por qué. ¿Se perciben en el presidente brasileño síntomas de semejante desequilibrio?
Algunos rasgos parecen insinuarse. La psiquiatría decimonónica empezó a describir señales como la falta absoluta de empatía y la consideración de la cosificación del otro. También el deseo de infligir daño a otras personas, sin experimentar remordimiento. Hay dos rasgos sumados por el canadiense Robert Hare, que parecen perceptibles en Bolsonaro: descontrol en la conducta y comportamientos irresponsables.
No todos los psicópatas son como Hannibal Lecter, el psiquiatra caníbal que creó Thomas Harris y llevó al cine Ridley Scott, y como Dexter, el asesino de la novela de Jeff Lindsay. Pero la ausencia de empatía y la incapacidad de sentir culpa por infligir sufrimiento, son rasgos del trastorno. Y esas señales se insinúan en el presidente brasileño.
Curiosamente, dos rasgos de la psicopatía que no evidenció jamás son los que describió en su libro “La máscara de la cordura” el psiquiatra norteamericano Harvey Cleckley: apariencia de normalidad, personalidad agradable y notable inteligencia. No parece el caso de quien siempre ostentó sus desprecios a homosexuales, negros, indígenas e izquierdistas. Ostentó crueldad, por ejemplo, cuando le gritó a una diputada izquierdista “usted no merece ser violada porque es feísima”.
La lista de barbaridades en las que, de manera cruel, evidenció racismo, homofobia, misoginia y antisemitismo, parece explicar la brutal indolencia que ha tenido con las personas que mueren y con las que padecen internaciones que equivalen a suplicios.
No es el único gobernante negacionista con la pandemia. También el nicaragüense Daniel Ortega, el bielorruso Lukashenko y el recientemente fallecido presidente de Tanzania John Magufuli, un caso extraño por tratarse de un científico (era matemático y químico) que afirmaba que el virus es una creación del demonio pero los tanzanos “sobrevivirán porque creen fe en Cristo”. Pero en materia de sabotaje y obstrucción, Bolsonaro superó a todos los gobernantes irresponsables. También al otro negacionista cuya irresponsabilidad agravó el desastre en el país que presidió: Donald Trump.
Bolsonaro paralizó el Ministerio de Salud, expulsando los médicos que lo encabezaron, para colocar en el cargo a un militar que también terminó renunciando porque el Planalto lo dejaba sólo y sin recursos frente al caos sanitario.
El gobierno federal ha sido una obstrucción en lugar de ser un centro de coordinación y abastecimiento de las políticas sanitarias estaduales. El mundo observa alarmado las estadísticas de Brasil y los países vecinos empiezan a verlo como un peligro. También a descubrir que tener un presidente al que es posible llamar “psicópata”, no es un problema exclusivo de los brasileños, sino de toda Sudamérica.
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