Cuando las sociedades no reaccionan ante las primeras señales del populismo autoritario en un líder, la realidad empieza a ser reemplazada por “el relato”; esa descripción de pasado y presente que no coincide con la realidad real y evidente.
Lo que viene a renglón seguido son acciones arbitrarias y visiblemente tóxicas, que no encuentran resistencia en la sociedad anestesiada. Eso es “el relato”; una opiáceo político que adultera los hechos.
La invención de la realidad es un rasgo distintivo de las culturas autoritarias, de izquierda y derecha. Argentina no reaccionó cuando Néstor Kirchner cometió un verdadero sacrilegio contra la cultura democrática: censurar el prólogo del Nunca Más escrito por Ernesto Sábato, uno de los más grandes escritores argentinos y miembro clave de la Conadep, reemplazándolo por un prólogo alineado con el “relato” K.
La sociedad que entonces no puso el grito en el cielo, es la que terminó partida por la grieta que supuró odio político y cultura autoritaria. La ciénaga en la que aún hoy sigue empantanada, ahora en un lodo de otro color ideológico, pero aún más oscuro y viscoso.
La sociedad venezolana no reaccionó ante descripciones absurdas de la historia que hacía Chávez, por caso en el 2010, exhumando el cadáver de Bolívar para una autopsia transmitida en vivo y relatada por el propio líder caribeño, que supuestamente probaba su teoría de que al Libertador lo había asesinado “la oligarquía bogoteña” encabezada por Francisco de Paula Santander, a la que consideraba el origen de la oposición que lo enfrentaba a él en ese preciso momento.
La sociedad tampoco reaccionó con el caudal necesario de estupor cuando su heredero, Nicolás Maduro, contaba sus conversaciones con Chávez convertido en “pajarito”. Cuando reaccionó, el chavismo madurista ya era una dictadura criminal y fraudulenta.
Esa falta de reacción ante el absurdo y la falsificación de la historia, posibilita a los líderes del populismo autoritario avanzar varios casilleros, hasta llegar al de las inmensas paradojas y flagrantes contradicciones.
En ese casillero suelen encontrarse líderes y autócratas que se auto-perciben polos opuestos. Trump cuestionó el grosero fraude de Maduro destruyendo el escrutinio de la elección del 28 de julio. Pero cuatro años antes, el magnate neoyorquino había recurrido a un violento putsch golpista contra el Congreso para destruir la elección que, igual que Maduro cuatro años más tarde, había perdido en las urnas.
Su revancha contra Biden lo alentó a avanzar varios casilleros en el tablero de las contradicciones e incoherencias, hasta encontrarse con Fidel Castro. Lo hizo al anunciar la deportación de millones de inmigrantes a los que acusó de cometer robos, asesinatos y violaciones, siendo el único presidente convicto de la historia norteamericana. Y lanzaba esa acusación en masa contra gente pobre que intenta ingresar a como sea en busca de trabajo, el día antes de indultar masivamente a 1500 activistas violentos que asaltaron el Capitolio con intensión golpista, causando nueve muertes y destrozos en el histórico edificio que simboliza la democracia estadounidense.
En febrero de 1959, ni bien derrocó a Fulgencio Batista, el líder cubano dio la primera señal de que a la dictadura caída la sucedería otra dictadura: la anulación del juicio que absolvió a los pilotos acusados de bombardear aldeas campesinas en la Sierra Maestra.
Los pilotos alegaron haber desobedecido la orden de sus jefes, lanzando las bombas de sus aviones en el mar para luego regresar a la base y simular una misión cumplida. Al no obtener pruebas que demostraran lo contrario, el tribunal los absolvió. Pero Fidel Castro repudió el veredicto, ordenó un nuevo juicio y los hizo condenar sin pruebas. Lo mismo hizo Trump, aunque por la reversa y sin violar la ley porque los presidentes tienen derecho a indultar.
En el acto de asunción todos aplaudían al deportador masivo de pobres que también es un indultador en masa de los violentos golpistas que actuaron bajo su influjo. Una paradoja que le tuerce el brazo al sentido común.
En la solemne ceremonia, sólo la mirada melancólica de Barron Trump contrastaba con la euforia reinante. El gesto apagado del hijo menor del presidente aportaba la calma que le faltaba al discurso de su padre y chocaba con la exaltación caricaturesca de Elon Musk.
Ese ensimismamiento tristón parecía expresar una desolada comprensión de lo que estaba viviendo. Quizás, probablemente, la razón era otra, lo seguro es que el discurso de Trump estaba plagado de sombras y paradojas.
Por el contrario, su discurso en el Foro Económico de Davos fue lógico y claro. “Mi mensaje para todas las empresas del mundo es simple: vengan a fabricar sus productos en los Estados Unidos…si no lo hacen, y están en su derecho, paguen nuestros aranceles”.
Apuntó al centro de lo que propone al empresariado global y explicó por qué, en su opinión, la idea es beneficiosa. Para eso es el Foro de Davos. Allí, los protagonistas del mundo empresario y los estadistas hablan de economía. En cambio el presidente argentino volvió a desperdiciar la oportunidad por apostar al éxito político de su stand up de exacerbado ultra-conservadurismo.
Se equivocó. En ese escenario sus agresivas exhibiciones de desprecio a varias minorías no son bienvenidas. Milei atacó a homosexuales, feministas, ecologistas, los que alertan contra el cambio climático, los “woke” y todo lo que no encaje en el conservadurismo recalcitrante que profesa con ostentoso fanatismo.
Milei descargó su desprecio a la cultura democrática occidental forjada en el siglo 20. Hubo gestos de perplejidad y estupor en la escasa audiencia. Algunos parecían no creer que un presidente que se auto-percibe liberal equipare la homosexualidad con la pedofilia.
En el foro en el que Trump fue certero y pragmático, Milei incurrió en las derivas reaccionarias de perfil inquisidor que tiene el relato ultraconservador, llegando al mismo casillero de invención de la realidad que en Argentina antes ocupó el kirchnerismo.
No hay que descartar que las sociedades empiecen a despertar a tiempo y esas incursiones en la dimensión del absurdo, cargadas de proclamas espantosas, dejen de resultar gratuitas a los líderes forjados en culturas políticas autoritarias.
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