Los dos libros más famosos de Ray Bradbury son “Crónicas marcianas” y “Fahrenjeit 451”. Uno, además, es su mejor libro: los cuentos sobre Marte que reflejan en buena medida las tristezas y atmósferas de los suburbios de la Tierra, como apuntó Borges en un famoso prólogo. El otro, es la novela que cuenta cómo los bomberos, en el futuro, se dedicarán a incendiar libros y bibliotecas en vez de apagar incendios. Bradbury era mejor cuentista que novelista, pero el filo polémico y casi de manifiesto que tiene “Fahrenheit 451” le aseguró la fama siempre reiniciable de la polémica a su despareja historia de un bombero, una esposa tonta y una joven hermosa y romántica. Y se la asegura al menos mientras haya censuras y censurados, opresiones y libertades, cabezas abiertas y cráneos cerrados.
Las casualidades del mundo editorial han hecho que los dos hayan aparecido en pocos meses en ediciones argentinas. En este caso una nueva y muy ajustada traducción de Marcial Souto, la calidad física del volumen y en particular los dibujos entre carnavalescos y macabros de Ralph Steadman convierten el volumen en un auténtico objeto de arte.
La relectura permite además recibir de primera mano la potencia de ideas (más que narrativa), que Bradbury les aplicó a algunas páginas radicales sobre la cultura y la sociedad estadounidense. Su pasión y convicción les dan un brillo particular a sus afirmaciones sobre la presión aplastante con que esa sociedad presionaba sobre la cultura, los intelectuales o las ideas originales en los años 50 (el libro es de 1953). Por las vueltas de la historia, las ardientes palabras contra el afán mediocrizador de las clases medias suburbanas son aplicables hoy casi sin cambios a la actual corrección política.
La cabalgata entre ensayística y panfletaria de ideas se intercala con escenas de la relación con la neurótica y casi suicida esposa Mildred. O tiene la pureza de la adolescencia en los contactos con la joven Clarisse, que entra a la novela transportada por una alfombra rodante de hojas de otoño.
La fuerza de su mensaje encarnó en otros medios. Hubo algunas adaptaciones teatrales. Y una película tibia de François Truffaut (con Julia Christie). O una excelente adaptación en historieta de Tim Hamilton, que le cortaba la hojarasca, y aumentaba el dramatismo.
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