La elección de la palabra del año por los filólogos del Oxford British Dictionary es un clásico. Es una broma semántica que nos ayuda a comprender el mundo. En diciembre del año pasado, el término anunciado fue brain rot, que puede traducirse como "podredumbre cerebral". Así, en el primer sentido: "Presunto deterioro del estado mental o intelectual de una persona, especialmente como resultado del consumo excesivo de material (en particular, contenido en línea) considerado trivial o poco estimulante".
Durante los primeros meses de 2025 ha habido una oleada de videos, imágenes y memes que surgen de la nada y se convierten en un fenómeno. Incluyen desde ridiculeces expresas hasta ofensas a colectivos de personas enteras, pero pasan de largo. Como si todo estuviera permitido y, sobre todo, bien. Sin daño alguno. Nada de eso parece ser algo tan dañino como las noticias falsas creadas, en especial, por razones ideológicas.
Sin embargo, hay una novedad evidente, más allá del fenómeno incansable de cada día, cada minuto: investigaciones recientes demuestran que la estupidez está empezando a causar verdaderos problemas mentales en quienes no apartan la vista de la pantalla.

Un estudio publicado en la revista The Journal of the American Medical Association (JAMA, de los Estados Unidos) identificó tendencias suicidas entre jóvenes de 9 a 14 años que reportaron adicción electrónica y una enorme dificultad para dejar los dispositivos portátiles. Los adolescentes, en particular, eran entre dos y tres veces más propensos a albergar pensamientos suicidas o autolesiones, en comparación con quienes, demostrablemente, logran estar desconectados. Se entrevistó a más de 4.000 chicos y adolescentes del país de América del Norte.
“Este es el primer estudio que identifica el uso adictivo como la raíz de los problemas, y no el tiempo frente a la pantalla en sí mismo”, afirma Yunyu Xiao, autor principal del estudio y profesor adjunto de psiquiatría y ciencias de la salud poblacional en el Weill Cornell Medical College de Estados Unidos.
"En este estudio de cohorte de 4.285 adolescentes estadounidenses, el 31,3 % presentó un uso adictivo creciente de las redes sociales y el 24,6 % de los teléfonos móviles a lo largo de 4 años. Un uso adictivo elevado o creciente se asoció con un mayor riesgo de conductas o ideación suicida, en comparación con un uso adictivo bajo. Los jóvenes con un uso máximo o creciente de las redes sociales o de los videojuegos presentaron más síntomas internalizantes o externalizantes", explica el paper.
Todos los tipos de adicción pueden ser más difíciles de controlar durante la infancia, antes de que la corteza prefrontal, que actúa como freno a la impulsividad, se desarrolle por completo. Además, los videos cortos y superficiales pueden provocar un tipo de “atrofia neuroplástica”, en la que el cerebro se acostumbra a estímulos fáciles y pierde la capacidad de gestionar tareas más complejas.

“Con la exposición constante a este tipo de contenido, el cerebro deja de acceder a áreas que requieren mayor esfuerzo cognitivo”, afirma Cristiano Nabuco, psicólogo especializado en adicciones a la tecnología. “La idea entra, pero no repercute. No se arraiga, no conecta con nada”, explica.
Antes de señalar solo a las generaciones más jóvenes, también vale la pena destacar el daño causado por el uso abusivo de los recursos de internet, especialmente los de inteligencia artificial (IA), entre las personas mayores. No siempre se trata de tonterías, con tiburones, cocodrilos y bailarinas, pero abre un pozo sin fondo donde todo vale.
Una encuesta del MIT Media Lab ha estado causando mucho revuelo en las últimas dos semanas (y se ha convertido en un meme, por supuesto) según la cual ChatGPT perjudica el pensamiento crítico. El estudio dividió a 54 participantes de entre 18 y 39 años, del área de Boston, Estados Unidos, en tres grupos. Se les pidió que escribieran ensayos utilizando el robot de IA, el motor de búsqueda de Google y, finalmente, nada, basándose solo en su propio pensamiento.
Consecuencias de la IA. Los investigadores hallaron que la actividad cerebral del grupo ChatGPT era la más tímida y perezosa, dependiendo de copiar y pegar. Esta encuesta se hace eco de otra sólida investigación realizada por la Universidad de Ciencia y Tecnología de Trondheim en Noruega. El objetivo era comparar la actividad cerebral eléctrica de estudiantes universitarios durante ejercicios de caligrafía y mecanografía. Quienes escribieron a mano presentaron niveles más altos de activación neuronal.
Aún queda mucho por investigar para establecer inferencias directas, una relación de causa y efecto, entre la adicción a la electrónica y las transformaciones cerebrales. Es imprudente asumir, sin los hallazgos y pruebas adecuados, que ya se ha llegado a la nueva generación y punto, como si la revolución del silicio hubiera cambiado definitivamente el curso de la humanidad. Todavía no. Sin embargo, hay aspectos conductuales que no deben pasarse por alto.

Según los expertos, el consumo continuo de cortometrajes deteriora la memoria a largo plazo. “El cerebro empieza a priorizar solo el ahora, el estímulo inmediato, y deja de organizar ideas más complejas”, afirma Nabuco. Es como si el pensamiento comenzara a funcionar en ventanas cada vez más pequeñas, incapaz de mantener una línea de razonamiento durante más de unos segundos.
En lugar de consolidar la información, la materia gris se acostumbra a descartarla tan rápido como la recibe, en un flujo incesante de estímulos fragmentados que llegan, impactan y se disuelven.
La consecuencia es la infantilización del pensamiento. Es como si estuviéramos retrocediendo en nuestra capacidad de análisis y abstracción. En la práctica, esto implica la dificultad de lidiar con textos largos, videos informativos, discusiones complejas e incluso conversaciones sostenidas que requieren razonamiento secuencial. El contenido debe ser digerido, inmediato, cargado de emoción o humor; cualquier matiz que requiera una pausa o una interpretación más elaborada corre el riesgo de ser ignorado.
Todo esto ha sido perfeccionado por los dueños del mecanismo, con intereses económicos evidentes. Ya hay demandas legales en los Estados Unidos y en Europa contra grandes empresas, acusadas de generar adicción de manera intencional.
En 2021, una exempleada de Meta, Frances Haugen, denunció a la empresa de Mark Zuckerberg por trabajar con herramientas diseñadas para crear adicción y aumentar el consumo. A finales de 2023, fiscales de 42 estados estadounidenses presentaron demandas contra la propia Meta, TikTok, Google y Snapchat por presuntamente inducir a niños y adolescentes a seguir los Reels. Las acusaciones: los algoritmos de las plataformas fueron diseñados deliberadamente para explotar vulnerabilidades cerebrales y generar adicción.
¿Qué hacer? El debate está ganando fuerza institucional gradualmente. En Brasil, un proyecto de ley que se encuentra actualmente en trámite en el Congreso, en paralelo con la reciente sentencia del Supremo Tribunal Federal, propone responsabilizar a las plataformas digitales por los daños causados a menores. La propuesta incluye normas para la transparencia de los algoritmos, la prohibición de la publicidad dirigida a jóvenes y la creación de mecanismos de denuncia más accesibles.
En otros países, ya se están implementando medidas más contundentes. Países Bajos, por ejemplo, ha recomendado oficialmente que los menores de 15 años no usen TikTok ni Instagram, reconociendo los efectos nocivos de estas plataformas.

En Australia, la prohibición total de los teléfonos celulares en las escuelas públicas se ha convertido en política nacional y, según el Ministerio de Educación, ya está mostrando resultados positivos en los indicadores de rendimiento académico, concentración en el aula y bienestar psicológico de los estudiantes.
La legislación determina que los dispositivos deben mantenerse apagados durante las clases, los recreos y los descansos, excepto en situaciones pedagógicas autorizadas o por razones de accesibilidad, salud y seguridad. Se espera que la restricción contribuya a un ambiente escolar más saludable, con menos distracciones y una mayor dedicación al aprendizaje.
El problema de la adicción a los contenidos adictivos que abundan en las redes sociales ya no es un problema individual, sino uno de salud pública. Y, como todos los problemas de salud pública, necesita regulación. Y si hay cansancio ante tanta preocupación, nadie morirá si le echa un vistazo rápido al "tralalero tralala" del tiburón bocón; pero que sea rápido, porque hay vida ahí fuera.
















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