Perdón Diego. No te merecías esto. Lamentablemente, vivimos en un país impregnado de una “grieta” que tu muerte supo sanar. Porque quiénes fueron a despedirte se abrazaban y te lloraban sin importarles si eran de equipos rivales. Sin embargo, existe la política y oficialismo y oposición no hicieron más que usarte.
La muerte de Maradona no fue la de cualquier persona. Con él se fue un pedazo de cada argentino, de los que lo amaron y los que no tanto. Y el mejor ejemplo de eso se pudo ver en cómo el mundo entero se paralizó ante la noticia de tu muerte. Las tapas de medios de todo los rincones del planeta se ilustraron con la imagen de “El Diez”.
Y de manera espontánea, la gente salió a despedirte. Cientos de miles de personas se agolparon en la puerta del country donde estaba su cuerpo, en las inmediaciones de dónde se hizo la autopsia, en la cochería dónde llevaron el cuerpo a la noche, en el Obelisco, en las inmediaciones de la Casa Rosada, en todos lados. Inmediatamente, el Gobierno decidió tratar de organizar una masiva movilización que obviamente era inevitable. Y eso le dio de comer a esos buitres que de todo pretenden sacar un rédito político.
Opositores y algunos comunicadores salieron a criticar el “velorio masivo”. Señores, ¿qué parte no entendieron que murió Maradona, con todo lo que “El Diez” significa para una gran mayoría de los argentinos? ¿Qué hubieran hecho ustedes, decirle a la gente que no salga de su casa a despedirlo? Por favor, no seamos hipócritas: ante lo inevitable siempre lo mejor es tratar de organizarlo de la mejor manera posible. Sino pregúntenle a los napolitanos, que siendo una ciudad europea declarada como “zona roja” en la pandemia coparon las calles de esa ciudad italiana que ama a Diego al punto de que cambiará el nombre de su estadio por el de el astro argentino.
Y el uso de El Diez recién empezaba. Lo que tenía que ser una despedida inolvidable se convirtió en un caos. Ante la negativa comprensible de la familia de extender el horario del velorio, a pesar de que había kilómetros de cola para decirle adiós al astro, empezaron los desmanes y la represión.
En la avenida 9 de Julio, la Policía de la Ciudad tiraba balas de goma y gas lacrimógeno. El ministro del Interior, Wado De Pedro, no dudó en criticar duramente al Jefe de Gobierno porteño y a su vice, Horacio Rodríguez Larreta y Diego Santilli, respectivamente. El funcionario oficialista tenía razón, la represión era inentendible y descontrolada. Y de ese tuit se colgaron medios y comunicadores abiertamente oficialistas. Desde el otro lado, políticos y comunicadores opositores disparaban contra la realista falta de manejo en la Casa Rosada, donde también todo se había desmadrado. Sin ir más lejos, Patricia Bullrich acusó de los desmanes al Gobierno. Todos, de ambos lados de la grieta, se mostraron muy preocupados por ver cómo pegarle a su opositor político. Pero, lamentablemente, ninguno de ellos pensó ni en Diego, ni en la gente que lo único que quería era decirle adiós a su máximo ídolo.
Duele ver esas tristes imágenes recorrer el mundo. Duele ver cómo quiénes tienen que pensar en el pueblo sólo buscan sacar rédito político. Duele imaginarse al ídolo que hizo conocer a la Argentina en el mundo piantándosele un lagrimón desde el cielo. Duele ver cómo la política absurda y ridícula opacó lo que debería haber sido la más emotiva despedida de un hombre que salió de la pobreza extrema y no sólo conquistó al mundo, sino que se convirtió en una de las personas más reconocidas en el planeta tierra.
A pesar de todo, el sentimiento de un pueblo por Diego nunca podrá ser opacado ni por la política ni por las reconocidas contradicciones de su vida. "Pelusa" siempre vivirá en el corazón de los argentinos, los napolitanos y de muchísimas personas alrededor del mundo. Porque, cómo dijo el Negro Fontanarrosa: no importa lo que Diego haya hecho con su vida, sino lo que hizo con la nuestra.
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