Viene ocurriendo con cierta frecuencia desde que los Fernández, Alberto y Cristina, llegaron al poder. Primer acto: el kirchnerismo duro presenta un proyecto incendiario. Segundo acto: Alberto lo apoya para congraciarse con la jefa. Tercer acto: ante los ruidos que esa iniciativa genera en la opinión pública, encarga encuestas. Cuarto acto: el Presidente da marcha atrás y se despega de la polémica. Lavado de manos, y con más razón en cuarentena.
Esa secuencia acaba de suceder una vez más con la iniciativa de la diputada Fernanda Vallejos, una leal de CFK que impulsa que el Estado se quede con parte del paquete accionario de las empresas a las que subsidia en medio del aislamiento. ¿La primera reacción del albertismo? Dos de los ministros que comulgan con el Presidente enseguida aplaudieron la idea. El de Trabajo, Claudio Moroni, dijo que era “interesante”. Y el de Educación, Nicolás Trotta, coincidió: “El Estado tiene que tener participación en el sector productivo”. Sin embargo, ante la preocupación con que fueron recibidos esos comentarios en el establishment, los voceros de la Casa Rosada de inmediato pusieron paños fríos. “Por ahora solo fue un planteo dialéctico”, tomaron distancia del asunto.
Lo mismo había ocurrido con la polémica por la salida de presos en medio de la pandemia. Primero Alberto defendió la medida impulsada por el kirchnerismo judicial y político: dijo que las razones humanitarias por las cuales excarcelaban a los reos para dejarlos con el beneficio de la prisión domiciliaria eran legítimas y se aplicaban en todo el mundo. Pero más tarde, cuando las encuestas y los cacerolazos en los balcones le marcaron cuál era el humor social con respecto a la iniciativa, guardó violín en bolsa y se desdijo: era un tema de la Justicia, aclaró, y el Gobierno no tenía nada que ver. Rápido de reflejos, como buen ex arquero que es.
Podrían seguir enumerándose más casos. Como cuando, ante el debate por los kirchneristas presos, primero coincidió con que había existido una persecución judicial del macrismo contra CFK y sus ex colaboradores, pero luego los englobó bajo el eufemismo de “detenidos en forma arbitraria”, ya que lo de “presos políticos”, como prefieren llamarse ellos, les da una pátina de heroicidad con la que él no coincide. Le llovió munición gruesa del kirchnerismo tras esa disquisición dialéctica, pero eso es lo de menos.
Para Alberto, primero están las encuestas. Después, los aliados.
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