Saturday 27 de April, 2024

OPINIóN | 26-02-2024 07:12

Entre el show y la realidad desoladora

Lo que Macri le puede sumar al gobierno de Milei y lo que tiene para perder. Cómo superar la parte más árida del ajuste.

Tiene razón Cristina: Javier Milei sí es un “showman”. También lo era Carlos Menem que, merced en buena medida a sus talentos farandulescos, logró cambios que eran casi tan drásticos como los propuestos por el anarco-capitalista aunque, por desgracia, no tomó el éxito inicial del plan de Convertibilidad por el punto de partida de un programa más ambicioso encaminado a hacer de la Argentina un país mucho más productivo y menos proclive a sufrir esporádicas crisis financieras devastadoras.

A diferencia del riojano, Milei no se conformará con frenar la inflación y privatizar algunas empresas públicas disfuncionales, para entonces concentrarse en sacar provecho personal de los beneficios políticos así conseguidos. Sueña con transformar la Argentina en una dínamo económica de relevancia mundial que se vea impulsada por la iniciativa privada, una en que el Estado, que a su entender es un antro ocupado por miembros de una parasitaria “casta” política y sus lacayos, desempeñe un papel muy limitado. 

A grandes rasgos, Mauricio Macri, que no es un “showman”, comparte la visión de Milei, si bien entiende que sería mejor reformar el Estado para que se asemeje más a los del mundo desarrollado que fantasear con abolirlo. Cuando era presidente, no pudo alcanzar sus objetivos porque se sentía inhibido por la precariedad política del gobierno que encabezaba, motivo por el cual optó por el gradualismo. Andando el tiempo, la cautela que caracterizaba su gestión la condenó al fracaso. Parecería que finalmente se dio cuenta de la necesidad de impresionar a los demás por su firmeza cuando, después de sufrir el impacto de una derrota humillante en las PASO de agosto de 2019, protagonizó una remontada espectacular que le permitió reducir por la mitad la brecha que lo había separado de la dupla Alberto Fernández y Cristina.

Con todo, a pesar de tener una imagen poco emocionante y verse perjudicado por la hostilidad de muchos que siempre lo han subestimando por “portación de apellido” y otras razones que no están relacionadas con su ubicación en el mapa ideológico o por lo que haría como presidente, Macri conserva la simpatía de sectores significantes que, en noviembre, lo ayudaron a asegurar que Milei triunfara por un margen más amplio que el previsto.

Por ahora, se trata de una alianza informal. A ninguno le gusta hablar de cogobierno. No sólo por orgullo, sino también por entender que podría serle fatal permitirse ser considerado un macrista un tanto heterodoxo dispuesto a subordinarse a su putativo jefe político, Milei está resuelto a defender su independencia. Sabe que su ascenso meteórico se debió a la sensación de que no tenía nada en común con los integrantes de la clase política actual y que por lo tanto es de su interés, y aquel del proyecto que encarna, continuar distanciándose de ellos.

Puede que los insultos groseros, diatribas furiosas y otras lindezas que Milei sigue disparando contra los presuntamente vinculados con “la casta” no sean parte de una estrategia premeditada, pero sirven para recordarle a la gente que representa algo que sea radicalmente ajeno a la política tradicional. En opinión de muchos, gasta demasiada pólvora en chimangos, criticando con furia a figuras del mundo pop como la cantante Lali Espósito, pero desde su punto de vista hacerlo tiene su lógica.

Asimismo, los escándalos casi diarios que provoca su locuacidad irrefrenable lo ayudan a distraer, aunque sólo fuera por un momento, la atención de quienes se interesan por las vicisitudes del gran drama político nacional del dolor que está ocasionando el ajuste que está en marcha. Entre los más perjudicados por lo que está ocurriendo están muchos miembros de la clase media y, huelga decirlo, jubilados, que apoyan en principio las reformas emprendidas por Milei y su primer ministro de Economía, Luis Caputo, pero no quieren seguir siendo parte de la variable de ajuste más golpeada del plan que han pergeñado. Parecería que, cuando de los jubilados se trata, Caputo y, es de suponer Milei, se guían por los mismos principios colectivistas, para no decir comunistas, que aplicaban sus antecesores kirchneristas, de ahí su voluntad de continuar nivelando hacia abajo.  

Desde que Milei asumió como presidente, sus simpatizantes y enemigos, además de los financistas del resto del planeta que aún no han llegado a ninguna conclusión sobre las perspectivas frente al gran experimento libertario que ha iniciado, están preguntándose: ¿cuánto ajuste podrá soportar la sociedad sin rebelarse? Es un interrogante capcioso ya que presume que hay alternativas menos antipáticas pero igualmente promisorias, o más, que podría elegir un gobierno de ideas diferentes, lo que dista de ser el caso.

La verdad es que, por populista o progresista que fuera, cualquier gobierno de una Argentina en bancarrota sin más acceso al crédito externo que el facilitado por el Fondo Monetario Internacional hubiera tenido que reducir brutalmente el gasto público porque, como subrayan los mileístas, “no hay plata”. Así pues, si un “estallido social” detonado por los kirchneristas y sus aliados sindicales pusiera un fin prematuro a la gestión de Milei, el resultado no sería más bienestar para quienes están sufriendo los rigores de la austeridad libertaria sino un ajuste incomparablemente más caótico que no produciría beneficios duraderos para el grueso de la población. Por el contrario, a juzgar por los resultados de todos los intentos de ingeniarse para que el país pudiera seguir viviendo por encima de sus medios genuinos, una recaída en el populismo tradicional tendría consecuencias nefastas para virtualmente todos.

Según muchos economistas respetados, ya están asomando señales positivas que hacen pensar que la inflación está cediendo con mayor rapidez de la que vaticinaron y lo mismo puede decirse de la acumulación de reservas pero, claro está, una cosa es registrar mejoras estadísticas y otra muy distinta es difundir la sensación de que, a pesar de las dificultades que tantos están sufriendo, todo marcha viento en popa. Aun cuando el Gobierno siga anotándose lo que podrían calificarse de triunfos técnicos posibilitados por la licuación de los ingresos de los que de un modo u otro dependen del gasto público, tendrá que ganar la batalla psicológica que está librándose en la mente colectiva; si la pierde, volverá el populismo rudimentario que durante décadas reinó en el país y lo llevó al borde de la autodestrucción.

Es evidente que a Milei le gusta la soledad política, pero si bien  hasta ahora el no tener que depender de nadie le ha brindado muchas ventajas anímicas, en adelante necesitará contar con la colaboración de personas de ideas afines que no estarán dispuestos a actuar como subordinados obsecuentes, personas como el ingeniero Macri y quienes lo rodean. Si bien el ex presidente ya está cumpliendo un rol significante en el difuso maremágnum oficialista como una “eminencia gris” respetada, ambos dirigentes parecen entender que les convendría reunir sus fuerzas de manera más coherente para formar un bloque parlamentario y, lo que sería igualmente importante, suministrar al gobierno muchos cuadros técnicos.

Mal que le pese a Milei, para gobernar con un mínimo de eficacia tendrá que llenar miles de puestos administrativos con funcionarios debidamente preparados que antepongan sus deberes profesionales a sus eventuales preferencias políticas. Aunque “Estado” sea una mala palabra en su léxico particular, necesitará formar uno que sea más eficaz y, desde luego, mucho menos corrupto que el heredado del populismo kirchnerista en que siguen cobrando salarios militantes de La Cámpora y otras agrupaciones que quieren sabotear la gestión de un presidente que representa la antítesis de su propio ideario.   

Últimamente, muchos se han puesto a especular en torno a la eventual “fusión” de La Libertad Avanza y el PRO para crear el núcleo de lo que sería un gran partido del centroderecha. Para que dicho proyecto prosperara, los vinculados con las dos agrupaciones y otros de mentalidad compatible tendrían que superar la antipatía que desde hace más de un siglo tantos han sentido hacia lo que algunos calificaban de “partidocracia”, la noción de que por su naturaleza los partidos dividen a la sociedad y por lo tanto atentan contra la sacrosanta “unidad nacional”.

Primero los radicales y, décadas más tarde, los peronistas insistían en que lo que el país necesitaba era un gran movimiento en que participarían virtualmente todos con la excepción de algunas minorías despreciables. Aunque hoy en día tales ideas suelen considerarse anticuadas, en la Argentina siguen abundando mini-partidos y, para la mayoría de los políticos, abandonar uno relativamente grande para hacer rancho aparte no es tan traumático como sería en las democracias consolidadas más respetadas.

Será por tal motivo el que “el internismo”, que a menudo plantea el riesgo de una ruptura definitiva, es tan virulento en todas las agrupaciones. El mal así supuesto ya ha afectado a La Libertad Avanza, el PRO y otras facciones que, de quererlo sus integrantes, podrían combinarse para formar un partido disciplinado lo bastante amplio como para dar al país un gobierno capaz de producir los cambios que necesitará para recuperarse de los daños que le han ocasionado un déficit político que sigue siendo mucho más peligroso que el fiscal.

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James Neilson

James Neilson

Former editor of the Buenos Aires Herald (1979-1986).

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