Se escribieron algunas historias sobre los amores de Juan Domingo Perón. Tanto los legitimados por el matrimonio, como los transgresores y clandestinos, como el romance juvenil con su tía Mecha Perón, el noviazgo con Giuliana dei Fiori en Italia, y el hechizo amoroso con su cuñada María Tizón, por citar los más importantes. La vida íntima de Perón de la que se conoce muy poco, muchas veces fue protegida por sus panegiristas y otras veces fue atacada por sus detractores.
Entre sus tres esposas, generalmente es Eva Duarte la elegida como la mujer más importante en la vida de Perón. Luego de años de investigación histórica, de revisar papeles, correspondencia desconocida, de indagar más profundamente en las entrañas de la intimidad de Perón, he llegado a una conclusión diferente de lo que piensa la gran mayoría.
La figura de su primera esposa ha sido acallada, eclipsada, silenciada en la historia de Perón. En buena medida, se debe a la fuerte personalidad de Eva Duarte –la segunda esposa– quien se ha llevado toda la atención y ha logrado conquistar el corazón de los argentinos y de gran parte del mundo.
Pero, si nos aferramos a la verdad histórica, veremos que Aurelia “Potota” Tizón fue el gran amor de Perón. Esta aseveración no es producto de un capricho, ni menos aún de un favoritismo o una especulación novelesca. Es el mismo Juan Perón que en la intimidad de una charla familiar, confesó: “Evita? Una mujer incomparable, ¡la mujer! Potota, el amor de mi vida, la mujer que más ame. Por qué yo era, simplemente Juan”.
Esta afirmación de Perón resulta lógica, precisa, exacta y reveladora. El amor que se tuvieron con Potota Tizón fue especial, sincero, clásico, puro, sin otras distracciones que las actividades militares de Perón, y las de docente en el caso de Potota. Fue un amor correspondido y convivido en el nido marital, donde eran el uno para el otro. Por eso, cuando murió Potota, Perón experimentó en soledad una gran depresión, tuvo su noche oscura, y algo suyo murió con él ese día para siempre.
En cambio, el amor con Eva Duarte tiene otras connotaciones. Ellos se conocieron el 17 de enero de 1944, en un acto que convocó Perón a los artistas, para organizar un espectáculo en el Luna Park, para recaudar fondos por el terremoto de San Juan. Por eso mismo cuando Perón comenzó su romance con Evita, él ya estaba lanzado a la conquista del poder, y sabía más que nadie, que para llevar adelante su proyecto político y social, necesitaba a su lado una mujer joven, de gran carácter, valiente, y lo principal, que no proviniera del establishment de las mujeres de sus camaradas, ni tampoco de una familia acomodada, ni menos aún de la oligarquía.
El amor entre Perón y Eva fue mutuo, apasionado, profundo, pero la verdad es que se produjo cuando “Juan” se transformó en “Perón”, y todo lo que ello conllevó. Evita tenía gran admiración y devoción por Perón, y la realidad es que el amor entre ellos estaba compartido, fraccionado por el ejercicio de Perón gobernando el país, y por la intensa misión social desarrollada por Evita. Poco tiempo tenían para ellos, para la intimidad y para hacer una vida marital normal. La repentina muerte de Evita a los 33 años, conmovió a Perón en una profunda tristeza, acompañado en ese entonces por todo el pueblo argentino.
En cuanto al matrimonio con María Estela Martínez, las condiciones y circunstancias que los unió –el trago amargo del exilio–, fueron muy disímiles a los otros dos. Es cierto que Isabelita fue una mujer de una gran nobleza y lealtad con Perón, pero si se me permite, con el debido respeto, no creería que haya existido un insondable amor marital entre ellos, más bien hubo un gran cariño, complicidad, compañía y proximidad.
En fin, no tengo ninguna duda en replicar las mismas palabras de Perón, cuando confesó: “Potota, (fue) el amor de mi vida, la mujer que más ame. Por qué yo era, simplemente Juan”.
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