Mientras suceden los estallidos de Chile y Ecuador y las protestas comiciales en Bolivia, surge la pregunta de por qué no se producen esas reacciones en la Argentina.
El mandato de Mauricio Macri comenzó con un ajuste, pero de un gobierno que venía avalado por el reciente voto popular. En el 2017, la economía comenzaba a recuperarse y Cambiemos ganó las legislativas. Pero a fin de ese año, cuando quiso implementar una triple reforma -tributaria, previsional y laboral- la oposición en las calles lo llevó a que solo le aprobaran dos de esas reformas, pero no la flexibilización laboral. En el 2018, cuando estalla la crisis cambiaria, tampoco hubo un desborde social, en parte porque había una expectativa de que al año siguiente, en las elecciones presidenciales hubiera un recambio político que oxigenara la situación.
De todos modos, los estallidos en países vecinos obligan a anticiparse a las restricciones que podría enfrentar un probable gobierno de Alberto Fernández. Si llegara a arrancar con un fuerte ajuste, dentro del kirchnerismo y en la izquierda podría incubarse un escenario de protesta permanente, motorizado por los movimientos sociales. Las movilizaciones tendrían como objetivo repudiar un eventual “giro menemista” de Alberto, con el que sueñan empresarios como Cristiano Rattazzi, de Fiat Chrysler.
Pero si el rumbo del futuro presidente fuera una profundización del modelo K, entonces será muy probable el regreso de los “caceroleros”, que protestaron en 2012 y que, en buena medida, llenaron la 9 de julio el sábado pasado para apoyar a Macri. Un colectivo muy sintonizado con la oposición que hoy se moviliza en las calles de Bolivia contra Evo Morales.
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