El gobierno nunca presentó un programa económico explícito, y sin embargo aparecen mecanismos recurrentes que pueden asimilarse a un plan. Hasta allí lo que podría ser una buena noticia (hay plan), pero la mala es que dicho “plan” lleva a desintegrar los principios básicos de la economía. Por ello es que después de rebotar este año la economía puede plancharse desde 2022 y eventualmente empezar un deterioro más grave del que vivimos en la última década.
El primer instrumento adoptado es el de maximizar la presión tributaria sobre el sector formal, castigando el ahorro con impuesto y con el uso del impuesto inflacionario. Como además el déficit fiscal primario se mantiene cercano al 4% del PBI y no hay financiamiento externo, lo poco que se ahorra se lo lleva el Tesoro y no queda nada para el sector privado.
Un segundo instrumento es el oportunismo regulatorio: mover tarifas y precios de sectores regulados según criterios políticos, procurando quebrar empresas y forzando la salida de inversores externos. En lo laboral las regulaciones son bien predecibles: se traba todo lo posible el funcionamiento del sector formal. Según INDEC el número de asalariados formales ocupados por el sector privado es hoy menor al que había diez años atrás. Solo se crean puestos en el sector público y en el privado que fuera del radar sindical.
El tercer instrumento es el default reiterado, tanto en materia de deuda como de compromisos económicos y sociales. De allí que se haya perdido la credibilidad en los compromisos del presupuesto y del Banco Central. En suma, el programa confluye en un proceso sistemático de pérdida de reputación y confianza, que efectivamente logra “combatir al capital”.
*Por Juan Luis Bour, Director y Economista Jefe, FIEL.
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