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POLíTICA | 13-04-2014 18:48

Ernesto Laclau, el ideólogo de la Argentina dividida

Agitador de la reelección eterna y de la lógica amigo-enemigo que deslumbra a CFK. Desayunos con champán.

En Londres no se los toma tan en serio. El intelectual argentino-inglés Ernesto Laclau (77) escribió “La Razón Populista” en el 2005 y “Debates y Combates” en el 2008. Su mujer, la politóloga belga Chantal Mouffe (69), “En torno a lo político” en el 2007. Los tres libros se convirtieron en las lecturas más reveladoras para Cristina Fernández de la última década. Por eso en la Argentina, el matrimonio Laclau-Mouffe sí debe ser tomado muy en serio. Ejercen una influencia decisiva en un pensamiento presidencial habitualmente flojo de ideología, más bien adornado por la difusa retórica peronista.

Laclau, agitador del conflicto permanente, la polarización política y el divisionismo social, se ha hecho sorprendentemente vigente entre los cortesanos del actual poder hegemónico. Pueden justificar el “todo o nada” de la guerra contra Clarín. Delirar con la re-reelección eterna. Y proponerse reemplazar al peronismo del Partido Justicialista con una juvenilia cristinista ávida de poder absoluto. Con palabras del escritor Jorge Asís, se trataría de “Buscapinas” culturales que vienen a socorrer las “jactancias antagónicas de los Kirchner”. Algo así. Es que para Laclau la única “revolución posible”, en estos inciertos tiempos capitalistas, es la que puede liderar Cristina. Importa más que nada el instrumento: sería un partido que imponga la “vanguardia” al peronismo tradicional y conservador que dio sustento al kirchnerismo de los primeros tiempos. Ahora el PJ pasó a ser “enemigo”. Como Hugo Moyano, otrora representante de “los de abajo” (cuando era oficialista) y ahora agente de “los de arriba” (ahora que pasó a la oposición), las dos categorías excluyentes en que el populista Laclau divide a la sociedad. Alarma entonces la repentina devoción presidencial por sus elucubraciones, pese a que la teoría básica de Laclau –la exacerbación de la antinomia amigo-enemigo, en lugar de la lucha de clases marxista– resulte a esta altura una antigüedad, suficientemente agotada por el intelectual y jurista del Partido Nacionalsocialista alemán Carl Schmitt en los años '30 del siglo pasado. Tanto que el ideólogo del ascenso de Adolf Hitler al poder –en quien se inspiraron los hiperrevolucionarizados Laclau-Mouffe de la modernidad–, se fue discretamente alejando de él y de sus manías extremistas a medida que divisaba una derrota militar y política del nazismo en toda Europa. Probablemente la Presidenta no se dejó llevar por esos datos patéticos de la historia sino por la fácil relectura de Schmitt escrita por Mouffe: “Todo consenso se basa en actos de exclusión”. Había sido el ex jefe de Gabinete, Alberto Fernández, el que le regaló el libro a la entonces futura Presidenta, quizás equivocado respecto de su valor formativo.

DE LONDRES AL CLARIDGE. Claro, sostener que la democracia no debe consistir en superar las diferencias sino, por el contrario, en fomentarlas, parece más cómodo desde Londres. Laclau vive allí desde 1969, últimamente en el barrio Cricklewood, en el norte de la ciudad, a unos 20 minutos del centro en metro, un lugar de casas bajas, fruterías a la calle y residentes de diversas nacionalidades. Llegó a Londres de la mano de Eric Hobsbawn –nacido en Alejandría, marxista británico y estudioso tercermundista– que lo apadrinó para ingresar en Oxford donde se doctoró en Historia y Sociología. Actualmente da clases en las universidades de Essex, en Gran Bretaña –como profesor emérito–, y de Northwestern, en los Estados Unidos. Desde hace unos días, y por unos dos meses, está alojado con Chantal en el hotel Claridge en el microcentro porteño. Algunos de sus visitantes juran haberlo visto desayunar con champagne, una inclinación nostálgica del hospedaje en cuestión. También frecuenta estos días el cercano bar Cooper de luces de neón en la entrada: allí suele pedir vino blanco o Johnny Walker etiqueta negra mientras degusta un cóctel de langostinos o la tabla de quesos del lugar. Cuando recala en Buenos Aires –cada vez con mayor frecuencia– prefiere la comida criolla de “La posada de 1820”, de Tucumán y San Martín en pleno centro, y el restó gourmet “Chila” (Buenos Aires Cuisine), en Puerto Madero. Esta vez bajó a Buenos Aires para coordinar la edición trimestral de su revista “Debates y Combates” y dar una serie de clases y charlas por todo el país bajo el mismo título con el auspicio de la Secretaría de Cultura de Jorge Coscia. Ya compartió exposiciones públicas con Carlos Zannini, Gabriel Mariotto, Juan Manuel Abal Medina, Martín Sabbatella y Agustín Rossi. El año pasado, el canal Encuentro puso al aire diez emisiones del ciclo “Diálogos con Laclau”. Desfilaron por allí, entre otros, Antonio Negri –catedrático de Teoría del Estado de la Universidad de Padua e ideólogo de diversos grupos radicales italianos durante los '70–, Etienne Baribar –graduada en la Ecole Normale Supérieure y la Sorbona en París, autora de la tesis de lo universal como negación de su opuesto, es decir de lo particular y privado–, Gianni Váttimo –filósofo turinés defensor de la corriente ermenéutica– y Horacio González –sociólogo, docente y ensayista peronista, actual director de la Biblioteca Nacional–. Chantal Mouffe también acudió a la TV a explicar ante el marido su concepto de democracia radical: “La relación antagónica no reconoce la legitimidad de los otros, es decir de 'ellos', se quiere erradicar al adversario. Pero la agonística, en cambio –de agresión y apaciguamiento– es una relación de 'amigos' en el sentido del consenso, pero de 'enemigos' en la medida que confrontamos visiones enfrentadas de esos principios”. La lección sería que el Otro, el exterior, el enemigo, en la confrontación, ayuda a construir la propia identidad diferenciadora en democracia. Cuentan que Cristina se abrazó definitivamente al salvataje ideológico “populista” cuando se sintió acorralada durante el conflicto con el campo entre Néstor Kirchner y la Sociedad Rural: “Yo necesito explicar y comunicar, no solo atropellar a mis enemigos”, deslizó con un dejo de racionalidad al entonces jefe de Gabinete Alberto Fernández. La historia no la dejó bien parada.

LA COLONIZACIÓN POPULISTA. La primera irrupción de Laclau en la batidora ideológica del kirchnerismo se produjo a fines del 2007: Carlos Tomada organizó un encuentro en su anterior casa de Palermo con el intelectual y una decena de funcionarios y legisladores,  entre otros Juan Manuel Abal Medina, Rafael Bielsa y el propio Fernández. La clarividencia común se enriqueció esa noche con empanadas y vino. Era un acontecimiento de verdad. En los primeros años de Néstor Kirchner, sus veladas intelectuales se reducían a los socialistas originarios José Pablo Feinman y José Nun. Los consideraba necesarios para darle lustre académico al “modelo nacional”, pero a la vez se aburría y se cansaba fácil: “¡Con los quilombos que yo tengo, me vienen a hablar de estas cosas!”, se quejó alguna vez medio en broma y medio en serio por el tiempo que los intelectuales K pretendían que les dedicara. En realidad, en otras líneas del Gobierno, crecía el interés por Chantal Mouffe.

Carlos “Chacho” Álvarez había leído su trabajo “En torno a lo político” y lo comentó con el jefe de Gabinete de aquella época. Y Fernández se lo regaló a Cristina, que aún lo conserva como uno de sus preferidos. El aterrizaje de Laclau a la mesa de luz de la Presidenta fue, en cambio, simultáneo con el desembarco de Abal Medina en su entorno. Los textos del intelectual fueron centrales para nutrir la etapa que siguió a la muerte de Kirchner. Así llegó la hora de la aún inexplicable “profundización del modelo”. No queda claro si ese molde incluye el impuesto inflacionario, el descuento salarial del Impuesto a las Ganancias, la ley antiterrorista o las presiones del poder para contar con una Justicia adicta. La democracia cristinista es una estructura flexible y pasible de ser acomodada según las necesidades del poder. Su ambición ha sido básicamente oportunista. Y no le fue mal.

MILITANCIA SESENTISTA. Pese a que se fue del país hace 43 años, Laclau acredita una trayectoria académica y política en el país. En los ’60, fue docente de la carrera de Historia Social de la Universidad de Buenos Aires. Se inició como ayudante de Gino Germani y fundó un Instituto de la carrera con el profesor José Luis Romero. Por entonces era militante del Partido Socialista.

Luego se pasó al Partido Socialista de la Izquierda Nacional, PSIN, de Jorge Abelardo Ramos, atraído por el acercamiento al peronismo. Laclau armó un espacio al que llamó Frente de Acción Universitaria junto a figuras vinculadas como Adriana Puiggros, Blas Alberti, Gustavo Schuster, Analía Payró y Emilio Colombo, entre otros.

Por esos años se lo conocía como una especie de “obispo académico”. Concentrado siempre en el estudio y la investigación social con un perfil político bajo pero influyente. No era un orador destacado, por ejemplo. Pero ya con el dictador militar Juan Carlos Onganía en el poder, Laclau empieza a alejarse de la militancia. Antes de partir a Londres protagoniza una situación que sus colegas recuerdan, con pudor, como “polémica”. Le reprochaban haber aceptado los fondos de la Fundación Ford para encarar, junto a “Pepe” Nun, una investigación sobre pobreza y marginalidad. Hoy sería descalificado por recibir emejante auspicio de una corporación “enemiga”. Los recuerdos de Laclau, sin embargo, se concentran en su pasado de director del periódico Lucha Obrera y en su militancia en la rama universitaria del PSIN junto al dirigente Jorge Enea Spilimbergo.

Es la imagen simbólica que se llevó a Londres, el Cordobazo de 1969: por primera vez, los obreros peronistas y los universitarios de izquierda marchaban juntos. Un sueño. El “Colorado” Ramos tenía a Laclau como un joven brillante. De hecho, lo consideró un discípulo privilegiado. El propio cuenta que el último encuentro en Buenos Aires fue en la confitería Richmond de la calle Florida. Había sido una conversación cordial. Pero después de despedirse, Ramos le preguntó a los gritos ya en la calle: “¿Usted justificaría la represión de Kronstadt?” (en referencia a una masacre anarquista desatada por aquellos tiempos en esa ciudad rusa). Laclau, extrañado, le contestó con bastante seguridad: “En ciertas ocasiones, sí”. “Entonces yo también”, terminó Ramos.

En junio del 2010, el hijo del inspirador de la izquierda nacional, Víctor Ramos –periodista, documentalista y ex director del INADI– le contó a NOTICIAS que las discusiones políticas de su padre con Laclau eran permanentes. Sobre todo por el rol de vanguardia que se pretendía del PSIN respecto al peronismo.

NOTICIAS: ¿Qué posición tenía cada uno?

Ramos: Mi viejo siempre fue acusado de ser el más peronista o más pro burguesía nacional de toda la izquierda (risas)…

NOTICIAS: Ahora que Laclau reivindica el populismo, ¿no se acerca a aquella visión de su padre?

Ramos: Sin dudas. Aunque mi viejo no compartiría la palabra “populismo”. Ese concepto siempre fue peyorativo. Laclau viene acá con criterios europeos y por más que la quiera explicar, es una palabra que suena fea al oído. Tal vez sigue teniendo algunos prejuicios pequeño-burgueses de universitarios con el peronismo. Entonces, insiste en menospreciarlo llamándolo populismo, le diría Ramos (risas)…

NOTICIAS: Ramos padre...

Ramos: Y Ramos hijo también.

AMORES Y ODIOS. A Laclau no le gustan el periodismo ni los periodistas. Se fastidia con las guardias fotográficas. Y hace poco tiempo le contó a un amigo en Buenos Aires la vez en que Cristina y la plana mayor del Gobierno lo citaron en Olivos a dar una clase sobre retórica. “Al otro día pusieron que había dado una clase sobre cómo hablar, de oratoria, no sobre retórica, ¡qué bestias!”, le confió. Lo mostró como un ejemplo de “chatura periodística”. En el kirchnerismo festejan más sus frases de barricada que la retórica intelectual. Su clientela está en América Latina: “Aquí tenemos sistemas presidencialistas fuertes y los procesos de cambio se cristalizan a través de figuras, guste o no –sostiene Laclau–. Sustituirlas crearía un desequilibrio político. ¿Por qué entonces tiene que ponerse un límite a la reelección indefinida?”. El año pasado dijo: “Si Cristina va a eternizarse en el poder es por culpa de la oposición”. En el 2008 le decía a NOTICIAS: “Yo estuve con Cristina, no con Néstor. No sé si son seguidores de mis ideas, pero esa vez estuvimos muy de acuerdo en todo lo que conversamos. Ella es una intelectual, se mueve con soltura en el plano teórico. Le dije que yo esperaba que no aflojaran con las retenciones y ella me dijo: 'No te preocupes que eso no va a pasar, no hay peligro'”.

También salió públicamente a cruzar a Feinmann por haber dicho que le resultaba “incómodo” adherir a un gobierno de “dos gobernantes multimillonarios que están comandando un gobierno nacional, popular y democrático, y que te hablan del hambre”. Inmediatamente, desde Londres, hizo de “comisario intelectual”: “Fue una frase poco feliz. Los ingresos de la gente no tienen nada que ver con sus posiciones políticas". Lo suyo también es el conflicto personal en la interacción con sus colegas. Llegó a ser muy amigo del filósofo esloveno Slavoj Zizek, con quien escribió en los '90 un libro de ensayos titulado “Contingencia, hegemonía, universalidad”. Después se distanciaron. Parece que los celos por la repentina fama mundial de Zizek habría sido uno de los motivos. Laclau tampoco parece haber dejado recuerdos imborrables en París. Sus cursos niversitarios, seminarios, coloquios y debates académicas han tenido un punto en común: sus defensores elogian la formación y la profundidad teórica de su pensamiento y sus detractores insinúan o denuncian cierta proclividad totalitaria, pero nadie –absolutamente nadie– se atreve a defender sus postulados o se identifica con sus ideas populistas. La filósofa Evelyn Grossman, por ejemplo, pone abiertamente en duda la teoría de “La razón populista”, según la cual “el rechazo peyorativo del populismo” sería en realidad “un repudio puro y simple de la política”. La autora de “L’angoisse de penser” (La angustia de pensar) cuestiona otra conocida afirmación de Laclau –“El miedo, que lleva incluso a la 'denigración de las masas', siempre engendró la emergencia de identidades populares”–: Grossman lo acusa de estar poseído por una“ambición política mítica”. “No se puede excluir que sus teorías políticas revelen un fondo de pensamiento mágico”, argumenta. IMAGINERÍA POLÍTICA. Igualmente polémica fue la intervención de Laclau en el coloquio internacional realizado en 1968 en el Departamento de Filosofía de la Escuela Normal Superior, cuna de grandes filósofos como Jean-Paul Sartre, Raymon Aron o Bernard-Henri Levy. En esas jornadas –dedicadas a analizar “El momento filosófico de los '60”–, Laclau intervino en una de las mesas donde se debatió el tema “Imaginarios políticos y acciones políticas”. Durante las tres horas que duró la discusión, Laclau tuvo que batallar duro para defenderse. “¿Acaso en el París de 1968 no se ensalzaba al maoísmo, mientras que Mao practicaba una política de exterminio en China? –arengó– En China, el 'encadenamiento temático del maoísmo' se hacía en nombre de las 'ideas purificadoras' de la Revolución Cultural, mientras que en Francia se hacía en nombre de los nuevos ideales de libertad de finales de los años '60”, desafió durante el coloquio. La analogía desencadenó una tormenta con los otros panelistas –los filósofos Laurent Jeanpierre, Jean-Claude Milner y Etienne Balibar–, que lo acusaron de defender una “idea revolucionaria sectaria y excluyente”.

Laclau revive en Buenos Aires la nostalgia de una revolución de fantasía que él soñó y jamás ocurrió. Lo rebela la decadencia de la izquierda y la supervivencia del peronismo. La mediocridad y complicidad de los partidos opositores –todos– a quienes sindica de hacerle el juego a la derecha. Y últimamente, el debate interno de sus colegas de Carta Abierta que discuten más francamente entre populismo y democracia y entre re-re y renovación peronista. “Ellos” fueron Menem y los '90. “Ellos” son Clarín y la prensa independiente. “Ellos” serán, en el futuro, Daniel Scioli, José Manuel de la Sota, etc., todo lo que se oponga al poder de la líder. Al fin y al cabo, el populismo ha sido a través de la historia más el recurso de los autoritarios y las dictaduras que la fuente ideológica de gobiernos populares y democráticos.

(*) Publicado en la edición impresa de la Revista Noticias del 2 de noviembre de 2012.

por José Antonio Díaz

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