Al casi presidente de los argentinos Alberto Fernández, no le cae bien Bugs Bunny, le gustan los perros tipo Lassie y, de golpe, repentinos fans le piden que reparta besos y "buenas noches" como el Topo Gigio, pero no por la tele blanco y negro sino por Twitter.
Anoche hasta bien tarde (pasada la 1 de la mañana avisó que se iba a dormir), la cuenta oficial de Alberto (@alferdez) estuvo super activa respondiendo mensajes, deseando suerte a pibes que rinden exámenes, saludando a pedido por cumpleaños, dando ánimo a una familia que se le vino abajo el techo de la casa y aclarando que era él, en persona, el que estaba tuiteando. Que no era un community manager ni tampoco sus perros Prócer y Dylan, porque Dylan el perro de Alberto tiene cuenta de Twitter. Como Connan, el mastín ingles del inefable economista mediático Javier Milei.
Desde que Cristina lo ungió candidato a la presidencia hasta hoy, Alberto multiplicó por 14 sus seguidores de la red social del pajarito. Pasó de 46 mil a 600 mil. Ahora debería multiplicarlos por nueve, si pretende llegar a los 5.600.000 seguidores que tiene Cristina en esta plataforma. Hago un paréntesis: quien crea que le estoy dedicando este espacio a hablar pavadas, le cuento que anoche, mientras Alberto tuiteaba con frenesí, su casi par norteamericano, Donald Trump, postraba un fotomontaje en homenaje a Rocky Balboa con su cara puesta en un Photoshop sobre el físico aún musculoso de Sylvester Stallone desafiante.
Los presidentes modernos se construyen en Twitter. Se comunican directamente con sus hinchas de ese modo para no dejar su imagen sólo en las incómodas manos en los medios de comunicación tradicionales, por más digitales que se hayan vuelto.
En uno de los tuits de anoche, un tal Lucas le dijo a Fernández: “Fui muy crítico tuyo en el pasado. Hoy te banco a muerte. Ojalá pueda tener un saludo tuyo”. Y Fernández le respondió: “Es bueno dejar de criticarnos y es mejor empezar a oírnos. No lo olvides. Abrazo grande”. Fue el único tuit de esta cadena con contenido profundo. Por lo visto, el presidente electo tiene una mala predisposición a la crítica. Tal vez lo considere cosa de adversarios cuando no de enemigos y no un sano ejercicio del debate público en democracia. Ojalá me equivoque y, como prometió Alberto, vuelvan mejores.
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