Empieza otra Argentina: liberal, dolarizada y aún incierta. La eligieron el 55,69 por ciento de los votantes. Javier Milei, el candidato de La Libertad Avanza, se impuso con comodidad a su contrincante de Unión por la Patria, Sergio Massa, que obtuvo sólo 44,3 puntos. Para el ganador resultó vital el pacto que cerró con Mauricio Macri y Patricia Bullrich, quienes le transfirieron los sufragios de Juntos Por el Cambio luego de que esa fuerza quedara fuera de carrera para el ballotage, y cuando Milei parecía estancado en su ascenso.
Es aritmética: la suma de los 30 puntos que él había cosechado en octubre y los 24 obtenidos por Bullrich es la que hoy configura la nueva mayoría social con la que arranca su gobierno el líder libertario. Massa, por su parte, no logró repetir su triunfo de las elecciones generales: sólo creció 8 por ciento entre octubre y el ballotage, mientras que el Presidente electo casi duplicó sus votos.
En medio de la euforia de su búnker, Milei agradeció “muy especialmente” a Macri y Bullrich por el “acto de grandeza desinteresado” de apoyarlo. También mencionó a su hermana Karina, “sin la que nada de todo esto hubiera sido posible”. Y dijo sobre las reformas económicas que se vienen: “La situación es crítica, los cambios que necesitamos son drásticos. No hay lugar para gradualismos, para la tibieza”. A quienes se opongan a esos cambios les advirtió: “Dentro de la ley todo, fuera de la ley nada”. Finalmente, recurrió a una cita bíblica que se puso de moda en su espacio: “La victoria no depende de la cantidad de soldados, sino de las fuerzas del cielo”. Él ganó con muy pocos, al frente de una fuerza que sólo tiene dos años de vida.
El acuerdo con Macri y Bullrich, invitados al búnker de la victoria, ayudó a Milei en la fiscalización del ballotage. Ahora hay que observar cómo convivirán en el poder. Es cierto que el boquense generó una fractura en su propio espacio -Horacio Rodríguez Larreta, los radicales y Elisa Carrió no lo acompañaron en el acuerdo con La Libertad Avanza-, pero supo reinventarse una vez más. Se considera el garante del gobierno libertario y quiere sumarle sus nombres al staff de Milei. Guillermo Dietrich, Germán Garavano y Federico Sturzenegger son sólo algunos.
Milei ganó ampliamente en casi todo el interior del país -por ejemplo, arrasó en la Córdoba de Juan Schiaretti- y en la Ciudad de Buenos Aires, y sólo perdió en la Provincia, aunque por un margen mínimo de un punto que pone en duda cuánto fervor le dedicó el aparato oficialista a militar la candidatura de Massa. Ese territorio, gobernado por Axel Kicillof, ahora se convertirá en el refugio de Cristina Kirchner y los suyos. Por otro lado, el voto en blanco -al que llamaban los radicales y Carrió, entre otros- alcanzó 1,5 por ciento y la participación no fue buena: sólo 76 por ciento. Síntomas de lo que los cientistas políticos llaman insatisfacción democrática.
El voto a Milei expresa el descontento ante el status quo y premia su discurso anti política y su fundamental promesa de erradicar la inflación. Tuvo mayoría de electores jóvenes, pescó apoyos en todos los segmentos sociales, desde los countries hasta las villas, y ganó a pesar de las excentricidades políticamente incorrectas de su discurso, como el cierre del Banco Central, la reivindicación de la dictadura, la legalización de la venta de órganos, la libre portación de armas o el fin de la educación pública como hoy se la conoce. Ni siquiera su deslucida performance en el debate presidencial de hace una semana le restó votos. La exigencia de cambio por parte de la sociedad resultó más fuerte que el miedo a lo desconocido.
En las horas previas al ballotage, el candidato salió al cruce de esos temores amplificados por los comunicadores del oficialismo. En un video dirigido a los votantes indecisos afirmó que no se proponía privatizar la educación ni la salud y que no permitiría la libre portación de armas. Sólo le faltó pedir disculpas al Papa por llamarlo “el maligno”. Macri también grabó un mensaje en el que les explicó a sus seguidores que él y su fuerza se encargarían de contener a Milei y aportarle “experiencia” y “calma”, y que no dejarían pasar sus proyectos más polémicos en el Congreso. Queda el recurso de los DNU.
En el búnker de Massa reinaba la decepción. El candidato se apuró a reconocer el duro traspié antes de que se hicieran públicos los primeros datos oficiales. “Me he comunicado con Milei para felicitarlo y desearle suerte”, dijo, y agradeció a “los 11 millones de argentinos” que lo votaron. También se acordó de sus padres, de su esposa Malena Galmarini y de sus hijos. De Cristina Kirchner, la jefa del movimiento, la que resistió hasta último momento la idea de su candidatura y casi no se mostró en la campaña, no dijo nada.
¿A Massa lo dejaron solo en la recta final del camino? Episodios como el del faltante de naftas -con YPF, una caja camporista, cruzada de brazos en medio de aquella crisis- alimentan las sospechas sobre cómo jugaron Cristina y su tropa en el ballotage. A la vicepresidenta, según esa lectura conspirativa, le convenía más un triunfo de Milei que uno del tigrense, que hubiera apurado la jubilación definitiva de ella. Hubo otros “cajones de Herminio” que también perjudicaron al candidato, como los escándalos de corrupción del yate de Insaurralde y de las tarjetas de débito de “Chocolate” Rigau, y, de fondo, la inestabilidad cambiaria y los números rojos de inflación y pobreza. Aun así, es algo increíble que el ministro de Economía de una Argentina en crisis permanente haya podido mantenerse competitivo en las urnas. Las razones son dos: que la oferta opositora en un principio estaba dividida y que el rival a enfrentar en la segunda vuelta, Milei, generaba una evidente inquietud en parte del electorado.
En las generales de octubre, cuando salió primero, Massa no dejó subir a nadie con él al escenario de su búnker para festejar, una actitud que le valió reproches. Quería evitar a los piantavotos del kirchnerismo. Esta vez enfrentó el resultado rodeado por el resto de la troupe, pero con CFK a miles de kilómetros, en Santa Cruz. Sobre el final de la campaña, el candidato incluso les pidió en privado a Máximo Kirchner y los suyos que no se dejaran ver en los medios. Esos destratos se le vuelven en contra ahora que está en discusión la futura jefatura del espacio, que el tigrense tenía asegurada sólo en caso de llegar a la Presidencia. Se sabe que el peronismo perdona cualquier cosa menos la derrota.
Los mercados aguardaban con nerviosismo el discurso de Milei para saber a qué atenerse. ¿La dolarización será una realidad inmediata o se implementará en el mediano plazo? ¿Y con qué reservas? ¿El Banco Central seguirá en pie a pesar de lo anunciado en campaña por el flamante Presidente? ¿Cómo y cuándo serán las correcciones en el mercado cambiario? ¿Habrá devaluación? ¿Qué subsidios se eliminarán? ¿Todos? ¿Quién será el ministro de Economía? ¿Qué pasará con el comercio con China y Brasil, cuyos líderes fueron calificados de “comunistas” por Milei?Aún hay pocas respuestas. Empezarán a llegar a partir del 10 de diciembre.
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