¿Qué es el poder? Esta es una pregunta que, desde Aristóteles hasta acá, se hicieron una y otra vez las grandes mentes de la sociedad. Pero, a pesar de los miles de intentos, no hay aún una respuesta clara. Quizá nunca la haya. O quizá nadie se lo preguntó todavía a Paolo Rocca, el hombre más rico de la Argentina, el dueño de los hilos del círculo rojo que gambeteó el escándalo de los cuadernos y cuya sola mención parte al medio hoy al Gobierno. El dueño de Techint tiene en sus manos la obra pública más emblemática del último lustro, la que, piensan varios en el Gobierno -y entre ellos un preocupado Alberto Fernández-, podría ser la que incline la balanza electoral si llega a estrenarse antes de la mitad del 2023. Es que sobre el gasoducto Néstor Kirchner se concentran, como si fuera un Aleph hecho de hierro y con olor a interna, todos los miedos y todas las broncas de un Frente de Todos a punto de estallar. El Roccagate, además, se cargó a Matías Kulfas y junto a él, piensan varios funcionarios ya derrotados, también murió el sueño de un albertismo empoderado e independiente. Es que, como podría atestiguar la historia argentina del último siglo, en todos lados está Paolo.
A todo gas. A quien tomó todo esto por sorpresa es a Pablo González. Quizás haya sido porque el titular de YPF llegó más que cansado al aniversario número 100 de la empresa argentina. Hay que entenderlo: literalmente tuvo que recorrer ida y vuelta el país sólo para ver si podía lograr el milagro de juntar y hacer hablar a dos que estuvieron 90 días sin dirigirse la palabra.
González, hace un mes, visitó a Fernández para pedirle que asista al evento. El Presidente le contestó que le parecía que era más un tema de CFK -fue en su presidencia que se estatizó la compañía- y que debería ser ella quien lo protagonice. Por eso González emprendió una aventura, y viajó hasta El Calafate sólo para ver sí podía convencer a la vicepresidenta. Ahí la situación se empezó a convertir en una tragicomedia, una postal repetida en este Gobierno. Cristina le dijo que no quería compartir escenario con el Presidente, idea que González le transmitió al apuntado cuando regresó de Santa Cruz. Alberto, quizás preocupado por el vacío institucional que iba a tener ese emblemático acto, le dijo que entonces él iría a ocupar la silla. Pero el jueves 2, a última hora, un llamado sorprendió al titular de YPF. “Pablo, ¿qué va a hacer Alberto? ¿Va a ir? Bueno, entonces yo también voy”, decía, desde el otro lado del teléfono, CFK. González había logrado lo que nadie en tres meses, y eso que en el medio lo habían intentado popes del Gabinete como los ministros Jorge Ferraresi, Gabriel Katopodis y Juan Zabaleta, todos en oportunidades distintas. Pero el reencuentro, que en la previa ya se imaginaba picante, tuvo un desenlace aún más inesperado.
Luego de un corto mano a mano entre los dos, que duró poco más de cinco minutos antes de subir al escenario, Cristina habló ante el país y lanzó varios dardos. Había uno, apuntado directo a Rocca y a la licitación por el gasoducto, que rebotó por todo el círculo rojo. “Quien provee los caños es una gran empresa multinacional de origen argentino, que hay que pedirle que la chapa laminada que hacen en Brasil la hagan acá. Muchachos: no podemos seguirles dando 200 millones de dólares para que se paguen ustedes mismos en la empresa subsidiaria que tienen en Brasil. El balance, Alberto, del 2021, les triplicó el del 2020”. Y también lanzó uno que tenía de destinatario a Kulfas: “Hay que sentarse con los empresarios, pero no como amigos sino pidiéndoles que devuelvan algo”.
Aunque los que hablaron con el Presidente apenas terminó el acto lo notaron más que conforme con cómo salió y con el hecho de volver a mostrase en público con la vicepresidenta, el hombre había advertido que la situación podía escalar. “Quédate tranquilo, no hagas nada”, le dijo Alberto, en un escueto mensaje de Whatsapp, a Kulfas. Pero el ministro no le hizo caso y se cavó su propia tumba.
La salida de Kulfas, un histórico de Alberto que tenía oficina en Callao cuando se fundó el ahora malogrado grupo con el nombre de esa calle, que era el único en tener un despacho propio en el búnker en San Telmo durante las elecciones, y que era el hombre que más representaba el pensamiento económico del mandatario, fue un tsunami dentro del Gobierno. Un terremeto que llevaba la sombra de Rocca en el medio.
Omnipresente. A pesar de que a simple vista pueda parecer extraño, el megaempresario italo-argentino tiene una presencia más fuerte dentro del círculo rojo con este gobierno que con el anterior. Su sombra se hizo notar ya durante el arranque de la pandemia, cuando el Presidente -en un momento en que todo el país seguía lo que decía cada vez que hablaba y lo premiaba con el 80% de aprobación- lo trató de “miserable” por intentar cerrar una planta con casi 1500 trabajadores. Sin embargo, la bravuconada no pasó de eso y ahora, casi dos años y medio después, la relación es otra. Alberto vio bien que Techint se quedara con la licitación para construir los caños que irán al gasoducto. “Es que es la única empresa que lo puede hacer ahora. No es un tema de preferencia, es un tema de tiempos”, le explicó a uno de sus economistas de referencia, que cenó con él en el último tiempo. El hombre, que conoce de la obra pública y de las mañas de los empresarios, le había sugerido dividir esa adjudicación y buscar que una parte la haga China. La tajante respuesta del Presidente lo dejó sorprendido. Es que quizá se haya perdido algunos capítulos.
Los que son parte del círculo presidencial dicen que no es raro que cada tanto Alberto cene con Rocca -con el que habla muy seguido-, una práctica que en los últimos tiempos empezó a incluir también al ministro de Economía, Martín Guzmán. Son encuentros que, dicen los que hablan con ambos costados de la grieta, se dan en un marco de diálogo y cordialidad. Además es un evento que tiene lógica política: el grupo -que incluye a Tenaris, la empresa que hace los caños en cuestión, a la siderúrgica Ternium, a Techint Ingeniería y Construcción, a la minera Tenovaene, a la petrolera Tecpetrol y a Humanitas, del mundo de la salud- emplea en total a 56 mil personas, y facturó, sólo en el 2021, US$ 27.100 millones. Para dimensionar, ese monto es casi tres cuartos de la deuda de Argentina con el FMI, pero eso es sólo lo tangible. Lo intangible tal vez pesa más: Rocca tiene terminales aceitadas con popes de todos los partidos, diálogo con pares del mundo entero, y logró monopolizar el poder de los dos grandes grupos empresarios del país. En la Asociación Empresaria Argentina (AEA), la organización que nuclea a los grandes dueños de la Argentina, ya era desde hace tiempo el mandamás, pero en la Unión Industrial Argentina (UIA) su desembarco fue una novedad. A mitad del año pasado Rocca logró colar a Daniel Funes de Rioja como su nuevo presidente -con la rareza de que un abogado, que no es dueño de ninguna industria, llegue a capitanear esa cámara-, en lo que fue un escándalo de proporciones en el mundo empresarial. Ignacio de Mendiguren, hoy presidente del banco público BICE que entonces pugnaba por ese lugar, explotó y lanzó duras acusaciones contra Rocca. “Yo nunca pagué coimas. Y por eso nunca tuve que confesar en un juzgado haber pagado coimas. Terminemos con un grupo que asusta con la lapicera. Como una vez dijo Paolo Rocca, delante mío: 'nosotros no queremos participar en las entidades, queremos la gobernabilidad'”', dijo “el Vasco”, en un dardo directo contra el italo-argentino y su participación en la causa de los cuadernos, en la que el entonces director de Techint, Luis Betnaza, había confesado pagar coimas. Una ironía: luego del último escándalo que desató la vice, Sergio Massa, en la tarde del sábado 2, le insistió con dureza a Alberto para que desgine a Mendiguren como reemplazante de Kulfas.
De cualquier manera, a Rocca el misil le resbaló. De hecho, el retiro -al menos público- de Betnaza desde el escándalo coimero hizo que el megaempresario ocupe aún más protagonismo dentro de Techint y también en las relaciones institucionales del grupo, que antes delegaba en su ladero.
Barro. Kulfas dio una entrevista apenas terminó el acto de la polémica, y luego aprobó un mensaje enviado en off a la prensa, en el que se apuntaba a los funcionarios de Enarsa, la empresa pública del sector enérgetico que controla el kirchnerismo, por hacer una licitación “a medida de Techint”. Quizás en el enojo que impulsó a Kulfas a patear el tablero estuviera el hecho de que la licitación de la que se había quejado CFK había estado involucrada su propia tropa.
Pero el mensaje contenía groseros errores técnicos -un dato que llamó la atención hasta a la propia tropa de Kulfas, acostumbrada a trabajar bajo la rígida exigencia del otrora ministro- y, además, algo más grave: en ese off se denunciaba un contubernio entre el cristinismo y Rocca. “A Cristina le podés decir de todo, ¿pero acusarla de beneficiar a Rocca, con el que siempre se llevó pésimo? Es no conocerla”, explica un ladero vicepresidencial. Fue una provación que hizo estallar la precaria tregua, que en aquel momento todavía no llegaba a cumplir 24 horas, por los aires. “Y eso es lo peor, no podemos sostener ni un día las buenas noticias”, se lamentaba un funcionario nacional.
Los que estaban en Olivos en el arranque de ese sábado 4 juran que, en los primeros minutos, Alberto quería evitar echar a su ministro. En ese intento había varios -en el oficialismo apuntan a los sobrevivientes del Grupo Callao- presionando al Presidente en ese sentido, pero finalmente un envenado tuit de CFK quejándose del “dolor” que le provocaban los “ataques” de este tipo dinamitó todo por los aires. En la Quinta, sin embargo, aseguran que una certera intervención del todoterreno secretario general, Julio Vitobello, ya había logrado convencer a Alberto de que tenía que echar a Kulfas. El lunes 6 -a contramano del consejo que le dio ese mismo sábado Massa, que, una vez más, insistió ante el Presidente sobre la idea de hacer un megaministerio productivo con un hombre suyo a cargo-, el mandatario recibió en la Rosada a Kulfas, que fue con su hijo. Para ese entonces la Justicia, vía denuncias de la oposición, ya se había empezado a mover (ver recuadro). Luego el saliente ministro se despachó con una larga carta que le valió críticas hasta de los que lo defendían dentro del Gabinete. “Irte de un Gobierno insultando en público es de traidor”, se despachó un preocupado ministro.
De todo el episodio, los que conocen tanto a Alberto como a Cristina se quedaron con una impresión. “El debate, y por eso CFK dice lo de la lapicera, es por la manera en que cada uno entiende el poder”, dice un funcionario de primera línea. El hombre comparte un diagnóstico que varios de los que hablan con la vice también tienen. “Todo esto es porque ella está preocupada por lo finito de las reservas del Central, y porque si nos quedamos sin dólares terminamos mal”, dice. La adjudicación del armado de los caños le va a costar al fisco 500 millones de dólares (200 para hacer las chapas y 300 para transformarlas en caños). Este es el centro del planteo de la vicepresidenta: ella tiene miedo de que la situación económica se descontrole. A Guzmán hace rato le dejó de tener fe y piensa que Alberto no termina de entender lo grave de la situación. Que no entiende los resortes de la economía, que no entiende el poder y, sobre todo, que no termina de entender quién es Paolo Rocca ni cómo hay que lidiar con él.
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