Sergio Tomás Massa tuvo que levantar el celular. Es verdad que no le habían dejado muchas más opciones. En un acto en Morón ante cinco mil personas, dos días atrás, Máximo Kirchner había reaparecido en público luego del intento fallido de asesinato de su madre, y había repartido dardos para todos lados. La sorpresa fue que, por primera vez desde que es ministro de Economía, las críticas del líder camporista también cayeron sobre el tigrense. “Las cerealeras nos pusieron de rodillas y hubo que darles otro dólar para que liquiden”, dijo, en un misil que alteró la más que precaria paz que había en el Frente de Todos desde que el otrora presidente de la Cámara de Diputados asumiera su nuevo desafío. Días antes, la propia vicepresidenta había publicado un tuit en el que por primera vez en meses hablaba de la economía, haciendo pública su preocupación. Por eso es que Massa no tuvo más remedio que hablar con el hijo de ella. Teléfono rojo.
El contenido de la llamada del lunes 3 es un secreto guardado bajo siete llaves, un hermetismo que tanto Máximo como Massa le impusieron siempre a las charlas que mantuvieron desde que volvieron a hablarse, cuando promediaba el 2017 y el armado del Frente de Todos estaba todavía lejos. Pero alguna fibra tocó esa trabajosa conversación. Al día siguiente, Andrés Larroque, el secretario general de La Cámpora que no se mueve sin la venia de Cristina o de Máximo, salió a aclarar en una entrevista que Massa “contaba con el respaldo para tomar las medidas necesarias” y que “todos están tirando para el mismo lugar”. Es que así parecería que va a ser la vida del ministro de acá hasta, al menos, las elecciones del año entrante: un constante tira y afloje con el kirchnerismo. Un paso atrás, ¿y dos adelante?
Laberinto. Massa fue el primero de la cúpula del oficialismo en hablar con Cristina. Rápido de reflejos, la llamó apenas trascendió el intento de magnicidio, en la primera de las dos conversaciones que tuvieron en la noche del jueves 1° de septiembre. El ministro quedó sorprendido por la serenidad con la que hablaba la vicepresidenta.
Casi un mes después, la dueña de la mayoría de los votos volvió a sorprender a Massa. Por primera vez en un largo tiempo -en el que se había dedicado con exclusividad a sus entuertos judiciales y luego al fallido atentado-, Cristina volvió a hablar de la economía, en un momento en que la inflación sigue en niveles altísimos y la recuperación del poder adquisitivo de los trabajadores parece un sueño. “Estamos ante un fenómeno de inflación por oferta y no por demanda. Las empresas alimentarias han aumentado muy fuerte sus márgenes de rentabilidad. El ministerio de Economía ha trabajado duro, pero es necesaria una política de intervención más precisa y efectiva”, dijo la vicepresidenta en un tuit, que alteró los ánimos. No parecía nada comparado a los dardos que le enviaba el kirchnerismo a Martín Guzmán, pero era una señal de que el verano de paz para Massa había llegado a su fin.
Sin embargo, lo más llamativo del cortocircuito fue lo que sucedió el miércoles 28 de septiembre, en la presentación que hizo Massa del Presupuesto 2023 que busca que el Congreso apruebe. Primero porque Gabriel Rubinstein, su viceministro -cuya designación había levantado polvareda en la tribu K por su pasado ancristinista-, pareció contestarle a Cristina cuando dio una explicación técnica para afirmar que, a contramano de los dichos de la vice, los problemas económicos no se daban “por las empresas”. “Es nuestra responsabilidad que todo esto mejore”, dijo.
No fue lo único que generó suspicacias en esa jornada. Massa dijo tres veces que “sentía que estaba dando sus últimos pasos en la política”, una declaración que no se suele escuchar en boca de ningún político y mucho menos del tigrense. Aunque algunos especularon con que era un mensaje al kirchnerismo pensado para que no tiren la cuerda por de más, pronto el radiopasillo oficialista ofreció una nueva versión: que el tigrense, por lo menos hasta fin de año, no quiere levantar olas sobre una posible candidatura para el 2023, con la cual no deja de soñar. En varias declaraciones en encuentros privados, de hecho, Massa declaró que se ve compitiendo por ese cargo, pero en el 2027. “Sergio es muy vivo. Sabe que ahora tiene que tener perfil bajísimo y laburar, levantar la economía y nada más. Va a tirar declaraciones de ese estilo para ahuyentar fantasmas”, dice un diputado que lo conoce bien. Y pone un ejemplo: desde que asumió como ministro todavía no dio ninguna entrevista.
Futuro. El primer día que entró a su nuevo despacho, Massa mandó a apagar los monitores que siguen en vivo la cotización de la Bolsa y las reservas del Banco Central. A casi dos meses de su asunción como ministro esa situación sigue igual, y con un agregado: el tigrense sigue sin usar el escritorio en el que trabajaba Martín Guzmán, y prefiere una mesa redonda, más grande, que está enfrente, que siempre tiene llena de papeles.
Ahí están los grandes desafíos que tiene una economía al límite. La inflación de septiembre va a volver a ser alta, atacando una vez más el bolsillo de los trabajadores. Mientras, crujen las reservas del Central. La jugada del dólar soja, la que hizo enojar a Máximo, llegó a su fin: ahora es temporada de liquidación de maíz y no fue una buena cosecha. Y también está el FMI. El Fondo tiene que aprobar la revisión del último trimestre del año, un tema que tiene a todo el ministerio pendiente.
En esta frágil línea se mueve Massa. El kirchnerismo -que festeja como un logro propio los bonos a trabajadores formales y a los informales antes de fin de año- ya avisó que meterá presión. Es la delgada línea roja.
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