Después de años conduciendo Cocineros Argentinos, la carismática Ximena Sáenz decidió dejar el programa por un tiempo. No estaba en sus planes cumplir el viejo sueño postergado de abrir su restaurante propio, pero los planetas se alinearon y así sucedió. Casa Sáenz se instaló en Belgrano, un barrio de muchos cafés y pocos restaurantes, y se convirtió instantáneamente en un éxito de público.
Lo lindo de Casa Sáenz es que todo sabe a comida de hogar, un hogar en donde se cocina rico, claro. Hay una barra de guarniciones –brócolis asados con palta y quinoa; mujadara, un arroz aromático con lentejas, especias y cebolla frita; entre otras – y una serie de proteínas para complementarlas. Una de ellas es el pollo pastoril hecho en el horno de barro -¿hay algo más “de hogar” que el pollo al horno?- con una salsa verde hecha con una mezcla hierbas de hierbas que aportan una frescura única. También hay milanesas, pesca del día, ojo de bife, todo lo que nos gusta comer a los argentinos, pero con una vuelta de tuerca.
Cocineros Argentinos dejó una huella importante en Ximena, quien se empapó en esos años de la cocina de las distintas regiones del país. Así, por ejemplo, hay platos como el chipá guazú - un pastel de choclo guaraní- al que eligió ponerle un corazón de brie. El lema de la casa es La cocina está viva, y ésto hace referencia, entre otras cosas, a la evolución de las recetas tradicionales.
Al mediodía se suman a la carta sanwiches y tartas (de hinojos con tomates y queso feta) y para la tarde hay tostados originales (provolone, tomate y salvia), y una pastelería variada y deliciosa: pastafrola de nuez con membrillos, banofee (tarta de dulce de leche con banana y crema), tarta galesa con jengibre confitado, y “la mejor torta de cumpleaños”, de chocolate belga y dulce de leche.
Hay platitos para picar a cualquier hora del día -buñuelos griegos de tomate, patagonzola con peras y nueces, morrones con semillas de trigo tostado- y una excelente selección de vinos de las ocho regiones vitivinícolas de Argentina.
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