★★★ La pandemia de Covid-19 y la consiguiente cuarentena, nos hizo sentir lo vulnerables que podemos ser ante situaciones imposibles de controlar. El encierro obligó a pensar, a soportar convivencias extremas a aquellos que comparten su vida cotidiana con otros familiares o a la reclusión absoluta de los que viven solos. Algunos se dedicaron a probar recetas de comidas, otros vieron temporadas completas de series, hubo los que leyeron cuanto libro tuvieran y hasta quienes acomodaron el placard. Pero una vez consumadas estas faenas, quedábamos sumidos en nuestros propios pensamientos y la sensación de estar aislados se acentuaba.
A los personajes de “Un papel en el viento”, la nueva pieza de ese cabal hombre de la cultura que es Pacho O’Donnell, les ocurre algo parecido, están condenados al tormento de sus propias conciencias. Atrapados en un ambiente cerrado, casi un corral de madera que rememora una barraca de campo de exterminio, sin posibilidad de salir. No están detenidos, sólo esperan y recuerdan, sacudidos cada tanto por una voz estentórea que resuena como la de Hitler, tratando de reconstruir qué les ocurrió, aunque los recuerdos que anidan en su memoria demuestren contradicción entre lo que realmente son y lo que soñaron ser.
En la historia, René (Pablo Flores Maini), es un médico sin matrícula, fantasea con tener reconocimiento e intenta mantener el orden dentro del espacio. Bill (Juan Manuel Correa), tiene una personalidad explosiva que siempre busca imponer y fantasea con llegar al máximo puesto dentro de una empresa. Mónica (la actriz trans Emma Serna), especula con la idea de llegar al estrellato, como una gran intérprete. Finalmente, Diego (Nicolás Amato García), era un prometedor jugador de fútbol que se vio obligado a retirarse prematuramente del deporte. Aquí no revelaremos lo que sucederá, pero estarán exigidos a tomar una decisión trascendente con la aparición de Ishmenda (Julieta Pérez).
Daniel Marcove, desde la dirección, insufló un poco de aire a una trama críptica muy bien interpretada por un elenco entusiasta. Tanto la escenografía de Héctor Calmet, como la iluminación de Miguel Morales, aportan misterio y acentúan el clima opresivo del encierro.
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