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CULTURA | 31-12-2019 11:11

Juan Grabois: "Tengo una cuestión de piel con el progresismo porteño hipócrita"

En su nuevo libro de ficción, “Los siete pecados argentinos”, propone una ética que combate al capitalismo. Feminismo y clases sociales. "También me rompe mucho las pelotas la hipocresía de los curas", agrega.

Juan Grabois tiene bronca. La tuvo durante los últimos cuatro años y, en especial, desde la muerte de Santiago Maldonado. Dice que ese sentimiento oscuro se le anidó en el pecho al punto de que la ira se transformó, de a ratos, en odio. Era una repulsión profunda contra el anterior gobierno, contra Mauricio Macri, contra las marchas del #SiSePuede, contra los índices de pobreza que no pararon de crecer, contra los usuarios anónimos de las redes que lo persiguieron con insultos y ataques.

También lo enojaron las “críticas esnobistas e hipócritas” del progresismo local hacia valores tradicionales que él rescata, hacia la Iglesia que preside su amigo Francisco y hacia lo que esa institución representa. Grabois se cansó de que lo corrieran por izquierda, de los dardos de los que él llama “rebeldes domesticados”. El dirigente, que en esta entrevista hablará del bien y del mal y de la lucha por intentar desnudar esa dicotomía sin morir de infelicidad en el intento, cuenta que logró enjaular esa mezcla de sensaciones turbulentas en una prisión de papel. Son más de 200 páginas que acaba de publicar Editorial Paidós bajo el título “Los siete pecados argentinos. Una historia de demonios”.

“Escribir fue mi terapia”, cuenta sobre su segundo libro, una ficción con ribetes teológicos donde curas, feministas -personajes que construyó con la ayuda de su amiga, la legisladora Ofelia Fernández-, prostitutas y financistas inescrupulosos debaten entre sí sobre los ángeles y demonios de la sociedad posmoderna.

Juan Grabois: Venía desde hace tiempo con la idea de la contradicción que hay en la cultura contemporánea, que plantea la deconstrucción de la moral, donde vale prácticamente todo, donde los viejos valores tradicionales frente a los que cualquier joven se rebela naturalmente ya no son valores hegemónicos, donde lo que antes se consideraba malo o pecado, desde el punto de vista religioso, ya no asusta a nadie. Y sin embargo, no vivimos en una sociedad más libre, subsisten las injusticias con una mayor sensación de opresión individual.

Noticias: Trabajó el libro junto a Ofelia Fernández. ¿Qué ideas cambió en ese proceso?
Grabois: Hay una que me gustó mucho: todos los hombres sólo por el hecho de nacer hombres en esta sociedad somos opresores, porque tenemos un privilegio. Yo le planteé que ella también tiene un privilegio por ser de clase media y haber ido al (colegio) Carlos Pellegrini. Ella estuvo de acuerdo. La conocí hace un año y medio, en plena ebullición del movimiento feminista en 2018 y le tengo un profundo respeto. Cuando la conocí veía que pasaba con ese tema algo que pasa en otros: las que hacen libros de la revolución de las hijas tienen 40 años, y la voz de las hijas apenas está. Todos quieren ser amigos de las pibas pero nadie las quiere poner de legisladoras, todos quieren ser amigos de los pobres pero nadie quiere a un pobre de funcionario. Los sujetos de las transformaciones no están, están los que utilizan esas cuestiones para fortalecer sus lugares de poder.

Noticias: En el libro está el debate sobre hasta qué punto el feminismo es expresión de una transformación profunda o lo contrario.
Grabois: Creo que como todo movimiento es heterogéneo, hay cosas que son contraculturales y antisistema y cosas que lo refuerzan. Cualquier proceso que refuerce la primacía de los sectores medios y altos sobre las clases populares para mí es hegemónico. Hay algo de eso de que los sectores populares no tienen voz en ese proceso, y cuando compañeras que vienen de una villa quieren expresarse no pueden. Y también pasa eso en la política: en las listas hay hombres, mujeres, homosexuales, heterosexuales, pero desde el punto de vista de clase es casi exclusivo de los sectores medios para arriba. Y la cultura de la falopa y del boliche, que vienen con las relaciones abiertas, es parte de la cultura hegemónica, que está amparada por el sistema. El sistema fue absorbiendo eso que hace 20 años era contracultural. También es cierto que lo contracultural por contracultural en sí mismo no necesariamente es positivo.

Juan Grabois

Noticias: Propone que sería contracultural mirar a la Iglesia como una institución positiva.
Grabois: Hay una cultura global que incentiva la cultura del consumo. Después existe la cultura popular que tiene una profunda religiosidad, que en general los que venimos de un ámbito donde hay formación académica tendemos a mirar por arriba del hombro, con cierto snobismo. Eso es particularmente hipócrita cuando se disfraza de rebeldía. Una cosa es rebelarte contra algo que no tiene poder y otra es hacerlo contra algo que sí lo tiene. Hoy el poder de la Iglesia, como poder real, es exiguo, comparado con el poder del capital. Si enfrentás al capital, tenés reprimendas. Lo que ejerce el poder en nuestra sociedad hoy -como en el pasado pudo haber sido la Iglesia o el Estado- es el capital, los intereses económicos.

Noticias: ¿La Iglesia sirve de protección?
Grabois: La iglesia, como toda religión tradicional, es una barrera contra la penetración de los valores neoliberales. De mínimo, planteo que hay que ser respetuosos de la cultura popular. Eso es algo que en los centros urbanos, en las izquierdas y en los sectores politizados, que no tienen contacto con la cultura popular, cuesta comprender. Además, hay una necesidad de mostrar de que su posición es la posición contrahegemónica. Por ejemplo: en la última marcha del Clima, unos pibes veganos casi cagan a palos a una señora de un barrio que vendía choripanes. Era una mina ganándose el mango y los chetitos puteándola. ¡Y esos pibes piensan que son revolucionarios! Ahora: esos pibes no van a poner una bomba en la Shell, están apretando a una pobre mina que vende choripanes. Una rebeldía domesticada, sistémica, aceptada.

Noticias: ¿Perdió poder la Iglesia? En la votación para legalizar el aborto jugó fuerte.
Grabois: Perdió poder de influencia sobre los gobiernos, sobre la vida. Lo del aborto es una característica de Argentina. Sigue habiendo poderes residuales, pero la Iglesia no es lo que hegemoniza la estructura de poder en el mundo.

Noticias: Se ve en el libro, y en esta entrevista, que para usted la Iglesia es un tema central. Lo molesta la crítica hacia ella.
Grabois: Uno nunca sabe si es el huevo o la gallina, si hay una cuestión de piel con el progresismo porteño hipócrita que me acercó más a la religión o fue al revés. Pero también me rompe mucho las pelotas la hipocresía de los curas. Con el tema del aborto hay hipocresía fuerte de los dos lados. Unos dicen que están defendiendo una vida, porque se supone que desde la concepción hay vida. Entonces, ¿cuál es la diferencia entre ese embrión y los embriones que congelan los laboratorios de fertilización asistida y después descartan? No vi a ningún cura quejándose de eso. Entonces, a la mayoría no les creo: están buscando sostener un status quo. Tampoco les creo a muchos y muchas que dicen que sus preocupación son las mujeres pobres que mueren por abortos clandestinos, y no les creo porque nunca gastaron una emoción para ir a visitar a una de esas compañeras a sus ranchos. A eso lo llamo hipocresía, sobre todo cuando no hay una coherencia, como decía el Che, entre lo que uno piensa, lo que uno dice y lo que uno hace. En Ofelia veo una coherencia. Nunca la jugó de militante barrial, siempre se paró como una piba de clase media, del Pellegrini. En el Papa veo una coherencia: entre cómo vivió toda su vida, lo que dijo y lo que hizo cuando tuvo la posibilidad de hacer algo. El problema lo tiene el que pretende pedirle al Papa que piense como Ofelia, o al revés.

Ofelia Fernandez

Noticias: El libro recorre los siete pecados en la actualidad. ¿Hay una búsqueda de diferenciar al bien del mal?
Grabois: Trato de llevar las cosas a cuestiones elementales. Para mí existe el bien y el mal. No todo es relativo, creo que hay algunos valores absolutos. Uno tiene que tratar de hacer el bien y combatir el mal, y eso que parece una verdad de perogrullo es algo que en la modernidad neoliberal está cuestionado. Para mí tener hábitos de consumos excesivos está mal y hace mal. Pero si hacés una encuesta sobre los hábitos de consumo, más del 80% te va a decir que están bien o que les da lo mismo. Normalizamos cosas que están mal. Para mí está mal engañar a tu compañera o compañero, para mí no es una pavada traicionar la confianza de alguien. Banalizar eso, me parece, engendra una sociedad de mierda. Y esto lo planteó desde un lugar de alguien que hace muchas cosas que están mal, desde un lugar de pecador si se quiere. Pero no trato de aliviar ese sentimiento de culpabilidad por hacer algo que está mal diciendo que todo da lo mismo. A mí no me da todo lo mismo.

Noticias: ¿Pero quién define el bien y el mal?
Grabois: Ahí están las tradiciones morales, tienen que ver con la cultura judeocristiana que es la nuestra, la occidental. La moral es una construcción de los pueblos y de la historia, del poder y de las luchas. Hay una trama histórica que construye un determinado sentido del bien o del mal. La moda ideológica vigente en los últimos 30 años es que esa trama histórica hay que eliminarla y deconstruirla. Yo creo que si eso se elimina sin construir una moral alternativa el resultado es una sociedad peor. De la construcción moral judeocristiana, ¿todo es inválido? ¿O hay cosas, esenciales, profundas y vigentes, que hay que actualizar y repensar? ¿Plantear que nadie puede determinar lo que está bien o está mal te hace más libre o menos libre?

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Juan Luis González

Juan Luis González

Periodista de política.

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