Días pasados, en el Museo Evita, en reunión con un grupo de periodistas, Felipe Pigna comentaba que el edificio que alberga a la institución es el único que queda en pie de lo que fuera la inmensa obra de la Fundación Eva Perón. La bella casona fue un hogar de tránsito para madres que viajaban a la ciudad por cuestiones médicas y logró sobrevivir al furor y el odio de la Revolución Libertadora. El Albergue Warnes, por ejemplo, proyectado como el más grande hospital de niños de Sudamérica, al igual que otros edificios emblemáticos del período peronista, cayó en el abandono hasta ser dinamitado en el año 1991.
En el mismo encuentro, le preguntaron a Pigna si su reciente biografía de la ex primera dama (“Evita, Jirones de su vida” -Planeta-) tenía algún dato inédito sobre su vida. El historiador respondió no fue ese el objetivo de su libro, sino aportar una mirada actual sobre el relato de una vida acechado por la intolerancia y incomprensión. Una lectura que diera cuenta de la oposición que la persiguió hasta la muerte, ensañándose con su cuerpo y su obra.
En la columna que el historiador escribió para NOTICIAS con motivo de los 60 años de la desaparición de Eva Perón, “Si Evita viviera” (que transcribimos a continuación), recorre los puntos principales de una historia personal que se erigió en contra de lo esperado en una mujer, en una primera dama, en una “descamisada”. Como todo mito, el de Eva se desglosa en lecturas múltiples, culturales, políticas y de género. La consciencia de su excepcionalidad aumenta con el tiempo y amplia su valor con cada generación. Y la intuición de Perón al depositar tanta responsabilidad en su figura, como señala Julio Bárbaro, tampoco puede ser menospreciada.
Aunque pasen los años, sumergirse en la historia de Evita siempre resulta apasionante. Hacia ella conducen los caminos cruciales de la política argentina y del desarrollo social de las mujeres del país. Eva, siempre presente, se abre al debate y el análisis. Porque los mitos son inagotables.
A continuación, cinco miradas sobre Evita Perón que fueron publicadas en la edición impresa de NOTICIAS.
UNA MUJER PRÁCTICA Por Alicia Dujovne Ortiz
LAS DOS EVAS Por Daniel Santoro
SI EVITA VIVIERA Por Felipe Pigna
INSEPARABLES Por Julio Bárbaro
UNA MUJER PRÁCTICA Por Alicia Dujovne Ortiz
La belleza de Evita, su trágico final, su incitación al deseo (decía que los pobres están demasiados tristes para poder desear, y que por eso ella no les ofrecía cosas sencillamente útiles, sino maravillosas y lujosas), todo eso que la rodeó como un halo dorado ha creado un malentendido en torno a su figura.
Es como si Evita con sus regalos de muñecas rubias y de vestidos de novia hubiera representado el sueño y no la realidad. Lo cierto es que su gran creación, la Fundación que llevó su nombre, destruida por la Libertadora hasta Evita como mito personal adquirió para mí un nuevo contenido cuya fuente de inspiración fue un izquierdismo prepolítico entretejido con cierto gusto romántico por el mal de la literatura negra que reiteraba mi punto de vista sobre Gardel. Esa rara mezcla me llevó a ver en Evita a la gran hetaira a quien el destino permitía vengarse de la sociedad que la había humillado. Esa fue la idea rectora de mi primer escrito sobre el peronismo publicado en la revista “Contorno” (1956).
En cierto modo, retomaba la interpretación antiperonista de “esa mujer” a partir del resentimiento, pero el signo negativo lo transformaba en positivo, al señalar su rechazo por los valores convencionales burgueses. Ese mito negro era un peronismo imaginario inspirado en “Les Temps Modernes” contrapuesto al peronismo real, “un peronismo divino” diría David Viñas parafraseando a la “gauche divine”, aunque él mismo tenía su propia visión que no quedó de ella ni el más mínimo rastro, fue un modelo de organización y honestidad que en la Argentina no ha sido superado nunca. Pensada en sus menores detalles por una mente femenina clara y por un espíritu práctico, esa institución fluida y antiburocrática dependía de ella por entero.
Es cierto que sin su sacrificio personal, y sin su autoritarismo, la Fundación Eva Perón no habría existido. Sin embargo, en épocas como la nuestra, cuando en el mundo entero la burocracia impide llegar al pueblo sumergido para escuchar directamente de sus labios lo que piensa, lo que necesita y lo que quiere, el recuerdo de Evita se impone no por el mito, no por la leyenda fascinante y conmovedora, sino por una reflexión sobre lo que su obra tuvo de más original: la “distribución directa de la riqueza” de la que hablaban sus amigos los anarquistas, y el acercamiento sin barreras a la gente real.
LAS DOS EVAS Por Daniel Santoro
Desde hace unos 14 años, trabajo el tema del peronismo y en particular, la figura de Eva Perón. El ícono de Eva continuó creciendo en estos años hasta constituirse, mas allá de su filiación política, en un objeto cultural identitario e incluso en un souvenir turístico. Junto al ícono del Che Guevara son dos de las figuras de mayor significación en Occidente.
Sin embargo, Eva ofrece una lectura polisémica y más compleja que la versión casi unívoca del Che fotografiado por Korda. Desde “la mujer del látigo” hasta el “hada buena”, desde la diosa destructora Kali, que podría desmontar nuestras ciudades y hacer que hasta el último ladrillo sea peronista, a su presencia como Virgen María, mediadora entre “el Dios” Perón y su pueblo, sin olvidar aquella ninfa primordial de cabello suelto y sexuada, que operó como seductor emblema político de los ’70. Todas son figuraciones posibles de Eva, pero la raíz de todas se funda en su tarea política.
Eva llevó adelante la traumática y urgente tarea de democratizar el goce y es ahí donde se instala el fantasma del negro peronista feliz y gozante, aquel que a la par de los blancos se ubica justito en la carpa de al lado en la Mar del Plata del veraneo popular o pasea y consume en la Avenida Santa Fe o Florida. Pero sabemos que el negro goza “solamente por el fruto de la violencia y la corrupción”, no casualmente esas son las dos imputaciones básicas usadas para desmontar la legitimidad de cualquier gobierno peronista.
La esperanza es que la fiesta del negro acabe pronto (junto con el parquet del chalecito) y que seguro termina mal. Creo que esta es la visión que establece el balance entre ambas Evas. Si hay un “hada buena” es porque del otro lado se oculta la malvada (revolucionaria) que viene por lo nuestro (¿por todo?). Ese es el fantasma que continúa operando y se asoma en la 9 de julio, a través las dos imágenes que realizamos con Alejandro Marmo en el edificio de Acción Social.
A propósito de esto, hace unos meses una nota en un ”matutino de gran circulación” volvía sobre el tema, asegurando en un detallado informe que según el cariz del discurso de la Presidenta cambiaría la Eva (mala o buena) que guarda sus espaldas en cada alocución. La realidad que me consta es que algunos inconvenientes con la figura de la maqueta (particularmente la caída de una ceja del retrato y su posterior reposición) determinaron un par de giros arbitrarios de la misma. Bastó que esto sucediera para que el fantasma tomara vida y se convirtiera en código, intentando conjurar la angustia que la presencia de Eva Perón todavía provoca en algunos. No les sucede así a los miles de turistas que se fotografían con esas imágenes para mostrar que realmente estuvieron en Argentina.
SI EVITA VIVIERA Por Felipe Pigna
Si Evita viviera, qué problema, ¿no? Pero No. Se murió hace rato, allá por 1952. Un sábado a la noche arruinándoles la salida a varios y la vida a otros tantos. La ciudad se llenó de flores y crespones negros, y se fue... Ave-Eva. Maldición inicial de la Biblia. La mujer como lo opuesto a lo sagrado. Maldición ser Eva en un mundo de Aves. Hija natural cuando lo natural no era bueno. Los “hijos naturales” quedaban fuera de la naturaleza humana, y Evita, desde chiquita tuvo que ubicarse por ahí, en los suburbios de la vida. Nació en Los Toldos tres años antes que la radio y unos meses después de la Semana Trágica.
Evita tuvo que entender pronto cosas que llevan su tiempo aprender. No iba a tener nunca ciertas cosas: un papá, una familia, un auto, en fin. Pero ella no quería aprender esa lección. Conoció el hambre y la humillación, los zapatos apretados y rotos y la mirada para abajo. Soportó en varias fiestas patrias la dádiva de las señoras respetables que le acariciaban la cabeza con cierta prevención. Ahí empezó a odiarlas prolijamente.
La vida fue desmesurada con Eva y ella fue desmesurada con la vida. Su confesor la definió como un fuego que quema, pero se consume a sí mismo. Fue poderosa y se vengó con la minuciosidad de los sufridos. No dormía, comía poco. Trabajaba todo el día, sabía que el tiempo no le iba a alcanzar. Su cuerpo se estremecía ante el dolor de sus “grasitas”. Hospitales, hogares, la república de los niños y la ciudad infantil, miles de casas y máquinas de coser, colonias de vacaciones, campeonatos de fútbol, asilos de ancianos, todo era para ellos. Les ganaba de mano a las señoras decentes y se hacía traer de París las últimas colecciones de moda, las joyas. Los grasitas disfrutaban al verla como una reina.
Una de ellos, como una reina. ¡¿Ha visto qué modales?! ¡Qué indecencia! decían las dueñas de la decencia, de los desplantes de Evita. Caprichosa, con mucha niñez sin estrenar, con mucho por vivir y poca vida.
En los '70 se reescribió la Historia: si Evita viviera sería montonera. Evita no vivía, Perón sí y no sería montonero. Había que enseñarle a Perón que Evita era esta, la resucitada, la de hora, no la que él conoció. Pero “el viejo” no quiso aprender, estaba cansado. Y la Evita montonera quedó tan lejos como la posibilidad de que viviera otra vez. “Perón, Evita, la Patria Socialista” y el último Perón, el que amenazó y cumplió con “hacer tronar el escarmiento”, la evitó decididamente.
INSEPARABLES Por Julio Bárbaro
Cuando Perón gobernaba, muchos la veían como una carga negativa a su imagen. Con los años, los de izquierda la eligen abanderada y la separan del General. Desaguisados de los supuestos pensadores, esos que impotentes para modificar la realidad se dedican a contar lo que imaginan que pasó.
Perón y Evita son inseparables, el General eligió un destino y a ella para ejecutarlo. Son una pareja que expresa la síntesis de una sociedad, la de un orden capaz de constituirse desde el dolor y la bronca de los caídos.
Evita es todo lo que la clase burguesa desprecia, no tiene ni apellido ni transparencia en su vida privada, viene de muy abajo y es la voz de aquellos que se le parecen. Perón es un general que quiere sintetizar a la nación, y solo con Evita ese imposible se vuelve realizable. Para la derecha, Evita era lo cuestionable; para la izquierda, lo reivindicable; para el pueblo, una parte esencial de la pareja.
Y ella nunca separó al pueblo de Perón. Era la polea de trasmisión entre los necesitados y el gobierno, y el final se inicia con su muerte. Era un símbolo, el de la mujer sin la cual el hombre no es hombre, el de la mujer que solo se siente realizada al servicio de su hombre.
Ni feminismo ni machismo, pareja en serio, encuentro de amor al servicio de una causa. Y la lealtad, la de verdad, esa que pasa por la entrega y jamás por la prebenda. Evita era la causa, sus discursos carecían del decorado de los cultos a la vez que enardecían por la rabia de los caídos.
En los barrios solían poner su foto en los balcones con una vela encendida en el aniversario de su muerte. Y esa foto era muy parecida a una estampita, a esas imágenes que rememoran a los santos. La oligarquía la decoraba con todos los pecados capitales, ella expulsaba a las damas de la Caridad como Cristo a los mercaderes del templo.
Evita no les hablaba a los pobres, ella se hablaba a sí misma, estaba desgarrada como todos aquellos a los que nadie les regaló un mañana, o mejor dicho se lo robaron. La verborragia de izquierda la hace revolucionaria y lo deja a Perón reformista, lo hacen porque intentan olvidar lo que ella opinaba de gente como ellos.
Evita era pueblo y Perón, era acción y nunca explicación, era lealtad a la causa y no a los beneficios. Estaba para unir y no para dividir o separar. Era la dureza como también la dulzura. Y su vida fue tan intensa que duró muy poco y tan trascendente que su legado no se acaba nunca.
La seguían los descamisados, los humildes gestores de un destino colectivo. En el '55, la oligarquía mostraba en las calles sus zapatos y tapados, esa ropa que el pueblo sentía propia cuando la usaba ella.
Hasta su cadáver fue prisionero de la derecha y la izquierda que nos derrocaron en el '55. Pero nada pudieron hacer con su legado ni siquiera separarla del General. A través de ellos dos, los humildes ingresaron en la historia. El resto es hojarasca.
MI EVITA Por Daniel Guebel
Evita es la primera mujer que vi desnuda. Al menos así aparece en mi recuerdo. Pasados los años, tengo que pensar que la imagen de su cadáver pálido y disecado, con el pelo tirante y la piel de la cara pegada a los huesos, no debía de estar sin ropas. En la foto en sepia de la revista “Así”, seguro que ella estaba cubierta por una túnica de lienzo, y sin embargo en mi recuerdo aparece desnuda. Tal vez en los entresijos de la memoria se filtre, menos que lo visto, el modo en que la mente opera sobre el horror para vestir de carne y vida el proceso de la muerte detenida. Supongo que la foto es una de aquellas que le tomó la Libertadora para certificar su faena, o tal vez la tomaron un rato antes de que entregaran el cadáver al viudo en Puerta de Hierro.
Que Evita siga siendo una representación argentina depende poco de la realidad de los hechos históricos, en los que tuvo un rol secundario. Fueron su entrega al ardor, su ardor por la entrega, su estilo trágico para abandonar los fastos en pos del mejor papel que el mundo del espectáculo pudo proporcionarle, los que la volvieron nuestra Virgen María.
El peronismo sobrevive porque disputa el manejo de la totalidad en todos los ámbitos y se piensa a sí mismo como un organismo unicelular que puede absorber radiactividad y usarla para expandirse. En cambio, Evita es peronismo pero también es algo más abstracto, especial y distinto. Evita nace a la precaria inmortalidad desde la beneficencia que se trasmuta en amor. A su lado, Perón, que inventó la Fundación para parodiar esa práctica oligárquica, superarla y volverla útil a sus propios fines, queda como un mero conductor.
Así, Evita, de instrumento ocasional se vuelve primer hito en la conversión del peronismo en un fenómeno religioso. Corriendo de lado el detalle del género, su vocación de sacrificio la asemeja también a Cristo, que lo dio todo en holocausto a la humanidad y a la ausencia del padre, mientras que la momificación la lleva aún más atrás en el tiempo, al mito fascinante de Isis y Osiris. Evita es el punto de quiebre de la política y su pasaje a la mística.
Con el culto ritual de los muertos, la ambición monumentalista y la pasión por los líderes convertidos en faraones o en héroes de cómic, el peronismo aspira a la eternidad y busca su cuna bajo las arenas del desierto, en las pirámides de Egipto.
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