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SOCIEDAD | 14-10-2014 11:31

Quién es "el arisco", el hombre que crió al nieto de Carlotto

Vive en el campo y se lo ve poco. Los vínculos con el presunto entregador y la mujer que le contó a Ignacio Hurban que era adoptado.

La estancia no tiene nombre. Desde la ruta, es una tranquera y listo. Ni cartel, ni arco, ni cerca pintada. En realidad, la ruta tampoco es una ruta: es un camino de tierra al que se llega a través de otro camino de tierra después de recorrer 24 kilómetros de asfalto maltrecho que sí es una ruta y conecta Olavarría con Colonia San Miguel, el paraje en el que creció el nieto de Estela de Carlotto. Un candado y una cadena separan esas 400 hectáreas del resto del mundo: del otro lado, allá lejos, hay una pequeña cantera, caballos, animales de corral y dos casas. La más grande fue de Carlos Francisco Aguilar, el hombre al que Ignacio Hurban señaló como su entregador ante la Conadi.

En la más chica aún hoy viven Clemente y Juana, sus padres de crianza. Apenas diez metros separan las viviendas de los puesteros y el patrón, quien falleció en marzo. Sus hijos y nietos pasan tiempo en la estancia y se cruzan a diario con los Hurban, que siguen allí a pesar de estar ambos jubilados y de la compleja situación judicial que enfrenta a ambas familias. “Es gente de campo, muy buena, que lo crió con amor”, repitió la titular de Abuelas de Plaza de Mayo, en diversas entrevistas, desde el feliz hallazgo. A pesar de la política histórica de la institución, no hay reproches por un ocultamiento que duró 36 años y sólo se quebró tras la muerte de Aguilar. “Hay que entender la presión por el vinculo laboral”, los justifican.

A Clemente Hurban, Ignacio le dice “papá”, pero sus vecinos lo llaman “el arisco”. “Es un hombre callado. Si antes se lo veía poco, ahora menos. No sale para nada”, dicen. El lunes 6 salió: fue en persona hasta la comisaría de Olavarría para notificarse del pedido de indagatoria emitido desde el juzgado federal de María Romilda Servini de Cubría. Llevaban cinco días sin poder ubicarlo cuando se presentó solo. En Buenos Aires, su defensora oficial ya había elevado un pedido de recusación contra la jueza, coincidentemente también cuestionada por Carlotto. Ella le reclama una cuestión de competencia para que la causa sea trasladada a La Plata, donde su hija Laura estuvo secuestrada. Entre tironeos, quedaron suspendidas las declaraciones de Hurban y otros dos citados: el médico que figura en la falsa partida de nacimiento y una mujer que habría sido la pieza clave para que el músico decidiera a someterse a los análisis genéticos que lo convirtieron en el nieto recuperado 114.

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Nacimiento. La partida trucha dice que Juana Rodríguez de Hurban parió el 2 de junio de 1978 en Alsina 2858. No es un hospital sino una casa particular del centro de Olavarría, también propiedad de Aguilar. Hasta el día de hoy vive allí su viuda, Susana Clara Mozotegui, al cuidado de una empleada que la asiste desde que padeció un accidente cerebro vascular. Allegados a la familia juran que incluso le afectó la memoria y que no estaría en condiciones de declarar si fuese convocada. Pasa el día asomada a la ventana del frente observando el movimiento de la calle pero sin jamás pisar la vereda. “No la molesten, no está bien”, pidió a NOTICIAS la empleada que la cuida. “No tenemos nada para decir”, se excusó Jerónimo Aguilar, el mayor de los hijos. Se dedica a la equitación y es un hombre conocido en el partido por sus méritos deportivos. “Los Aguilar son buena gente, a los Hurban siempre los trataron como a parte de la familia, más allá de que ahora Pacho diga otra cosa. Quiere proteger a sus padres y como el patrón ya se murió...”, desliza un amigo de la familia. Pero lo cierto es que el domicilio de Aguilar aparece relacionado. Olavarría se divide entre quienes sostienen que, en la influyente Sociedad Rural, el difunto nunca pasó de vocal y quienes le atribuyen amistad directa con Verdura, el militar que le señalan al propio Ignacio Guido y que está siendo juzgado en otra causa de lesa humanidad.

Las novedades del juicio se actualizan todos los días en los medios locales. La última semana, los testigos insistieron en hablar de la información que manejaban algunos civiles en Olavarría, de amigos de militares, del club de rotarios. Todos guardaron silencio. Hoy, Ignacio Guido se refiere a las dudas sobre su identidad como “un ruido”. El sonido fue más claro en su último cumpleaños: la mujer que le contó que era adoptado se llama Celia, tiene 55 años y militancia política. Tiene miedo. No les contó a sus compañeros de trabajo que tiene algo que ver en la restitución y ninguno sabía que estaba citada a declarar el miércoles 8. No la conocen en los grupos de Derechos Humanos locales y nadie la espera en su casa, en las afueras de Olavarría. Los tironeos judiciales demoran un testimonio que ya escuchó Ignacio Guido, que es clave para asignar responsabilidades y que ella solo piensa repetir ante la Justicia.

Marina Abiuso

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por Marina Abiuso

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