El miércoles 25 a las 10.01 de la mañana, el jefe de Gabinete, Marcos Peña, les deseó "muchas felicidades" por Twitter a los reporteros gráficos en su día. Recién 31 minutos después, cuando las redes sociales estallaban de reproches, burlas e insultos para el alto funcionario por haber abordado una fecha de origen dramático con el tono festivo de un cumpleaños, tuiteó de nuevo: "También recordamos a José Luis Cabezas y su compromiso con la profesión, reafirmando nuestro deseo de que haya justicia". Pobre Marquitos Peña, no pegó una. Su "también" sonó a "ya que estamos", a "de paso, cañazo", a demorada rectificación sin hacer olas. Y ni hablemos del deseo de que "haya justicia" mientras se están cumpliendo 20 años de un asesinato espeluznante con todos los culpables (salvo dos, que murieron) gozando de algún nivel de libertad. Primero me di por ofendido y definí con el tan de moda "pelotudo" a Peña, de lo cual me arrepentí enseguida y aprovecho ahora para pedir disculpas en público. Quedé preocupado. Es que dos décadas después de Cabezas continuamos hablando, por ejemplo, de mafias enquistadas en las aduanas aeroportuarias y de policías gerenciadores del delito. De esa maraña surgieron los asesinos del fotógrafo de NOTICIAS.
No la desató el exitismo frívolo y primermundista del menemismo y menos aún el progresismo inconsistente de la Alianza; el duhaldismo quedó en veremos, cacería policial de Kosteki-Santillán mediante; los K ocultaron ese problema y otros tantos bajo el tragedismo permanente (y fatigante) del relato... Ahora, el macrismo se juega entero a esa suerte de "mejor dejemos de ponernos densos y vivamos el momento" que lo lleva a cantar el feliz cumple en un velorio. ¿La superficialidad banal servirá para resolver asuntos graves que no supimos solucionar en 33 años de democracia? No parecería. Tal vez el verdadero cambio consistiría en darle un sentido práctico, quirúrgico, ni retórico ni especulativo a la memoria en vez de desmemoriarnos con la excusa de que todo lo K pinta bajón.
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Bien Presente
Conocí dos lagos alucinantes, cada cual en su estilo, con José Luis Cabezas.
El Xolotlán, en Managua (noviembre de 1995), estrella volcánica de una ciudad centroamericana que sobrevivió como pudo a los terremotos, la revolución, la contra y el híper desempleo.
Y el de Como, en la frontera de Italia con Suiza (septiembre de1996), territorio de autos lujosísimos, jamones inolvidables y palacios medievales.
Y todo gracias a dos pelados.
A Nicaragua fuimos para reconstruir la vida del guerrillero argentino Enrique Gorriarán Merlo, apenas cayó preso en México y lo trajeron para Campo de Mayo.
A la Lombardía llegamos con la misión de perseguir a Domingo Cavallo, que acababa de ser echado del gobierno por Carlos Menem en medio del escándalo desatado por su denuncia contra Alfredo Yabrán y las mafias, y se iba a dar unas conferencias.
Viajar, compartir habitaciones, desayunos, almuerzos, cenas y por qué no unas copas al final de la jornada, une o aleja. Revela lo que uno nunca ha llegado a ver del otro.
Cabezas no era un valiente: lo vi tener miedo ni bien bajamos en el Aeropuerto Augusto C. Sandino.
Nada que ver con un súper héroe, pero frenó un avión con el pie derecho en Miami, durante la escala de regreso.
José Luis se hacía el duro, nomás: yo lo vi llorar en la autopista Milán-Torino.
Creo en la imperiosa necesidad de recordarlo vivo, trabajando.
Porque amaba la vida.
Y porque trabajaba de revelar aquello que nadie percibe a simple vista: la zona oscura donde los poderosos suelen exhibir sus verdaderos rostros.
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Miedo
Al llegar a la capital nicaragüense se había extraviado su equipaje. Mientras él hacía el trámite para recuperarlo, compré los diarios locales. En la tapa del matutino sandinista "Barricada" se anunciaba el arribo, esa misma mañana, de "dos espías argentinos tras los pasos de Gorriarán", quien tenía rango de héroe nacional por haber organizado el atentado mortal contra el ex dictador Anastasio Somoza en Asunción del Paraguay, en1980.
—¿Quiénes serán, los viste? -me preguntó cuando le mostré el periódico, mirando hacia todos lados.
—Somos nosotros, José...
—¿Cómo nosotros, qué tenemos que ver con la Side? Vámonos a la mierda de acá, chabón...
Los servicios sandinistas, para los cuales había trabajado Gorriarán, seguían muy activos pese a que ya no estaban en el poder. Dos periodistas de allá que habíamos contratado desde Buenos Aires para que nos ayudaran, nos contaron que fuimos seguidos todo el tiempo.
—¿Y cómo lo saben?
—Pues... Porque nosotros mismos formamos parte del operativo, cumpas -confesó uno de ellos, llamado Noel Irías, antes del abrazo de despedida.
En la detención de Gorriarán Merlo habían actuado efectivos de la Side argentina, comandados por un tal Jaime Stiuso. ¿Les suena?
Pie. El viaje a Nicaragua era con escala y cambio de aerolínea en Miami. De regreso, el vuelo nocturno de American se suspendió por fallas técnicas y se lo reprogramó para la mañana siguiente. Yo no había tramitado la visa estadounidense y debí permanecer, virtualmente detenido, en un hotel dentro de la estación aeroportuaria. Quienes sí tenían visa pasarían la noche en otro alojamiento, en la ciudad. Cabezas entre ellos y también el colega Miguel Wiñazki, quien había trabajado con nosotros en NOTICIAS y de casualidad tomaba la misma máquina.
Por la mañana, pasaban y pasaban los minutos y a los indocumentados no nos llevaban a embarcar. El aviso por handie al guardia que nos controlaba llegó sobre la hora y fuimos trasladados literalmente a la carrera hasta la manga. Cuando entré al avión, José Luis me gritó desde su asiento:
—¿Dónde mierda estabas, chabón?
—Y... ¡en cana!
Mientras subía mi bolsito al portaequipaje, Wiñazki me contó que el avión no había despegado en el horario establecido porque ambos alertaron a la tripulación de mi ausencia y discutieron fuerte cuando la decisión de partir estaba tomada.
—Este avión no puede salir, hay un pasajero desaparecido. Es un periodista argentino de un medio muy importante -intentó convencer Miguel W. al jefe de cabina, en el inglés que le salió.
—Perdón, caballero, pero no es en este país donde desaparecen las personas -se ofuscó el hombre, con acento bien latino, y se dispuso a cerrar la puerta
—¡Este avión no sale! -se impuso Cabezas.
—¡Sí, sale! -prosiguió la maniobra el uniformado.
—Entonces sale sin mí, porque acá está faltando una persona que nadie nos dice dónde está y yo no me voy sin saberlo -definió el reportero gráfico, interponiendo la pierna derecha entre la puerta y el marco.
Justo avisaron por radio que los pasajeros faltantes ya estábamos ingresando a la manga.
Nos reimos durante todo el viaje recordando anécdotas de Managua y volviendo una y otra vez sobre la cabronada de Cabezas, que había frenado un avión con el pie para rescatarme.
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Lágrimas
Cernobbio es una aldea de pescadores junto al Lago de Como, camino arriba de Milán rumbo a Lugano, primera localidad suiza de los Alpes entrando desde el sur. Un pueblito encantador, donde mandan las campanadas de la Igliesia San Vicenzo y la imponente arquitectura barroca del Hotel Vila d'Este, montado sobre un palacio del Siglo XVI. Allí vimos, mientras seguíamos a Cavallo por todo el Piamonte, los cinematográficos operativos de seguridad de los conferencistas más ilustres del evento, el israelí Shimon Peres y el palestino Yasser Arafat, francotiradores y buzos lacustres incluidos. El ya ex ministro argentino se iba de allí para Torino, última parada del viaje. Cabezas manejaba el Fiat Punto de alquiler por la autopista, pasado como poste caído por una que otra Ferrari, un Lamborghini, un Alfa Romeo. Iba con bronca José Luis, mascullando cosas inentendibles.
—¿Qué te pasa?
—No tengo la foto, boludo...
—¿Cómo que no? Si sacaste como diez rollos ya -porque todavía no existía la fotografía digital y se sacaban diapositivas.
—Yo sé lo que te digo, chabón, no la tengo -y se largó a llorar.
—Bueno, no te pongas así que además estás manejando. Te exigís demasiado, ¿no te parece? Tiene que haber fotos bárbaras en estos lugares del carajo.
—El lugar es lo de menos, lo que importa es la luz. Y la mayoría de las cosas las pudimos hacer al mediodía, que es la peor hora. No podemos venirnos hasta acá y hacer cagadas.
—Bueno, ahora en Torino lo convencemos de hacer algo a la tarde. Pero creo que exagerás...
No me acuerdo de Cavallo posando a la tarde. Sí de la noche con Cabezas en la explanada del río Po, junto a uno de esos puentes que al espejarse en el agua dibujan unos túneles exactamente redondos, fantasmales. Tomamos cervezas exquisitas hasta la madrugada. Extrañaba Buenos Aires. Su hija más chiquita, Candela, estaba por cumplir dos meses. En casa era primavera, antesala de un verano fatal. De esos que te parten y te marcan para toda la vida. Para cada día, digo.
*Director de Contenidos Digitales en Editorial Perfil
por Edi Zunino*
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