La idea de la mesa chica del presidente Mauricio Macri era suavizar la imagen de ultramilitar que el titular de Aduana Juan José Gómez Centurión tiene y muestra con orgullo. Era demasiado “de derecha”, inclusive para ellos. Con ese objetivo lo pegaron a la ministra de Desarrollo Social, Carolina Stanley, abriendo containers no reclamados para repartirlos entre ONGs, cooperativas y municipios. Siguiente paso: un recorrido por los medios para “humanizarlo”.
Pero a mitad de la gira televisiva algo salió mal: Gómez Centurión se enroscó en una discusión sobre la dictadura: “No es lo mismo ocho mil verdades que 22.000 mentiras”, disparó. Y completó: “No hubo un plan sistemático para desaparecer personas”.
En ese instante, el intento por mostrarlo menos “facho” fracasó. Y comenzó el plan B. Primera medida, bajarlo de la agenda mediática de esa semana: “Preferimos resguardarlo”, avisaba la gente de prensa a los productores. Segunda medida, como sucede ante cada sacudón que recibe el Gobierno, la jefatura de Gabinete se convirtió en un comité de crisis. “Lo cuidamos mientras evaluamos los daños”, comentó una fuente interna en off the record. Y tras 24 horas llegó la evaluación: si los coletazos eran irreparables, no quedaba otra que separarlo; pero si el temblor pasaba, quedaba en su cargo.
El temblor pasó y el comité de crisis vio una oportunidad. No sólo salvó el pellejo de su “soldado”, sino que logró que la discusión se polarizara y el Gobierno quedó en el lugar que, consideran, más le conviene: De un lado, Cristina tuiteando que “Gómez Centurión es Macri”, el kirchnerismo denunciándolo por apología del delito y Hebe de Bonafini pidiendo “que lo echen a la mierda”. Del otro lado, el PRO, pidiendo perdón por el exabrupto, pero mostrando que tampoco van a ceder ante el relato setentista. El negocio del Gobierno está allí, lo dicen las encuestas. Marketing facho modo “on”.
“La gente pide que endurezcamos la postura”, confiesa una fuente del PRO. En un par de semanas hubo varias medidas en ese sentido: menos feriados (incluyendo el debate por la movilidad del 24 de marzo), endurecimiento de los controles migratorios y el enfrentamiento con los manteros.
Como suele suceder en el PRO, todo estaba medido: una encuesta de Poliarquía de finales de enero, que nunca vio la luz pública, les mostró a los funcionarios que el 83 % de la gente estaba de acuerdo con las medidas “de derecha” de Macri.
En capilla. A pesar de que el control de daños funcionó, el enojo con Gómez Centurión fue importante. Y si no lo removieron de su cargo fue porque valoran el trabajo que hace en Aduana y no tienen un reemplazante a la vista, según analizan en la Casa Rosada.
Pero el ex militar no pudo ni asomar la cabeza de la trinchera por los disgustos que produjo dentro de su batallón. Enojó al Gabinete y algunos salieron a criticarlo, aunque tibiamente. Por caso, el ministro de Justicia Germán Garavano dijo que los derechos humanos eran “una cuestión de Estado”, y Stanley indicó que fue “un momento doloroso de la historia que no vamos a cuestionar”. Encendió a los radicales, mucho más comprometidos con la causa: “Los que son funcionarios se cuidaron de no pegarle demasiado, pero los dirigentes del partido le dieron fuerte. Y la militancia de base quería la renuncia”, cuenta un radical sobre su estrategia.
Consultado por NOTICIAS, el armador político Jaime Durán Barba se metió en la polémica: “Las frases de Gómez Centurión son propias de un ignorante extremista. No pueden ser parte de una estrategia”, sentenció, paradójicamente, el hombre que en el 2013 le dijo a esta revista que “Hitler era un tipo espectacular”.
Las polémicas frases sobre el pasado tienen muchos antecedentes en el PRO. El primero que tropezó fue Abel Posse, Macri dio que hablar al respecto en dos oportunidades (la segunda en el 2016, cuando ya era Presidente) y Lopérfido tuvo que dar un paso al costado de la cartera de Cultura de la Ciudad tras poner en duda la cantidad de desaparecidos.
Pero en la discusión ideológica sobre la dictadura hay un antecedente mucho más reciente: cuando el Gobierno modificó los feriados, eliminó los denominados “puente” y decretó que el 24 de marzo dejaría de ser inamovible. La oposición le saltó a la yugular y, ante las críticas, retrocedió. Una mojada de oreja más en eso que en el 2014 el actual presidente señaló como “el curro de los derechos humanos”.
En definitiva, el Gobierno apartó a Gómez Centurión cuando se lo relacionó a un caso de corrupción y lo bancó ante los dichos sobre la dictadura. La mirada contrafáctica indica que la gestión kirchnerista hubiese reaccionado exactamente al revés. El marketing de la ideología.
En el otro rincón. Los exabruptos “fachos” del PRO son un regalo del cielo para Cristina Kirchner. Ella también tiene un relato que bancar y no es tarea fácil. Los antecedentes de la ex mandataria durante los años de plomo no la ayudan: enriquecida con la ley 1.050 de Martínez de Hoz, firmó una solicitada manifestando que se encontraba en un “estado de derecho” y durante sus años en Santa Cruz no se hicieron misas en conmemoración al 24 de marzo. La bandera de los derechos humanos se levantaría mucho tiempo después.
En el kirchnerismo también tienen que hacerse los distraídos ante algunas declaraciones que son impropias de su postura de izquierda. En el 2009, Hebe de Bonafini atacó: “¡Váyanse de nuestra plaza bolitas hijos de puta! ¡Váyanse bolivianos de mierda!”. ¿Estará contenta ahora con la medida macrista de endurecer los filtros a la inmigración?
Con el Papa Francisco y Donald Trump también debieron cambiar de parecer. Ambos estuvieron sindicados como personajes “de derecha” en el llano, pero cuando llegaron al poder fueron ungidos por el manto peronista. Al Sumo Pontífice lo visitaron en más oportunidades en el Vaticano que cuando lo tenían a 100 metros, en Buenos Aires. Al presidente norteamericano lo abrazó con sus palabras Guillermo Moreno: “Trump es peronista” y agregó que le “enviaría los libros de Perón y Eva”. Cristina usó su Twitter para compararse con él: “Lo que votaron es alguien que rompa con el establishment económico”.
Pero el operativo ideológico no es exclusivo de este país. El presidente boliviano, Evo Morales, se metió en la discusión local sobre los inmigrantes para victimizarse: “Nuestros hermanos en Argentina no son delincuentes”. Cualquier parecido al mandatario mexicano, Enrique Peña Nieto, y su pelea con Trump, no es pura coincidencia.
En el país, mientras Macri refuerza su afinidad con su electorado aplicando medidas más duras, Cristina mantiene sus votantes progres protestando ante cada acción del Gobierno que considera “de derecha”. Ideología de Facebook, muchas veces más preocupados por la forma que por el fondo. Si no, ¿cómo se explica que la discusión pase por la cifra de desaparecidos?
“El oficialismo volverá a polarizar con el kirchnerismo (en las elecciones legislativas de este año)”, celebró Ernesto Sanz tras reunirse con Macri, el lunes en la Quinta de Olivos. Allí está la clave: el marketing facho PRO y progre FPV los favorece a los dos. “La gente tiene que elegir si quiere volver al populismo o avanzar en la línea del progresismo”, invitó Sanz, que reveló el objetivo de tanta polémica. Revolver las heridas para que la grieta no se cierre.
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