Un paro nacional es exitoso cuando demuestra algo que no se sabía antes o que no quería reconocerse, o al menos cuando consolida un dato que hasta ese día era una mera presunción. En términos de teatralidad política –como gusta teorizar cierta intelectualidad nac & pop-, ganar la calle no tiene rendimientos militares sino comunicacionales, que solo se concretan si aparece alguna novedad que beneficie la postura de alguno de los bandos en pugna. Se ocupan territorios mentales, no catastrales. ¿Cuál sería entonces el mensaje de este paro, qué buena nueva facciosa viene a anunciar?
No queda muy claro, si se mira desde el punto de vista de sus organizadores. La vidriosa conducción no parece haber avanzado casilleros en la conquista de poder interno (la izquierda piquetera seguirá en la suya), y mucho menos en el espacio más amplio de la opinión pública, que este año gana día tras día puntos de relevancia por su inminente rol electoral. En definitiva, ¿qué cambió a partir del paro?
Casi nada para el bando antimacrista, que con cada copamiento callejero confirma el hartazgo que le produce al resto de la población, y le recuerda por qué había votado con entusiasmo la promesa de cambio de Cambiemos, a pesar de los tarifazos y los bloopers oficiales que vinieron desde entonces. Ese recuerdo, reavivado por los que paran y marchan contra “este modelo”, podría alcanzar para aglutinar la base mínima de votantes que precisa el macrismo para reempoderarse de cara a la segunda mitad del mandato.
Si alguna novedad trajo este paro, fue el moderado avance simbólico que vincula al Gobierno con la ideología de la mayoría expresada en las últimas elecciones presidenciales. Una de las demandas permanentes ha sido la recuperación por parte del Estado de la autoridad sobre los espacios públicos de circulación, apropiada parcialmente por piquetes y cortes de variada reivindicación. El uso de la fuerza pública se había convertido prácticamente en un tabú, casi un equivalente a la violación de derechos humanos. Ese capítulo de la batalla cultural cerrado durante la “década ganada” parece reabrirse lentamente, a pesar del miedo a pisar el palito de la represión que paraliza a los funcionarios del PRO de diversos distritos. Y las escenas de choque entre uniformados y encapuchados por el control de las vías de transporte gana más voluntades del lado oficialista que del opositor, sencillamente porque de un lado –el del Gobierno y sus potenciales votantes- se fortaleció un código común, que incluso se tornó un poco más decible públicamente, más allá de que los que apoyaron el paro lo consideren “de derecha” o directamente “facho”.
Una cosa es cierta: desde hace unos días, las fichas se alinearon a favor del Presidente, que justamente en pleno letargo económico se encuentra con un inesperado clima de confianza ciudadana, justamente ahí donde se supone que ganaban los otros por goleada: en la calle.
*Editor ejecutivo de revista Noticias.
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por Silvio Santamarina*
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