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CULTURA | 19-06-2017 17:12

Cien años de soledad cumple 50 festejada por los lectores

El ícono de García Márquez llega al medio siglo. Birmajer, Sacheri, Ruiz Guiñazú, entre otros artistas e intelectuales, hablan de su influencia.

23.017,25 euros. Casi medio millón de pesos. Es lo que pide en el sitio de libreros anticuarios IberLibro.com, la casa Raptis Rare Books de Palm Beach, Estados Unidos, por un ejemplar usado, en estado casi excelente, con un pliegue suave en el lomo y un leve roce general. Además, está firmado: “Para Homero Luis Rofo, cordialmente, Gabriel García Márquez. 1967”. Se trata de la primera edición de “Cien Años de Soledad”, la que los coleccionistas llaman el Santo Grial, que Editorial Sudamericana terminó de imprimir en Buenos Aires el 30 de mayo de 1967 y empezó a circular ese 5 de junio. El autor ya tenía 40 años y hacía media vida que había empezado su carrera de escritor. Esa tirada inicial de ocho mil ejemplares se agotó en semanas; antes de fin de mes salió la segunda, y antes de fin de año hubo varias más. El resto, como es conocidísimo, fue un boom.

Según la Real Academia Española, esta novela fue traducida a más de 40 lenguas. ¿Cuántas ediciones existen? Más de 100. Es el dato más concreto en la trama bien macondiana que fue urdiendo este libro a lo largo de los continentes. La edición en ruso fue censurada por el régimen soviético en 1972 y se publicó sin alusiones sexuales. La edición pirata en mandarín circuló desde 1984 hasta 2011, cuando se imprimió legalmente en Shangai. La de Monte Ávila (Caracas, 1972) se hizo entre disputas porque la novela ganó el premio Rómulo Gallegos y las bases del concurso exigían la publicación en esa editorial, en desmedro de la que tenía contratado al escritor. Las escandalosas de La Oveja Negra (Bogotá, desde los '70 hasta principios de los '90) estuvieron rodeadas de acusaciones por estafas millonarias que terminaron en procesos judiciales y el retiro de las obras de García Márquez del mercado en su propio país. Toda una saga que llega hasta las dos ediciones conmemorativas que acaba de publicar Sudamericana, una con la portada original y la otra ilustrada por la chilena Luisa Rivera, ambas impresas en una tipografía elegante, romana con serif, que fue creada por el hijo del autor, el diseñador Gonzalo García Barcha. Y, por supuesto, está la edición canónica de la RAE (2007), con sus 756 páginas y su tirada de un millón de ejemplares, que fue la que laureó al libro como a una obra maestra.

La breve reseña del site de libreros anticuarios cerraba con este dato tentador: “A fines de los '70, fue votado por los editores del New York Times no sólo como el mejor libro publicado en los últimos diez años, sino como el que era más probable que se siguiera leyendo cien años después”. Dicen que García Márquez tenía un aura de atemporalidad. Algo parecido ocurrió con esta novela, que ya se había convertido en un clásico mucho antes de cumplir los 50. Y, parafraseando al ex presidente de la Academia Argentina de Letras Pedro Barcia, aunque Chesterton defina a los clásicos como libros de los cuales se puede hablar sin haberlos leído, a este, por cierto, casi todo el mundo lo leyó.

A continuación, periodistas, escritores, intelectuales, en fin; lectores famosos, nos cuentan qué representó para ellos internarse en la novela latinoamericana más importante de las últimas 5 décadas.

Fabián (Zorrito Von) Quintiero. Yo tenía 20 años, ya era músico y me lo regaló una chica que me gustaba: por eso lo leí, y porque era un libro de prestigio. Para mí siempre fue muy fuerte el título. Después, me acuerdo de que me impactó la música que encontraba en las palabras, y también en la forma como iba fluyendo la historia; de alguna manera, resonaba el lenguaje musical al que estoy más habituado, y seguramente por eso me dejé llevar hasta el final, porque en esa época no tenía muchas noches libres para leer. García Márquez es un peso pesado y este es uno de esos libros emblemáticos que te abren la cabeza, el pensamiento, la imaginación. (Músico y empresario gastronómico).

Eduardo Sacheri. Fue la primera obra suya que cayó en mis manos en una edición de tapa dura, apenas él había ganado el Nobel (1982), pero yo era chico y no me fue bien de entrada: llegó un momento en que los Aurelianos y los José Arcadios me confundieron. Recién después de varios intentos, cuando ya tenía 19 o 20 años y había pasado por otros libros suyos, pude gozar de esa complejidad que antes me había sido frustrante. Hay algo que me encanta y es esa ampulosidad voluntaria que utiliza, esa luminosidad en la forma que hace que el texto explote ante tus ojos desde la sensibilidad y las imágenes. Y otro rasgo cautivante es la reflexión acerca de Colombia y de América Latina, que es uno de sus legados. (Escritor)

Ricardo Bartís. Lo leí antes de los ’70 y me produjo un efecto de encantamiento. Me parecía que era un libro realista, descriptivo de lo más profundo de América. Es una referencia carnal en uno; su inscripción es más territorial que intelectual, atravesada por una fuerte emotividad. En una época de grandes miradas, con gran capacidad de cuestionar lo dado, fue una literatura muy feroz. (Dramaturgo, director y docente teatral).

Marcelo Birmajer. Seguro estaba en el secundario, en el '82 más o menos, y la debo haber sacado de la biblioteca de Gas del Estado, en la calle Alsina, pero en la primera lectura la fama le jugó en contra. Después la retomé muchas veces. De esta novela admiro profundamente el estilo, la prosa, la libertad narrativa, la poesía; pero a mí me falta una historia cerrada, que empiece y termine. En “El amor en los tiempos del cólera” es donde yo encuentro a ese escritor gigantesco. Creo que García Márquez le descubrió al idioma potencialidades inimaginables. (Escritor y guionista).

Magdalena Ruiz Guiñazú. Fue un libro que marcó mi vida. Siempre amé la lectura y disfruté de la fascinación por lo fantástico. Sin embargo, la alegría que siente el lector a medida que aquel tren desvencijado se va acercando a Macondo brinda un inmenso goce que introduce lo fantástico en nuestras vidas. Una hermana de Gabo me explicó que Remedios La Bella, que vuela al cielo junto con las sábanas que el viento debía secar, ¡era un ser de carne y hueso! Se trataba de una chica que trabajaba en su casa y, entre risas, las hermanas García Márquez no olvidaban los detalles que inspiraron al escritor para que el lector creyera realmente que estaba leyendo un vuelo angélico. Incluso, te diré que hasta los geranios que, aun ciega, la madre de aquella casa (que seguramente existe todavía) repartía en balcones y galerías simplemente cumplían con la función de asegurarse de que allí siempre hubiera flores frescas. Un soplo de perfume en un mundo desolado. (Periodista y escritora).

Marina Condó. Yo era lectora de Sydney Sheldon, y tenía un amigo que siempre me decía que tenía que leer libros en serio. Entonces, entré a una librería, estaba ahí y me dije: “esto es literatura de verdad, lo voy a comprar”. Convencida de que era una novela de amor. Y de golpe estaba en la locura que es este gran libro, me agarró totalmente de sorpresa. Yo tenía 15 años y me fascinaba ese señor que tenía un mundo en la cabeza. Después leí muchas obras suyas, fui muy fan. Si me preguntás mi opinión, me parece que en los '60 los autores creían que se podía cambiar. Y que por eso hay una mirada positiva en la novela, por más que cuente una tragedia, una luminosidad. (Booktuber y blogger).

Gonzalo Heredia. En la librería de Munro, revolviendo manuales y fotocopias del secundario, apareció un nombre que me sonaba: “Cien años de soledad”. Todavía tenía el estremecimiento en la piel de “Crónica de una muerte anunciada”, como esos reflejos que guarda el cuerpo. Pese a eso lo leí mucho después, ya entrando en la veintena. Lo que me apasionó fue la sensación viva de meterte en un mundo confeccionado por un escritor. Leyes, reglas, todo era verosímil, todo formaba una nueva realidad. Me acuerdo de que fue la primera novela que leí con un cuaderno al lado para apuntar y hacer el árbol genealógico. Y no la volví a leer, creo que para que eso quede así como está y no se transforme. (Actor, orador del programa AcercArte).

Federico Andahazi. Yo te puedo decir exactamente cuándo lo leí: estaba en segundo año, odiaba ir al colegio y, paradójicamente, me rateaba de las clases de Literatura para irme a las librerías de Corrientes, donde me compré la típica edición de Sudamericana. Todo ese universo me sedujo y es curioso porque compartía su lectura con la de los clásicos rusos –que estaban en oferta–, así que iba de la San Petersburgo helada de Dostoievski al trópico de Macondo. Una particularidad que me parece valiosa en García Márquez es su desparpajo; siempre escribió con mucha libertad, nunca se ató a las reglas. No ahorró oraciones largas, no ahorró adjetivos, entre otras cosas que están mal vistas. De hecho, escribió en contra de los dogmas, y eso a mí me gusta mucho. (Escritor).

Nelson Castro. Lo debo haber leído tres o cuatro veces, pero me llegó a las manos a los 19 años, a mediados de los ’70, y me apasionó. Es una de mis novelas favoritas, y te diría que lo que más me atrae es cómo está escrita. Sin duda García Márquez tuvo la sensibilidad de captar algo que a todos nos resulta universal, y que después se repite en toda su obra, pero esta claramente marca un hito. Trabajando como periodista deportivo viajé mucho por Latinoamérica y Centroamérica, y lo que ves en Colombia, Venezuela, Panamá, está muy impregnado de todo eso que él cuenta. Me encontré con el realismo mágico. Fue una lectura que la profesión me permitió corroborar con la realidad. (Periodista y escritor).

Jazmín Riera. Lo estoy leyendo ahora, hasta en el tren cuando voy a la Facultad. Normalmente leo novelas románticas, entonces para mí es un género nuevo, y me sorprendió lo fácil que es de leer. Empezás y no parás. Te cuenta una historia completamente fuera de lo normal con total naturalidad, y te metés en ese mundo, te atrapa. Juega con los tiempos, como si fuese una película, sin perder al lector en ningún momento. (Autora juvenil con 28 millones de visitas en Wattpad, editada por Planeta).

Jorge Fernández Díaz. La leí en mi adolescencia y no tengo idea de cómo me llegó, pero fue uno de esos acontecimientos rara vez olvidables. Lo que más me impresionó, más allá del modo majestuoso en que está escrita, fue el tono. Cuando leía me parecía estar escuchando a mis abuelas, que hablaban en ese mismo tono en el que se igualaban las cosas más rutinarias de la vida del pueblo con las más increíbles. Eso es lo que más emocionante me parece. Luego ese pulido de la prosa, tan lujoso, tan impactante, al que recurre García Márquez sobre una mirada periodística si se me permite; en el fondo esta novela es una crónica periodística de ficción, pero con un pulido literario de gran crónica de no ficción. Para algunos críticos es demasiado efectista; yo creo que tiene una música magistral, como una gran obra sinfónica. Es difícil salirse y tener un juicio crítico mientras uno está metido en esa máquina de contar, en ese océano de metáforas, imágenes. Ahí están todos los oficios secretos de García Márquez: la literatura pura, el guión, una idea cinematográfica, y un sentido poético, una voz y una música muy características. (Periodista, escritor, miembro de la Academia Argentina de Letras).

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por Mariana Fusaro

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