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CULTURA | 07-11-2017 14:26

Militantes montoneros revelan cómo fue el secuestro de Aramburu

En el libro "Primavera sangrienta", de Marcelo Larraquy, los primeros integrantes de la izquierda peronista cuentan el paso a paso del rapto.

El 29 de mayo de 1970, poco antes de las nueve de la mañana, el general Pedro Eugenio Aramburu estaba en su dormitorio cuando Emilio Maza y Fernando Abal Medina ingresaron el Peugeot 504 blanco en el garage de Montevideo 1037, estacionado hacia la calle. Le prometieron al empleado que saldrían en pocos minutos. Cuatro miembros de Montoneros merodeaban la vereda de enfrente, con distintas coberturas, para controlar los movimientos de calle. Carlos Gustavo Ramus estaba al volante de una camioneta pickup IKA-Renault; Mario Firmenich, con uniforme de policía, autorizaba su detención momentánea; Carlos Maguid, vestido de sacerdote, estaba próximo al ingreso del Colegio Champagnat, de la orden de los Hermanos Maristas, justo enfrente del edificio donde vivía Aramburu. Norma Arrostito, con una peluca rubia, caminaba por la vereda. Todos estaban armados.

“En esa época era muy meticuloso. Era reconocido por eso. Estaba el operativo en los planos y lo analizaba durante dos horas. Y a mí me quedó la sensación de que era complicado. Éramos una orga que no tenía experiencia en este tipo de cosas. Salió bien, pero en la previa me parecía complicado. Yo estudiaba abogacía y tenía un kiosco en Córdoba Capital. Todavía era distribuidor de chicles Bazooka, caramelos Stani. Vivía en Villa Allende. Mi viejo era abogado del foro local. Éramos todos legales. Había llegado unos días antes a Buenos Aires. Vine con Cristina [Liprandi], que no participó. El Gordo [Emilio Maza] ya estaba acá. Hay cosas que la historia hace de casualidad. El 29 de mayo, Día del Ejército. Yo creo que no se pensó la fecha. Por ahí, el Gordo y Fernando [Abal Medina] la pensaron. Llegamos en un Peugeot, Capuano [Martínez] al volante, yo al lado, Fernando y Maza. Estacionamos en el garage, vamos los tres al edificio, se queda Capuano. A Mario, a Maguid y a Arrostito no los vi porque era un operativo compartimentado. Fernando y el Gordo estaban vestidos de militares, yo de civil con pelo cortito y un sobretodo que todavía tengo. Teníamos muy buena formación para actuar como militares. Yo voy al séptimo piso. El Gordo y Fernando, al octavo”. (Ignacio Vélez Carreras).

Maza y Abal Medina tocaron el timbre del departamento “A” del octavo piso, y Sara Herrera de Aramburu les abrió la puerta. Pidieron hablar con el general. Ella les cedió el paso y los invitó a sentarse en el sillón. Les ofreció café y se fue. El general se vistió con la misma ropa del día anterior y demoró unos minutos en presentarse en el living. Después de una breve conversación, los visitantes le pidieron que descendieran con ellos.

“Bajamos los cuatro, todos juntos en el ascensor. Él estaba convencido de que iba a una asonada. Y ahí caminamos, subimos al Peugeot. Soy el único que está vivo de ese viaje: en la ida, hasta detrás de la Facultad de Derecho, donde estaba la camioneta, una Jeep Gladiator, y se hizo el transbordo”. ( Ignacio Vélez Carreras)

El general Aramburu partió con sus captores hacia la estancia La Celma, propiedad de la familia Ramus, en Timote, a 428 kilómetros de Buenos Aires. Al mediodía, las radios anunciaron su secuestro.

“ Yo había dejado una Renoleta estacionada cerca de los bosques de Palermo. Y nos quedamos en Buenos Aires viendo algunos detalles operativos; dejar los fierros, ese tipo de cosas. Y después, camino a Córdoba, pasamos por Rosario y dejamos en dos o tres baños los comunicados del secuestro de Aramburu, con lo cual dispersábamos la búsqueda. Llegamos a Córdoba bien”. ( Ignacio Vélez Carreras)

Cuando llegaron a La Celma, Aramburu fue alojado en el dormitorio principal y comenzaron a interrogarlo. Por la tarde se conoció el primer comunicado con la firma de Montoneros en el que advirtieron que no negociarían su libertad y lo someterían a un “juicio revolucionario”. Le apuntaron su responsabilidad en la matanza de veintisiete civiles y militares en 1956, la represión, la proscripción, la profanación y desaparición del cuerpo de Evita, y anticiparon que lo matarían y que entregarían sus restos cuando fuesen devueltos los de Evita. En el último de los cuatro comunicados, Montoneros anunció que lo habían matado.

Hasta entonces no existía información pública de Montoneros.

La Calera. “[El Operativo Aramburu] tiene su complemento en el segundo [La Calera]. Aquí se trata de dar continuidad al primero; se trataba de un hecho netamente militar y que tenía como objetivo una incuestionable demostración de fuerza y de acción bélica que expresara la seriedad militar y borrara la imagen de [acción] aislada y de grupo comando que podía quedar del primero. Poderío que se probaba incluso territorialmente [al tomarse una población]; secundariamente, la recuperación de dinero y armas, y por el hecho casual de que una huelga obrera importante coincidiera con la fecha programada”. (“Documento verde” – Este documento fue elaborado en la cárcel por presos políticos montoneros. En él se criticó la prevalencia del militarismo de la organización guerrillera. Fue la primera disidencia interna. La conducción luego expulsó a los que adhirieron a él. Empezó a circular a mediados de 1972-).

La toma de La Calera sorprendió a la provincia. Quinientos policías, apoyados por la Gendarmería y el Ejército, rastrillaron las calles de la Capital y barrios aledaños para “desbaratar la célula montonera”. Para el gobernador de Córdoba, eran miembros de familias tradicionales; para el jefe de la Policía provincial, “inadaptados”.

“Subsiste todavía en Córdoba la impresión causada por el operativo extremista en la población de La Calera, que estuvo tomada con sus 10.000 habitantes por espacio de 20 minutos. Se calcula que unos 15 jóvenes en 5 automóviles, profusión de armas y aparatos intercomunicadores actuaron en el hecho. La policía ha detenido a 6 personas, ya identificadas, entre ellas un matrimonio; habría 6 personas más bajo arresto y otra docena demorada en averiguación de los hechos. Por los panfletos y el material secuestrado en los allanamientos posteriores, se estableció que actuaron unidos elementos de ideología extremista. Todos los detenidos son estudiantes, pertenecen a conocidas familias y ostentan un expectable nivel de educación. En la requisa de una casa se habría comprobado que allí se disfrazó un coche Torino como patrullero policial. En la vivienda del matrimonio detenido se halló un verdadero arsenal. Otro de los presos llevaba 15 granadas de mano, 4 pistolas-ametralladora, 40 revólveres y pistolas, un radiorreceptor y 2 uniformes”. (La Voz del Interior, Córdoba, 2 de julio de 1970).

Luego de la operación de La Calera, una veintena de militantes de Lealtad y Lucha emprendió la fuga. Uno de ellos era Luis Rodeiro.

“Después de La Calera saltaron todos los nombres. Nos llevaron a Santa Fe. Estuve una semana, la infraestructura era mínima, después fuimos a vivir a una casa de estudiantes vinculada al peronismo, en Chaco. Ya seríamos cinco o seis, todos con documentos falsos. Nos fuimos desparramando. Yo fui a una casa en Corrientes, no podía salir a la calle, me traían la comida a la pieza. Y después me mandaron a Buenos Aires. Me recibió el Negro [José] Sabino Navarro y me guardó en una casa en San Telmo, que era del grupo Descamisados. El líder en ese momento era el cura [Eliseo] Morales.

Montoneros casi no tenía estructura. Sabino y Abal Medina habían asaltado un banco en Ramos Mejía para juntar algo de plata. Yo me enteré después. Entonces, Sabino me llevó a una reunión en una casa donde vivían Abal Medina, Norma Arrostito. Abal me explicó sobre la posibilidad de fortalecer la cosa en Salta, había algo incipiente. En esos tratos, Firmenich no existía. Hicimos otra cita, con un riesgo innecesario, en un bar por ahí cerca, en San Telmo. Habrá sido en la segunda quincena de agosto. Fernando tenía puesto un bigotito rubio, y él era lampiño. Tenía un gran dominio de sí mismo, se movía con mucha seguridad. Me acuerdo de que salimos del bar y los kioscos estaban atiborrados de papeles con su cara, y Abal pasaba y los miraba con total tranquilidad. En el bar se estableció que la próxima cita sería el 7 de septiembre. Yo tenía que ir a la estación William Morris. Seguí encerrado en la casa, sin ninguna tarea para desarrollar. Sólo debía esperar esa fecha. En la reunión se definiría mi viaje a Salta, me iban a dar el cuadro de situación, los contactos. Tomé el tren en Retiro. En la estación me esperaba Sabino y de ahí fuimos a la pizzería. Cuando llegamos ya estaba Fernando sentado, solo. Era una reunión de tres personas. Abal, el Negro Sabino y yo. Había poca gente. Ya era de noche. Afuera, en el auto que había traído a Abal Medina, de custodia, estaba Gustavo Ramus. Y también el auto que había traído a Sabino. Pero yo, cuando entré en la pizzería, no los vi. Empezamos a conversar sobre mi partida a Salta.

Les dije que si viajaba tenía que tener un arma, porque no tenía. Y después, no sé cuánto tiempo habrá pasado, llegó un patrullero y entraron cuatro policías y pidieron documentos. Fue un hecho totalmente azaroso. Ni Abal Medina había llegado perseguido a la pizzería, como se dijo, ni el dueño del bar lo reconoció. Mi hipótesis es que llamó a la policía porque creyó que íbamos a asaltar una farmacia que estaba en la esquina. Si hubiera avisado que estaba Abal Medina, habrían venido cien canas. Cuando pidieron documentos, Sabino Navarro y Abal mostraron credenciales de la Policía Federal. Y se fueron. A mí ni me lo pidieron. El conflicto se armó afuera. Yo no lo vi. Supuestamente, los policías fueron hacia el auto de Ramus, que estaba lleno de armas, y él, que los había visto entrar en el bar y no sabía qué estaba pasando adentro, reaccionó y se produjo el tiroteo. Un tiroteo total. El Negro Sabino saltó por la ventana, y Fernando fue hacia la puerta para salir de la pizzería y empezó a disparar. Lo tengo borroso. Uno vive eso experimentalmente, pero no recuerdo los detalles. Yo estaba sin armas, traté de protegerme. El Negro salió con bastante suerte, porque subió a un techo y apareció a la vuelta de la manzana, y lo levantaron sus compañeros con el auto. Eran su custodia. No sé quiénes eran. Después, yo intenté salir y vi a Abal tirado en el suelo, en la puerta de la pizzería. Y ahí me detuvieron”. (Luis Rodeiro).

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por Marcelo Larraquy

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