Pasó el temporal y los fundadores de Cambiemos salieron a ver el sol. Literalmente. Si bien faltó una de las integrantes del trío original, la ausencia –con aviso– de Elisa Carrió, no modificó el impacto buscado por el Gobierno Nacional en la foto que comenzó a circular hace minutos: el peronista Emilio Monzó y los radicales Ernesto Sanz y Gerardo Morales junto a Marcos Peña y Rogelio Frigerio, distendidos, en los jardines de la Quinta de Olivos.
Un almuerzo aparentemente distendido –al menos eso dicen sus participantes– en los que se pudo ver al gobernador de Jujuy, figura fuerte del radicalismo, y a Ernesto Sanz, la figura más enigmática de Cambiemos: ganadas las elecciones de 2015, no aceptó ningún cargo y se alejó de los focos, no participando siquiera en la campaña de las elecciones de medio término en 2017.
«La política siempre vuelve», afirman desde el entorno de Sanz, en una afirmación que tiene olor a una revancha por parte del radicalismo que, desde poco después de ganadas las elecciones en 2015, nunca dejó de manifestar su preocupación –cuando no descontento– por el escaso espacio obtenido en el reparto del gobierno.
Quien debe pensar lo mismo es Emilio Monzó, aunque en su caso, fue en tiempo récord: a menos de dos semanas de anunciar su alejamiento de la presidencia de la Cámara de Diputados, fue convocado nuevamente a la mesa chica del gobierno en medio de una crisis económica que amenazó con convertirse en política.
En un país con memoria a corto plazo, cabe destacar que no fue la única semana agitada para el gobierno nacional, dado que la crisis desatada por la búsqueda del paradero de Santiago Maldonado ocupó las tapas por más de dos meses, para luego ser reemplazada por la desaparición del submarino de la Armada ARA San Juan, del cual aún no hay noticias.
Esta vez, la tormenta perfecta se dio por una sucesión de errores no forzados en materia comunicativa, en quién ostenta el liderazgo y con un contexto económico disparado por una modificación financiera internacional que dejó al desnudo la fragilidad de la economía argentina.
Mientras el descentralizado equipo económico –una organización a la que cuesta acostumbrarse, si es que alguna vez nos acostumbraremos– salía a dar la pelea en los mercados, la oposición que ya había mostrado los cubiertos en el tema tarifas, directamente afiló los dientes ante cada palabra dicha por Nicolás Dujovne o Marcos Peña, quizás el más golpeado políticamente al despejarse la tormenta.
Mauricio Macri se vio obligado a colocarse el traje de la política y, mientras los técnicos negociaban tasas, préstamos, cotizaciones y bonos, se reunió primero con los gobernadores amigos, con los gobernadores no tan amigos, con los empresarios cercanos, con aquellos que tienen sus reparos, y todo con un objetivo que no hacía falta que se explique: fortalecer el liderazgo o, en criollo, recuperar la gobernabilidad en un país con el mito «sólo los peronistas pueden gobernar» tatuado a fuerza de 80 años de gobiernos truncos en manos de otros signos políticos.
En ese contexto, pareciera ser que el Gobierno decidió reconstruir sus lazos con los aliados que se alejaron hace tiempo, los que amenazaron con alejarse y los que habían salido expulsados por la dinámica propia de los primeros años de gestión macrista.
Está claro que poco tiene que ver los resultados obtenidos de pacificación cambiaria luego de la devaluación de la moneda nacional, y la tranquilidad de los mercados tras el éxito en la renovación de las Lebacs el pasado martes, con que el gobierno reconstruya lazos políticos. Sin embargo, que el Gobierno haya iniciado una nueva etapa de acuerdos y relaciones, nos recuerda a todos que al «Es la economía, estúpido» de James Carville, hay que agregarle que, en la Argentina de las democracias homogéneas, la política ayuda un poquito. Aunque esto a Carville no le agradaría tanto: en su famoso mensaje sobre la economía en la campaña que consagró presidente de Estados Unidos a Bill Clinton, su primer punto era «Cambio vs. Más de lo mismo».
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