Horas después de haber ganado la votación de la presidencia de la Corte, Carlos Fernando Rosenkrantz viajó a Estados Unidos. Tenía programado un curso en Yale, el centro de estudios superiores donde hizo su doctorado tras haber estudiado en la Universidad de Buenos Aires. Era el preferido del Gobierno para ocupar ese lugar, principalmente de Fabián “Pepín” Rodríguez Simón, el brazo jurídico del presidente Mauricio Macri.
Si bien es considerado como un hombre del grupo Clarín, en su entorno se encargan de explicar que la relación viene porque su socio Gabriel Bouzat defendía al multimedios en casos de defensa de la competencia. Lo desligan.
Rosenkrantz quiere devolverle horizontalidad a la Corte y despolitizarla. Buscará copiar ciertos aspectos del sistema estadounidense, en el que se especializó, donde el órgano supremo no es una tercera instancia a la que se accede fácilmente a través de un recurso extraordinario, sino un lugar donde se brinda jurisprudencia. No tener miles de casos para fallar, sino menos de una centena y dedicarse a estudiarlos a fondo, para que sean un faro para los jueces de primera y segunda instancia.
El padre del flamante presidente de la Corte había muerto poco tiempo atrás, por lo que negoció su nuevo cargo en medio del dolor personal.
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