Sin cadenas nacionales ni auditorios del establishment para reprender, Cristina descubrió que el único camino es transformar disvalor en capital simbólico. A tono con estos tiempos en los que el empoderamiento femenino supone escaparle al rol impotente de la víctima, entendió que si pretende encabezar la cruzada anti-neoliberalismo, elevarse por sobre los compañeros de la Alternativa Federal y ser el factótum de la unidad peronista, tiene que exhibir su orgullo de yegua. Una operación de marketing muy propia de la modernidad líquida.
La violencia misógina existe. Desde la pintada del “Viva el Cáncer” contra Evita, al “Maten a la yegua” que se filtró en la frecuencia operativa de Aeroparque antes de que Cristina abordara un helicóptero en el 2009. Un encarnizamiento que nunca alcanzó a los peores estadistas.
Pero ahora ella no acusa recibo del agravio que supone la acepción injuriosa de yegua (como sinónimo de maliciosa, despreciable). Con sobreadaptación histriónica elige el significado que la promueve como potente e indomable. Y se las arregla para colar la reivindicación: entrevistada por Luis Novaresio, en la contracumbre de Ferro, la sesión del Senado para tratar el presupuesto y su cuenta de Twitter, en la que publicó foto sonriente junto a una yegua rescatada en Berazategui. En campaña no hay casualidades.
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El tuneo electoral de Cristina también incluye una adaptación de modales, tono de voz y hasta impensable autocrítica: “Voy a conceder (léase bien: dar algo que otro pide o desea) que el tono de las cadenas nacionales y las cosas que decía no eran apropiadas”, le respondió al colega Novaresio. Se excusó en que estaba enojada, crispada.
La indulgencia, en verdad, nunca la animó mientras tuvo poder, aunque ahora esgrima la libertad que prodigó su mandato –una rara costumbre de presidentes democráticos que la suponen una dispensa para agradecer–. Sin advertir que la intimidación pública y el ahogo económico a los medios críticos son formas más sutiles de persecución. Cuando en el 2012 NOTICIAS publicó la tapa “El goce de Cristina”, analizando un estilo de liderazgo caracterizado por la prepotencia y el sometimiento, su gobierno impulsó un disparatado “juicio” a la revista en el mismísimo Congreso Nacional, bajo el cargo de violencia de género. Paradójicamente, la voz cantante para que se votara un enérgico repudio a esta revista fue Miguel Ángel Pichetto, hoy en las antípodas de la ex jefa pero que por entonces militaba en el chupamedismo explícito.
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En su nueva versión, Cristina no opinaría que el orgasmo femenino deba decodificarse como una afrenta. Algo aprendió en estos años de su personaje favorito de “Games of Thrones”, Daenerys Targaryen. En la lucha por el poder hay que saber transformarse.
*Editora Ejeuctiva de NOTICIAS
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