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SOCIEDAD | 04-12-2018 12:20

Fútbol y política: por qué no se controla la violencia

Funcionarios, jueces y gremialistas en las comisiones de los principales clubes. Cuando erradicar a los barras implica investigarse a sí mismo.

Todas las comisiones directivas de los clubes de la Superliga tienen dirigentes vinculados a los sectores de poder, según se desprende de una investigación realizada por NOTICIAS. Políticos, funcionarios, operadores, miembros del Poder Judicial y sindicalistas ocupan cargos clave y, por ende, conviven con los barrabravas. Pero ninguno se hace cargo de esta relación. Muy por el contrario, los dirigentes se escandalizan cuando la violencia se vuelve insostenible como ocurrió en la fallida final de la Copa Libertadores. Todos exigen que los violentos sean erradicados, aunque nadie explica que, para que eso ocurra, antes debe acabarse con la complicidad del poder político.

El bochorno de los incidentes y posterior suspensión de la final entre River y Boca volvió a traer a los barrabravas al centro de la escena. Sin embargo, mientras todos se pelean por los puntos y por señalar a “algunos inadaptados que tiraron piedras”, lo cierto es que nadie del arco político-sindical salió a reconocer su culpa. No por el fracaso en el operativo de seguridad sino por permitir el crecimiento de estas bandas delictivas disfrazadas de hinchas.

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Presencia. Las comisiones directivas de los principales clubes de la Superliga están repletos de personajes con fuertes vínculos políticos, judiciales, gremiales y empresariales. “La clase política y, en general, las elites dirigentes están muy metidas con todos los clubes de fútbol. Es absolutamente notorio y, sin embargo, no ha sido exhibido”, dice a NOTICIAS el sociólogo Pablo Alabarces.

Sin embargo, estos dirigentes, de uno y otro lado de la grieta, insisten en que sólo forman parte de los clubes porque son “hinchas” y juran no saber quiénes son ni cómo operan los barras. El presidente Mauricio Macri aseguró que no entendía cómo pudieron haber ocurrido los inicidentes en las afueras de la cancha de River.

Sin embargo, él es uno de los principales exponentes del matrimonio entre política y fútbol: cuando era presidente de Boca tuvo buena relación con Rafael Di Zeo, líder de La 12 .

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Los clubes son un caldo de cultivo para la política y la búsqueda de poder. Sólo en Boca Juniors hay más de diez directivos con algún tipo de vínculo con el Gobierno. River también tiene fuerte presencia de funcionarios o allegados a funcionarios de Cambiemos. En Independiente, el moyanismo pisa fuerte con Hugo y Pablo a la cabeza. Tigre es del riñón massista. Matías Lammens y Marcelo Tinelli, los dos popes de San Lorenzo, prometen jugar fuerte en las elecciones de 2019. Y el kirchernismo resiste con vínculos en Racing y Vélez.

De hecho, los disturbios en las afueras del Monumental volvieron a poner en evidencia esta connivencia histórica. Martín Ocampo, íntimo de Angelici, debió renunciar al Ministerio de Seguridad y Justicia de la Ciudad. En su lugar asumió Diego Santilli, vicejefe de gobierno y hermano de de Darío, prosecretario de River. De ese club también es vocal el secretario de Seguridad de la Nación, Eugenio Burzaco, hermano del empresario detenido en los Estados Unidos por el FIFA Gate.

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Beneficio mutuo. “A los barras se los usa tanto para el fútbol como para la política”, aseguró, en el 2010, el entonces presidente de la Asociación de Fútbol Argentino (AFA), Julio Grondona. El dirigente, señalado como responsable de la proliferación de los barras y del crecimiento de su poder, fue tajante: “Es imposible que se los saquen de encima”. Y el tiempo le dio la razón.

¿Por qué nadie se esfuerza en poner un freno? Estos grupos de choque son ideales para hacer número en actos proselitistas, oficiar como seguridad informal o, incluso, acallar a los sectores disidentes dentro de los clubes. “Siempre es mejor tenerlos a favor que en contra”, dice un interlocutor habitual de estos muchachos.

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Los vínculos llegan hasta lugares insospechados. La barra brava de All Boys está siendo investigada por presuntos nexos con los sectores más radicalizados de la comunidad palestina. En el partido contra Atlanta, equipo identificado con la comunidad judía, no sólo entonaron cánticos antisemitas sino que provocaron serios incidentes con la policía. De acuerdo con las pesquisas, el vínculo vendría de su ex líder, Gastón Marone, cercano a Luis D'Elía y al dirigente islámico Yussuf Khalil. En las escuchas realizadas al líder piquetrero en la causa por el Memorándum de entendimiento con Irán, reconoce que les pagó a los barrabravas del equipo de Floresta 25.000 pesos para acudir a un acto de Nicolás Maduro, en el 2013.

“La única manera de erradicarlos es el compromiso de la política, la Justicia y todos los clubes para enfrentarlos, pero a nadie le conviene. Si los barras llegan a hablar se destapa una olla tremenda”, afirma en diálogo con NOTICIAS un dirigente de un club del ascenso que además agrega: “Los barras no son unos desconocidos como los pintan, sino que responden a los políticos y hacen política para ellos. Investigarlos sería pegarse un tiro en el pie”.

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Para muestra un botón. En el 2011, el inglés Steve Powell fue convocado al país para tratar de erradicar la violencia en las canchas. Como integrante de la Federación de Hinchas de Inglaterra y Gales, él había cumplido un rol clave para terminar con la amenaza que suponían los “hoolingans”. El caso británico es un paradigma que siempre se buscó replicar en Argentina. Sin embargo, Powell, luego de realizar un diagnóstico de la Argentina, fue tajante: “En Inglaterra no existía la connivencia política que hay aquí”, dijo en su visita al país.

Un funcionario que no quiere revelar su nombre para “no hacer uso político de lo que pasó en River” (sic) se anima a explicar cómo funciona esta relación: “Los clubes ya no son sólo 'equipos de fútbol', sino que son un lugar para hacer política, negocios y lobby. Y para crecer en los clubes tenés que tener a tu favor a la barra, sino, es imposible”, expone.

Así, lejos de ser unos marginados o unos simples hinchas radicalizados, los barras son una organización que además de montar múltiples negocios alrededor del fútbol, crecen apañados por los sectores de poder. “Les pagan por ir a tocar el bombo a los actos, les consiguen algún cargo en el Estado, los contratan como seguridad en edificios públicos o los meten en alguna empresa de algún dirigente del club”, cuenta a NOTICIAS un conocedor de este submundo.

“Son negociantes de la violencia, una fuerza de choque que extorsiona con su capacidad de daño. Si los dejás hacer su negocio, te responden, aunque si otro les pone más plata, se van con ese otro. Como los mercenarios”, reflexiona un dirigente de peso en la AFA.

En el 2009, el especialista holandés en orden público, Otto Adang, afirmó: “La solución europea en la Argentina es impracticable. Allá los hooligans estaban concentrados en grupos marginales sin relación con el sistema. Acá los barras tienen vínculos con el poder político que asombran. Por eso, el problema en Argentina es mucho más grave que en el resto del mundo, porque acá hay que cambiar todo el sistema”.

por Marcos Teijeiro y Giselle Leclercq

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