El 1 de marzo pasado, al inaugurar las sesiones legislativas ordinarias, el presidente Mauricio Macri sorprendió a todos (y confundió a muchos) con una propuesta sensible en el más amplio sentido del término. Con su llamado a debatir la legalización del aborto marcó el arranque del año político por el lugar menos pensado desde un gobierno que, supuéstamente, nada tenía que ver con las agendas "progres" ni la ampliación de los derechos ciudadanos.
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Podrá decirse que lo hizo sólo para diferenciarse de su enemiga preferida, Cristina Kirchner, quien cajoneó el delicado asunto durante una década, pese a las preferencias de su propio núcleo duro de seguidores. Todos los políticos especulan políticamente más allá de sus íntimas convicciones. Así funciona la maquinaria electoral moderna: con el pragmatismo de toda la vida, pero con encuestas cada día más inmediatas por obra y gracia de la revolución digital.
Sin embargo, nadie pudo quitarle a Macri la ventaja de liderar una discusión multitudinaria desde el centro de una grieta que dividía a su propio partido, a sus aliados y a la oposición. Desde el vamos se percibió con contundencia que había un macrismo para cada gusto. Multicolor. Celeste más amarillo da verde.
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La crisis económico-social, el escándalo de los cuadernos, el triunfo de Jair Bolsonaro en Brasil y el G20 en Buenos Aires contribuyeron, entremezclados, a un cambio abrupto de la agenda. Y Macri, el más encuestadicto de todos los dirigentes de hoy, decidió terminar el 2018 por el lado opuesto al que lo había comenzado. Nombró a Patricia Bullrich capitana y echó a rodar el nuevo "protocolo" para las fuerzas federales. Tal gesto de "mano dura" recrudeció las pasiones, aunque al revés. En espejo. Elisa Carrió se trenzó con la ministra de Seguridad. Miguel Ángel Picchetto y otros peronistas No K se sumaron al coro de la “bolsonareada” oficial.
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Justo ahí estalló el escandaloso #MiráCómoNosPonemos. Rapidísimo de reflejos ante las olas mediáticas viralizadas en redes sociales (estar en el poder desarrolla la musculatura), los equipos macristas salieron como tiro. Relaciones Exteriores apuró pedidos de informes y colaboración a Nicaragua (donde Thelma Fardin radicó su denuncia contra Juan Darthés) y el Instituto Nacional de las Mujeres (a cargo de Fabiana Tuñez, órbita da Carolina Stanley) apuró al mismísimo Presidente de la Nación: desde su cuenta oficial en Twitter, @mauriciomacri, fue quien anunció que quedaba sin efecto una campaña contra la violencia de género protagonizada, entre otros, por el actor acusado de “violador”.
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Bamboleante entre lo “políticamente correcto” y lo “políticamente incorrecto”, el macrismo ha hecho de la contradicción una virtud. Ello explica una potencialidad política que el fracaso económico pareciera no poner en peligro, pero la coloca siempre al borde de un demagógico baile de disfraces.
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*Director de Contenidos Digitales en Editorial Perfil
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