Los primeros pasos fueron inquietantes y reveladores. Expusieron el espíritu inquisidor del ultra-conservadurismo religioso, la ideología que lanzó su guerra santa contra la democracia liberal en Latinoamérica y que ha ganado su primer gran batalla, al conquistar el gobierno de Brasil, nada menos.
Sería equivocado pensar que el país con “niños vestidos de azul y niñas vestidas de rosa” que prometió la ministra de Mujer, Familia y Derechos Humanos, es sólo el desvarío patético de una mojigata. La grotesca descripción del objetivo que Damaraes Alves se propone alcanzar desde su Ministerio, está absolutamente en línea con la visión de los principales ideólogos del experimento socio-político y cultural que ha comenzado en Brasil. Esos ideólogos son el esotérico filósofo Olavo de Carvalho, gurú de Jair Bolsonaro, y el diplomático de tercera línea que quedó al frente del Palacio de Itamaraty: Ernesto Araujo.
De Carvalho y Araujo llevan tiempo difundiendo las teorías conspirativas que usa como combustible el ultra-conservadurismo de matriz religiosa que avanza por Latinoamérica. Una de esas teorías conspirativas afirma que está en marcha un plan global para eliminar la diferencia entre el hombre y la mujer. ¿Y quién está detrás del complot para “homosexualizar” el mundo? El marxismo.
Delirante. Eso creen y proclaman los principales ideólogos del presidente. Y ese pensamiento está en línea con la patética descripción que hizo la ministra de Familia a renglón seguido del discurso de asunción, en el que Bolsonaro declaró la guerra a la “ideología de género”. Pues bien, quienes consideran que reivindicar la igualdad de género es una ideología, están parados en otra ideología, cuyo carácter de tal es mucho más denso y evidente.
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El ultra-conservadurismo es, además, mucho más dogmático, precisamente por llevar al terreno político los dogmas religiosos.
Obviamente, no todas las iglesias evangélicas y agrupaciones católicas son fundamentalistas. Lo son aquellas que hacen política desde los fundamentos de la religión. Las iglesias y organizaciones que quieren imponer su visión de Dios y el mundo desde el Estado, gravitando sobre la legislación y la Educación, son el integrismo de este tiempo.
Antisistema. La ola que en las potencias occidentales embisten contra la cultura liberal-demócrata mediante nacionalistas autocráticos y xenófobos, en Latinoamérica intenta demoler la democracia liberal desde el fundamentalismo cristiano, que es un conservadurismo recalcitrante y autoritario. Desde agrupaciones como las que plantean “con mis hijos no te metas”, hasta organizaciones para-eclesiásticas altamente politizadas y los dirigentes católicos y pastores evangélicos que actúan como intérpretes de lo que quiere Dios que hagan sus creaturas terrenales, integran la ofensiva contra el Estado secular y la cultura liberal-demócrata.
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De Carvalho y su discípulo, el canciller, integran la intelectualidad orgánica del movimiento que estuvo a punto de conquistar una de las mejores democracias de la región cuando el pastor fundamentalista Fabricio Alvarado ganó la primera vuelta electoral en Costa Rica. También el carácter inquisidor de esta ola reaccionaria quedó a la vista en las primeras señales emitidas por el gobierno de Bolsonaro. El jefe de Gabinete, Onix Lorenzoni, anunció que los “comunistas” serán echados de la administración pública.
Por cierto, los gobiernos tienen el derecho y hasta la obligación de echar a los empleados y funcionarios que incurran en mal desempeño o realicen sabotajes. Pero una cosa es sacar del Estado a los que se dedican a la intriga o al complot por razones políticas, y otra muy distinta es echar a empleados y funcionarios por razones políticas o ideológicas. Echar de la administración pública a personas que no incurren en mal desempeño ni perpetran sabotajes, por el sólo hecho de pensar diferente, es injusto y autoritario.
No sorprende el autoritarismo en Bolsonaro. Lo que sorprende es que el jefe de Gabinete afirme que no se trata de una “cacería de brujas”, sino de “limpieza ideológica”. Como si “limpieza ideológica” sonara más democrático, o causara la impresión de que no es lo mismo. Despedir gente por su posición política y justificarlo diciendo que se trata de “limpieza ideológica”, es macartismo explícito.
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De Carvalho y Araujo leyeron a Gramsci, Kojève, Lukacs, Marcuse, Adorno y otros pensadores neo-marxistas. Pero los describen como impulsores de un plan destinado a pervertir la especie humana. Para los ideólogos de la cruzada fundamentalista que recorre Latinoamérica, el marxismo es como un maligno órgano viviente que va mutando y avanzando en muchas áreas, para carcomer las sociedades aniquilando sus creencias y tradiciones.
Mesianismo. Así como los líderes mesiánicos del populismo izquierdista y de las izquierdas dogmáticas recurren a la filosofía hegeliana para proclamarse “instrumentos de la historia”, el mesianismo religioso recurre a la “divina providencia”: el líder providencial es un instrumento de Dios para la ejecución de sus designios. Las usinas bolsonaristas describen como una señal divina el atentado en Minas Gerais, donde el ex capitán fue apuñalado en plena campaña electoral. El “relato” insinúa que Dios salvó a Bolsonaro para que Bolsonaro salve a Brasil. Del mismo modo, Araujo y De Carvalho describen la llegada de Trump a la Casa Blanca: “Dios lo hizo presidente para salvar a Occidente”. Por eso la política exterior de Bolsonaro no es una relación simbiótica con Estados Unidos, sino con su presidente.
Si los demócratas vuelven al poder, la alianza con Brasil desaparece. Incluso existiendo dudas de que el magnate neoyorquino pueda completar su mandato (lo sobrevuelan potenciales juicios políticos), o que logre la reelección, Araujo y Bolsonaro convierten en política exterior su fervor por Trump. Un experimento dentro de otro experimento.
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