A la directora ejecutiva de la consultora Eco Go, Marina Dal Poggetto, le sucedió como Walter, aquel personaje de la publicidad de Telefónica que llegaba de los 80 al año 2000 y no entendía los cambios. Dal Poggetto, una de las economistas más pesimistas sobre la actividad y la inflación para 2019, se fue de vacaciones el 28 de diciembre pasado con un riesgo país por encima de los 800 puntos básicos, que reflejaba un escenario turbulento, y volvió a mediados de enero, cuando bajaba de los 700. Incluso a principios de febrero llegó a 630, mientras el dólar entonces estabilizado permitía que la tasa de interés de referencia bajara del 73% en octubre al 43%.
“Ya está bajando la inflación y lentamente va a mejorar la economía”, proclamó el presidente Mauricio Macri el 13 de febrero. “Hoy es el momento para volver a poner el foco en el desafío del crecimiento”, amaneció al día siguiente el jefe de Estado anunciando beneficios en grageas para ciertas exportaciones del interior. Pero a la tarde pasaron cosas: el INDEC anunció que la inflación de enero fue más alta que la prevista, del 2,9%, y que la interanual se acercaba al 50%. Algunos economistas comenzaron a predecir un febrero y un marzo peores en términos de precios y un 2019 con un índice más cerca del 35% que del 30%. A partir de entonces, el dólar comenzó a resucitar, el riesgo país traspasó otra vez los 700 puntos y el presidente del Central, Guido Sandleris, endureció la meta de la base monetaria, con lo que el mercado le exigió una tasa del 49%. Dal Poggetto observó que la realidad volvía a acomodarse.
“En enero, la Reserva Federal (Banco Central de EE.UU.) anunció que subiría más lentamente la tasa y vinieron fondos para los mercados emergentes, incluida la Argentina”, explica la economista. “Se alineaban los planetas. El viento de cola internacional mataba la incertidumbre electoral. Ahora no cambió el viento de afuera, pero volvió a aparecer la economía real y empezaron a subir el dólar y la tasa”, completa la directora ejecutiva de Eco Go.
Dilema. Y es así como la política económica de Cambiemos vuelve a enfrentarse al dilema de sedación o muerte súbita. Esta última es la devaluación descontrolada del peso, que encendería más la inflación y hundiría aún más la actividad económica. Sería como lo que sufrió la Argentina en abril y septiembre de 2018. Macri quiere evitar ese escenario a toda costa en el año en que buscará la reelección, sin la economía como emblema, pero al menos sin caos. Por eso prefiere la sedación, los cuidados paliativos. Es decir, el endurecimiento de la meta monetaria, que eleva la tasa de interés, calmar el dólar y la inflación, aun a costa de prolongar la recesion. Mientras, se suceden noticias de despidos, convocatorias de acreedores y cierres (ver recuadro).
En la autoridad monetaria no ven aquel dilema: "Nuestra meta es ser estrictos en la base monetaria para atacar la inflación de base, y reaccionamos tras el inesperado dato de enero. No intervenimos con el dólar mientras esté en la zona de no intervención (entre $ 38 y 49). Y el endurecimiento de la meta tiene un impacto hasta ahí en la actividad, en un país con poco crédito. Afecta más a las colocaciones financieras".
“Sin el acuerdo de septiembre con el FMI hoy el derrape de la actividad sería más grande y habría más inflacion”, reconoce Dal Poggetto. “Ese acuerdo te alejó del precipicio, que contagiaba a bancos y la deuda. Pero tenés una recesión muy pronunciada y en poco tiempo, lo que se ve en mercado de trabajo, y tenés una inflación alta. La pregunta es si la economía pegará la vuelta, pero es difícil con las elecciones por delante. No tenés 'drivers' (impulsores) de crecimiento: la política fiscal y la monetaria son contractivas, sólo tira para adelante la cosecha y la intención del Gobierno de que los salarios le ganen un poco a la inflación, pero esto lleva a que empresas despidan gente”, advierte la economista, que igualmente valora algunos logros, como la reducción de la deuda pública en manos privadas (reemplazada por la del FMI), la mejora del balance del Central por la licuación de sus pasivos ante la devaluación y la reducción de los desequilibrios fiscal y de divisas.
A Rodrigo Álvarez, CEO de la consultora Analytica, no le sorprendió la alta inflación de enero: “La baja no iba a ser automática, sumado a los aumentos de tarifas de este año”. “La recesión es muy fuerte, lo que te genera una caída muy grande en la demanda de dinero. La gente sólo quería pesos en enero y a principios de febrero por especulación, porque mejoró el humor hacia los mercados emergentes, pero en la Argentina este componente es muy volátil y, cuando cambió la percepción por un elemento que preocupa, cambió la demanda y el Central sobrerreacionó con lógica para evitar otro cimbronazo como los de 2018, no lo puede permitir. La contracara es la falta de financiamiento por el costo de fondeo altísimo, lo que trae muchas complicaciones para las empresas. Acá se va a discutir el empleo. No veo que vaya a mejorar el salario, al contrario, y eso te contrae más el consumo. El Gobierno no tiene activos económicos para poner sobre la mesa, más que la estabilidad cambiaria, que puede atender la aspiración de la clase media de ganar más en dólares. Terminás haciendo lo que el FMI te deja”, analiza Álvarez. Sólo ve brotes verdes en el agro y la construcción privada de quienes tenían dólares y vieron abaratados los costos, mientras prevé que en el segundo semestre los jubilados le ganarán a la inflación. Claro que lo harán después de haber perdido en 2018, de que a unos les quiten el reintegro del IVA y a otros les impongan el impuesto a las ganancias.
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