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OPINIóN | 12-03-2019 11:42

Abusos en la iglesia: la sombra vaticana

La inédita cumbre que organizó el Papa sobre la pedofilia no aclara demasiado.

El Papa muestra luz pero también irradia sombras. Lo que parece un paso adelante podría ser en realidad un movimiento en diagonal, como el de los cangrejos. Dar pasos inéditos en relación con las perversiones sexuales que carcomen la iglesia sería un mérito gigantesco de Francisco, si no fuera porque tampoco existen precedentes en la historia de los altísimos niveles de presión que está padeciendo el Vaticano por un caudal de revelaciones que tampoco tiene antecedentes. De tal modo, dado que ningún antecesor suyo estuvo bajo tanta presión, es imposible establecer el verdadero grado de compromiso del Papa con la lucha contra los delitos sexuales de los sacerdotes.

Aún dándoles relevancia a los pasos que ha dado, quedan grandes dudas. Llamar a una cumbre tan inédita como la que puso cara a cara a la curia romana con víctimas de abusos, lo muestra como un pontífice decidido a combatir la pederastia en la Iglesia. El pequeño sínodo que deliberó en el Vaticano buscando crear instrumentos para terminar con el secretismo y el encubrimiento es un paso sin precedentes.

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Entonces ¿dónde caben las sombras entre acciones tan lumínicas? Están en ciertos pronunciamientos que no parecen descuidos. Por ejemplo, cuando Francisco afirmó recientemente que los abusos sexuales de curas a menores son “una plaga de nuestro tiempo”.

Se trata de una afirmación oscura. Es evidente que la pederastia no comenzó cuando el diario The Boston Globe inició en Massachusetts el goteo de denuncias que pronto se convirtió en río caudaloso. El fenómeno de este tiempo es la capacidad de penetración en las estructuras de poder que alcanzó el periodismo, no la perversión sexual en una estructura que desde el Medio Evo pone niños al alcance de hombres supuestamente célibes, que son percibidos en un plano de superioridad y cuentan con el encubrimiento de una organización que se considera al margen de las leyes seculares.

Culpar a “nuestro tiempo” de una depravación que ha existido siempre, implica proteger la trama institucional que la genera. La pederastia no es una cuestión de individuos, sino un mal estructural. Ese mal fermenta, como explica el defensor de víctimas David Clohessy, en la conjunción de “celibato y una jerarquía secretista, rígida y antiquísima”.

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Confundir una cuestión estructural con una cuestión de época, equivale a desviar la atención del verdadero problema. Un encubrimiento aún más grave que el de Karol Wojtila al nombrar al cardenal Bernard Law como arcipreste de la Basílica de Santa María Maggiore a pesar de que estaba probado su encubrimiento del mayor escándalo de pedofilia de la historia de la iglesia.

El discurso del Papa también es sombrío cuando confunde pedofilia con homosexualidad. La homosexualidad es una variante de la sexualidad, mientras que la pedofilia es una degeneración. Violar o manosear a menores no es cosa de homosexuales o de heterosexuales, sino de pervertidos. Pero parte de la jerarquía eclesiástica, incluido Jorge Bergoglio, suele insinuar lo contrario. Y eso resulta perverso, porque pretende equiparar homosexualidad con depravación.

Quizá ese sector de la Iglesia esté detrás del libro que intentará instalar que los sacerdotes pederastas son homosexuales. En las páginas de “Sodoma”, el sociólogo y periodista francés Frédéric Martel afirma que cerca del 80 por ciento de la Curia Romana es homosexual.

Aunque el autor se declare gay, su libro será munición para el arsenal del clericalismo en “guerra santa” contra la diversidad sexual.

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Claudio Fantini

Claudio Fantini

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