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MUNDO | 13-03-2019 11:05

Brasil revanchero: tristeza nao tem fim

El clan Bolsonaro ataca a Lula da Silva incluso cuando éste llora la muerte de su nieto. El odio como motor de la política.

La incontinencia barbárica expuso, una vez más, que el odio político es un instrumento despreciable.

No sorprende que Eduardo Bolsonaro, legislador por la fuerza política que lidera su padre, tenga pensamientos espantosos. Lo sorprendente es la negligencia de vomitarlos en los momentos menos indicados. Los sentimientos retorcidos del hijo del presidente no son novedad porque, como sus hermanos, siempre se mostró como una prolongación del padre, un reflejo de los sentimientos de Jair Bolsonaro, que se caracterizan por su truculencia. Pero resulta extraño que no pueda contenerse ni siquiera cuando es tan obvia la conveniencia de guardar silencio.

Reclamar que se impida a Lula asistir al funeral de su nieto de siete años, llamándolo “ladrón”, muestra a un hombre cuya inteligencia no puede retener sus sentimientos más oscuros. Esa falta de inteligencia resaltó el silencio de su padre ante la tragedia del ex presidente encarcelado. No hubo un pésame ni un pensamiento solidario para un hombre abatido por el dolor.

Reincidentes. Un mes antes, la Justicia había negado a Lula el permiso para asistir al funeral de su hermano mayor. Con un toque de hipocresía cruel, los magistrados demoraron la respuesta al pedido del líder convicto. Finalmente, el permiso llegó cuando Genival da Silva ya había sido enterrado.

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Al respecto, los Bolsonaro guardaron un silencio que recién se rompió cuando Eduardo intentó presionar a la Justicia para que se prohibiera al ex presidente asistir al funeral de su nieto.El capitán Bolsonaro tampoco pudo, en esta oportunidad, disfrazar sus sentimientos más bajos. Un ex jefe de Estado acababa de perder un nieto de apenas siete años.

Hasta por la visibilidad del cargo que ocupa, Jair Bolsonaro debía mostrar compasión. Si no sentía esa compasión, de la que tanto habla la fe que abraza con fanatismo, debió simularla. Pero ni eso pudo. Semejante carencia no es institucionalmente periférica. Es central y grave. El presidente de un país es observado por la sociedad y lo que debe transmitir en instancias como esa, son sentimientos positivos. Actuar con humanismo. Condolerse.

Si no pudo hacerlo, como tampoco pudo reprochar públicamente a su hijo el mensaje repugnante que tuiteó contra un abuelo destrozado, es porque el combustible que lo moviliza es el desprecio.

En rigor, aborrecer a otros ha sido siempre el motor de su acción política. En la banca que ocupó durante casi tres décadas, no se hizo conocido por su actividad legislativa, sino por sus pronunciamientos brutales contra los negros, los homosexuales, los liberales, los izquierdistas y los socialdemócratas.

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Ahora, la actitud del clan Bolsonaro frente al dolor de Lula activó en las redes un tsunami de pronunciamientos cargados de odio contra el líder del PT que está cumpliendo una larga condena. Esa falta de compasión hizo que millones de brasileños se plantearan si hicieron bien al votar a Bolsonaro. Semejante exhibición no hace más que dejar en claro, para quienes aún no lo veían, que se trata de un liderazgo cuyo combustible es el odio visceral. El desprecio hacia todo lo que siente diferente. Y a juzgar por el errático inició de su gobierno, se trata del único combustible que lo moviliza.

Cuestionado. Ese liderazgo ya está tocado por sospechas de corrupción y por el derrumbe de la imagen de su “superministro” de Justicia, Sergio Moro, nada menos que el juez que, encarcelando al líder del PT, ayudó a Bolsonaro a convertirse en presidente.

El sólo hecho de haber aceptado un cargo en el gobierno del candidato al que sus fallos contra Lula habían favorecido, comenzó a poner en duda la transparencia de las acciones de Moro contra el ex presidente. Esas dudas crecieron cuando el flamante ministro se negó a colaborar con las investigaciones de la Justicia contra Flavio Bolsonaro, otro hijo y estrecho colaborador del presidente, por las fortunas que movilizó de manera turbia en el sistema bancario.

Moro debió apoyar las investigaciones porque bajo la órbita de su ministerio está el Consejo de Control de Actividades Financieras, la entidad que alertó a la Justicia sobre las oscuras transacciones del hijo del mandatario. Sin embargo, no lo hizo.

A renglón seguido, Moro desactivó su propia iniciativa para imponer penas más duras a la financiación ilegal de las campañas electorales, a pesar de que tantas veces había considerado a ese delito como la peor de las corrupciones.

Nada menos que en el terreno en el que fundamentaba su accionar judicial más notorio, Moro cedió ante la presión de las fuerzas políticas que impulsaron la candidatura de Bolsonaro. También cedió de manera bochornosa, esta vez ante la exigencia del mismísimo presidente y de sus partidarios más extremistas, desconvocando a la prestigiosa politóloga Ilona Szabó, a quien había invitado a integrar el Consejo Nacional de Política Criminal y Penitenciaria.

La razón de esa otra marcha atrás fue la ofensiva en las redes sociales de las bases bolsonaristas más energúmenas, que la consideran “izquierdista” porque se opone a la liberalización del acceso a las armas. La ola de cuestionamientos en las redes hizo que el presidente le ordenara a su ministro que desistiera de sumar a Szabó. Y el dócil funcionario fue obediente, dando una muestra más de que no cumpliría en el gobierno el rol que había prometido cumplir cuando aceptó la oferta de Bolsonaro.

Evitando colaborar con la investigación de los turbios manejos financieros de un hijo del presidente; restando valor a un paquete de medidas que él mismo había prometido y elaborado para transparentar la financiación de las campañas y cediendo ante la embestida de la intolerancia que caracteriza a las bases bolsonaristas, Sergio Moro acrecentó la decepción de quienes lo consideraban un paladín de la justicia.

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Claudio Fantini

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