Sin que ello invalide la auténtica conmoción por la salud de su hija, el video de Cristina Kirchner difundido en redes sociales para comunicar que viajaba a Cuba, se convirtió en su primer spot de campaña. Uno tramposo, porque la muerte y la enfermedad son escudos inapelables, y quien cuestione la teatralización del dolor se expone a la chicana fácil: será un ser incapaz de empatizar, insensible; un odiador serial que busca carroña hasta en el costado más íntimo de una figura política atrapada contra las cuerdas de una era política hostil.
Pero lo cierto es que el video no tiene nada de amateurismo ni de doliente espontaneidad. Guionado (acaso por ella misma), subtitulado para maximizar la llegada a audiencias que lo reciben en su celular, con música de melodrama, fotos de infancia y una cámara lenta más propia de un homenaje póstumo, propone a Florencia como víctima de un sistema ensañado con su familia. Es la Justicia argentina la que enfermó a su hija por el brutal estrés al que la somete. Es la persecución infame, no las sociedades investigadas en las que su familia la introdujo, ni los dólares apilados en cajas de seguridad a su nombre.
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A la vez que prefigura conspiradores, el hilo argumental gana atención a fuerza de misterio. Habla de un mal que se insinúa pero no se nombra, al punto que es imposible determinar la gravedad del cuadro médico de Florencia. Lo único importante es el sufrimiento que, pese a provenir de una enfermedad, se declara infligido por un enemigo.
Con esta pieza audiovisual Cristina se ajusta al canon del más nuevo marketing electoral: se despolitiza, personaliza la campaña y ofrenda la intimidad familiar como espectáculo.
Los políticos aprendieron que parejas e hijos presentables funcionan como influencers del candidato. El primer ministro canadiense Justin Trudeau, paradigma de la comunicación política eficaz, bate records de “likes” cuando sube a las redes fotos junto a su esposa. Igual que Macri con sus chicas, Juliana y Antonia.
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A falta de felicidad de digestión rápida, Cristina apela a la epopeya. Y nos presenta a su hija como una doncella mitológica injustamente castigada, a quien pide reemplazar en el martirio. Emotividad de alto voltaje y pensamiento mágico. Por mucho menos a Durán Barba lo han condenado al reino del vacío.
* Editora Ejecutiva de NOTICIAS.
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