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MUNDO | 27-04-2019 22:15

Abusos en la iglesia: derrape de Ratzinger

El ensayo sobre la pederastia en la Iglesia que sacudió al clero. Una teoría absurda, pero no opuesta con lo que piensa Francisco.

Benedicto XVI, escribió un ensayo afirmando que el flagelo eclesiástico del abuso sexual contra niños es consecuencia de la “revolución sexual de 1968”. Por cierto, hay mucho más en las 5.000 palabras que el papa emérito desparramó en las 18 páginas enviadas a Klerusblatt, la publicación de las diócesis bávaras. En ese texto, cuyo contenido se filtró a las páginas del Corriere della Sera, todo muestra la concepción conservadora que siempre caracterizó al autor.

Pero a Joseph Aloisius Ratzinger lo ha caracterizado también un vasto conocimiento teológico-filosófico y una inteligencia portentosa. Y afirmar que la pederastia en la iglesia comenzó en los años sesenta, es algo tan absurdo que no parece lucubrado por su mente. Además del sentido común, lo desmienten antiguos documentos eclesiásticos y también investigaciones de este tiempo.

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Por caso, la Fiscalía General de Pensilvania difundió el año pasado un informe de 1.356 páginas con el resultado de una extensa investigación que indagó en medio millón de documentos internos de la iglesia, probando que en dieciséis diócesis hubo abuso sexual sistemático de niños por parte de sacerdotes, desde hace por lo menos setenta años. O sea, la investigación de la Justicia norteamericana prueba pederastia en la iglesia desde dos décadas antes del momento que Benedicto XVI sitúa como el inicio del mal.

Pensilvania aclaró que no se trata de afirmar que los abusos “comenzaron” en la década de 40 del siglo pasado, sino que hasta ese momento llegaron las comprobaciones que se pudieron realizar.  La lógica más elemental y el sentido común afirman que el problema ha existido siempre. De hecho, aparece mencionado en documentos de los primeros concilios realizados tras el Edicto del emperador Constantino que, a comienzos del siglo IV, sacó a los cristianos de la clandestinidad pero también marcó el fin de la horizontal y abierta “iglesia de las comunidades”, iniciando su conversión en una estructura de poder vertical y monárquica.

Aquella estructura fuertemente jerárquica, fue el poder terrenal en la Europa medieval y posteriormente fue siempre un poder paralelo al del Estado, pugnando por no someterse a la ley secular sino imperar sobre ella. Lo lógico es entender que esa realidad introdujo, desde un principio, los abusos que naturalmente se dan en las relaciones de poder. Pasos posteriores como la introducción del celibato y la creación de una vasta red de colegios y orfanatos manejados por la iglesia, hicieron que los niños sean el blanco de todo tipo de abusos, incluidos los sexuales.

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Repetición. La pederastia no es un problema circunstancial provocado por cuestiones de época externas a la iglesia, sino que es un problema estructural. Su raíz está en la estructura interna de una institución con leyes propias, donde hay niños al alcance de mayores que son percibidos en un plano de superioridad y que, en casos de ser descubiertos en sus perversiones, no serán entregados a la Justicia, sino protegidos por las propias instancias superiores.

El largo ensayo de Benedicto XVI no sólo derrapa en la desopilante teoría de que fue la efervescente década del sesenta la que intoxicó de perversiones a la iglesia. También insinuó que el Concilio Vaticano II la hizo vulnerable a esa intoxicación.

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Increíble que tal afirmación provenga de quien fue un lúcido teólogo de la Universidad de Ratisbona, que asesoró al cardenal Frings durante los debates conciliares impulsados por Juan XXIII. Estaba en la vereda de enfrente a los teólogos vanguardistas de gran porte intelectual, como el profesor de la Universidad de Innsbruck Karl Rahner, el francés Henry de Lubac, el alemán Michael Schmaus y el suizo Hans Küng, además de Yves Congar y otros pensadores dispuestos a avanzar en el debate teológico y filosófico hasta llegar al mismísimo mensaje evangélico.

Ratzinger defendía posiciones ortodoxas sobre el dogma y la liturgia pero, por su inteligencia y por su formación, favorecía el debate amplio y profundo como algo enriquecedor para la iglesia. Es más fácil suponer que la oscurantista y negligente afirmación sobre los abusos sexuales muestran que, doblegado por la edad, fue manipulado por las cofradías más recalcitrantes buscando crear controversias que desestabilicen y consuman el pontificado de Bergoglio. A esta sospecha no la disipa ni siquiera la afirmación de su secretario personal, Georg Gänswein, de que Ratizinger lo escribió con sus propias manos y por su propia voluntad.

Lo llamativo es que lo sostenido por Ratzinger en su ensayo no está a contramano de lo expresado por el Papa. Por el contrario. Francisco fue el primero en sostener que la pederastia en la iglesia es un problema “de este tiempo”, y la secularidad de esta etapa de la historia la que causó la perversión de los sacerdotes.

Resulta perverso relacionar pedofilia con homosexualidad. Quienes lo hacen, consideran que la homosexualidad es “una enfermedad” que se manifiesta en conductas depravadas. La realidad prueba que los homosexuales son personas que experimentan amor y deseo por personas del mismo género, mientras que los pedófilos son pervertidos que violan niños. No tiene en absoluto que ver una cosa con la otra.

La pederastia no tiene que ver con homosexualidad ni con heterosexualidad; tiene que ver con el bajo instinto de someter a quien está en posición de debilidad. Y por supuesto, tampoco tiene que ver con la efervescencia cultural de la psicódelica década del 60.

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Claudio Fantini

Claudio Fantini

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