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SOCIEDAD | 08-07-2019 13:36

Wanda Rincón: la primera ambulanciera trans

Maneja los móviles del SAME de Pilar. Una historia de superación y de reinserción social.

Suena el Nextel. No será el primero ni el último llamado en una larga jornada de 12 horas arriba del móvil 1 del SAME Pilar. Alguien marcó el número 107 y desde de la central avisan sobre un grave accidente. El médico que está de guardia ya se prepara para un nuevo “código rojo”, es decir, una urgencia de emergencia. En momentos así, cada minuto vale.

Wanda Rincón (40) se ajusta el cinturón de seguridad aunque le presione los pechos, esos que consiguió hacerse a los 15 años en el peligroso mercado negro de las cirugías. Después de 45 días de haber estado a prueba, ahora le toca manejar la ambulancia. Sabe perfectamente que llegar al lugar lo más rápido posible para salvar una vida depende de ella. Wanda es hoy la primera ambulanciera trans del SAME Bonaerense. Ocupa el uno por ciento de la planta del servicio de emergencias que, a raíz de la aprobación de un decreto, debe ser ocupado progresivamente por personas transgénero.

Enciende la sirena. Su copiloto le marca con el GPS el lugar del choque. Aún teniendo 10 años de experiencia como remisera, jamás creyó que ahora iba a depender de un aparato que le diga los nombres de las calles y qué dirección seguir. Pero ahora Derqui es casi un lugar nuevo para ella. Ahí llegó a los 13 años siendo varón. Había huido de la casa familiar en San Miguel por miedo a ser rechazada. Necesitaba comenzar de cero.

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Descienden del móvil. Un joven que chocó con su moto está complicado. Wanda y el otro asistente bajan rápidamente la camilla mientras el médico socorre al muchacho que no para de sangrar. Confiesa que hasta hace poco la sangre le causaba mucha impresión. Ni hablar de un muerto. Pero guardia tras guardia fue perdiendo esa sensación. “¡Oxímetro… apósito… destroza!”, pide con ímpetu el médico, por lo que la ambulanciera le alcanza esos elementos que hoy conoce a la perfección. Wanda, que finalizó el secundario recién en el 2017 gracias al Plan Fines, recuerda esos días de mucho sacrificio en los que se sentaba a tratar de memorizar terminología y números. Levantan al chico herido. Tienen que llevarlo a la guardia del Centro de Salud Presidente Derqui de inmediato. Wanda se quita los guantes de látex llenos de sangre. Ahora se ven sus manos limpias y arregladas. Ama tener sus uñas “french” y así las luce arriba de la ambulancia. Su pelo teñido de rubio no le molesta pues, por protocolo, debe llevarlo atado. Su uniforme del SAME verde fluo y blanco está todo manchado de sangre. Y poco le importa.

Otra vez enciende la sirena. Se le suman dos patrulleros para abrirle camino. Quién iba a decir que terminaría trabajando en conjunto con la policía, esa misma que tiempo atrás le daba “gomazos” y la metía presa solo por el hecho de salir a la calle a comprar pan. O que la humillaba como a sus otras compañeras del colectivo trans. Pero ahora dice que la policía se volvió su amiga y compañera de guardias, y cuenta que hasta ha tenido novios uniformados.

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Wanda: Era más fácil conseguir trabajo para una lesbiana o para un chico gay. Pero a nosotras, viéndonos que teníamos todo un cambio en el cuerpo, se nos hacía difícil. Hoy ya hay maestras, empresarias, empleadas de limpieza en salud, pero no solo trans, sino mujeres, porque antes ¿cuándo habías visto a una mujer manejar un colectivo?

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Hasta los 20, Wanda solo conocía la noche, los secretos de los tratamientos hormonales, los suicidios de sus amigas, las drogas, el alcoholismo, la vestimenta provocativa y las pelucas que se prestaban con su mejor amiga trans, Alexa. Pero ahora está contenta con su nueva vida como ambulanciera. Ya no pasa por cirugías estéticas riesgosas por utilizar productos no autorizados.  

Acelera con toda prudencia. Todavía le queda un tramo más para llegar al sanatorio. Atrás, el médico de guardia da las últimas indicaciones. Wanda responde con la cordialidad y profesionalismo. La ambulanciera está encantada con el grupo que ha formado tanto en el Centro de Salud de Derqui como en el Hospital Sanguinetti de Pilar. Además de relacionarse con residentes muy jóvenes, le toca trabajar con profesionales de edad avanzada que “están conociendo la vida trans” gracias a ella, dice. “Más de uno llegó a pedirme disculpas por no haber querido conocer a estas personas”, cuenta Wanda.

Una y otra vez repite: “Soy una sobreviviente”. Por más que se la ve fuerte, por dentro la moviliza pensar que la expectativa de vida de una travesti “es de hasta 32 años y después todas murieron o las mataron”.

Vuelve a sonar el Nextel. Otra emergencia se avecina. Y allí estará con sus manos en el volante. Así como pasan las historias, van pasando las horas.  Al llegar a su casa la esperan sus amados perros. Wanda hoy es feliz. Tiene una profesión de día y puede dormir por la noche, siendo la mujer que siempre quiso ser.

Fotos: Margarita Elías.

por Margarita Elías

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