(CUATRO ESTRELLAS)
Después de la muy buena y un poco carpenteriana Aterrados, Demián Rugna estrena otra película de terror argentino. No “argentina”, porque estos horrores -la encarnación de la maldad de manera física y destructiva, sin freno y sin distinción de edades o especies- parecen surgir naturalmente del escenario rural típico de este país.
Justamente, apelar a los elementos creíbles en este mundo es lo que vuelve universal la trama. Lo más interesante de esta historia con demonio encarnado y partos sobrenaturales consiste en lo proteico del Mal y que eso genera un estado de zozobra permanente.
Rugna, conocedor del género, sabe también que hay algo de satírico y de grotesco en el horror, y tiene la virtud de mostrarlo sin cargar las tintas. De hecho, un momento donde se cuela el humor puede estallar en lo más terrorífico, y viceversa. Logra, pues, lo que un buen film de este género no siempre aprecidado debe: colocar al espectador en la posición de temer
ver y desear ver al mismo tiempo. Muchísimo para una cinematografía dormida como la nuestra.
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