La administración de Donald Trump volvió a apuntar contra Hollywood, esta vez por una producción de Netflix que combina espionaje, geopolítica y una mirada crítica —aunque en clave de ficción— sobre el rol de Estados Unidos en el mundo. El film, "Una casa llena de dinamita", dirigido por Kathryn Bigelow y protagonizado por Idris Elba, Rebecca Ferguson y Anthony Ramos, se convirtió en una de las películas más vistas en la plataforma en la región y, al mismo tiempo, en motivo de inquietud para el Pentágono.
La trama gira en torno a los 18 minutos previos al posible impacto de un misil balístico intercontinental anónimo en Chicago, narrados desde tres perspectivas: el equipo de defensa nuclear, el presidente decidiendo el destino mundial y las comunicaciones en emergencia. La historia, que mezcla escenas de acción con tensiones diplomáticas y un retrato de funcionarios bajo presión, fue leída por sectores del Pentágono como una distorsión de los protocolos de disuasión nuclear. En la película, el poder aparece retratado como vulnerable a errores humanos triviales, con altos mandos militares caracterizados de manera caricaturesca. Un espejo incómodo.
Desde Washington calificaron el film como “caricaturesco” y advirtieron que “transmite la impresión de que el sistema de control de armas nucleares es vulnerable a errores humanos triviales”, minimizando su rigor y sugiriendo que genera desconfianza infundada en la capacidad estratégica de EE.UU. Pero detrás del fastidio hay algo más profundo: el temor a que una pieza de entretenimiento amplifique, de forma global, la imagen de un sistema de defensa nuclear frágil y expuesto a fallos. En un contexto de reconstrucción de influencia internacional y alta sensibilidad estratégica, cualquier representación cultural puede convertirse en pieza de batalla simbólica.
Netflix evitó responder a la polémica. La compañía mantuvo la película en promoción destacada. Para el público, la historia funciona como thriller contemporáneo con estética elegante y ritmo sostenido; para la defensa estadounidense, es otra muestra del terreno donde hoy se disputa parte del poder: la pantalla.
En tiempos donde ficción y política se intercalan, incluso un guión pensado para entretener puede convertirse en un problema estratégico. El Pentágono lo entendió rápido. Y esta vez, la guerra cultural llegó por streaming.














Comentarios