“Sin amigos nadie querría vivir” decía Aristóteles y tenía toda la razón. Porque es difícil existir sin ese ingrediente tan esencial de la vida en sociedad, que experimentamos como el peor de los castigos concebibles a la soledad, la exclusión y el rechazo. En la mitología cotidiana, la amistad es un paraíso de camaradería y diversión, un ideal alimentado por las películas de Hollywood. Pero, en verdad, es mucho más que eso. Es un sentimiento pleno de matices, encuentros y tensiones, cuya diversidad es infinita. No hay dos personas en el mundo que conciban la amistad exactamente igual.
Acaba de publicarse en la Argentina un libro que refleja muy bien estos dos aspectos del vínculo: su importancia esencial y la gran variedad de definiciones que lo describen. El texto se llama “Amistad. Un ensayo compartido” (Debate/Libros del Asteroide) y fue escrito por el neurocientista Mariano Sigman, autor de bestsellers como “La vida secreta de la mente” y “El poder de las palabras” y su amigo, el escritor y productor español Jacobo Bergareche.
Ambos idearon un experimento que duró alrededor de una semana. En un galpón espacioso de Madrid, reunieron a más de 70 participantes para intentar definir que significa la amistad. Las entrevistas tuvieron lugar en un ambiente cálido, con comida y bebidas de por medio y ninguno de los invitados dudó demasiado en aceptar el convite. Todos estuvieron felices de aportar experiencias y relatos sobre diversas situaciones de sus vidas relacionadas con el tema. Entre los que pasaron por el lugar hubo gente famosa, como Rosa Montero o Jorge Drexler; y verdaderos especialistas, como Marta Peirano, periodista dedicada a temas tecnológicos. Empresarios y estudiantes, viejos y jóvenes, musulmanes y judíos, europeos y gente llegada a España desde diversos rincones del planeta formaron parte de esta particular reunión.
La experiencia se volcó en un podcast y los autores sueñan con darle también, en el futuro, formato audiovisual. Una de las historias más conmovedoras que escucharon en esos días, la de Amadou, un joven nacido en Guinea que migró con su mejor amigo a Europa en un viaje muy cruel, será incluso materia de la próxima novela de Jacobo.
Con todo ese material, inmenso y desbordante, los autores armaron una clasificación laxa y tentativa, que sigue en el libro la forma de los capítulos. ¿Cuál fue la conclusión final? “Fuimos desgranando la amistad en sus componentes -explica Sigman- y eso permite a cualquier persona identificar en el libro qué componentes tiene, cuáles añora, cuáles querría tener más, cuáles no está regando y cultivando. Una especie de periscopio-observatorio que te permite mirar mejor. Eso es una forma de conclusión. No es la conclusión normativa, taxativa, imperativa para decirte cómo funciona algo, sino un procedimiento para que vos, en tu libertad, tengas una herramienta que te permita ejercer la amistad de mejor manera”.
Caminos para una definición
Los modos de acercarse al concepto de los participantes dan una idea de los diferentes escenarios que implica esta relación. De la facilidad para hacerse amigos a la sensación de no encajar jamás con nadie. De los vínculos de toda la vida a los que nacen por casualidad de un día para otro. De la tensión sexual latente a las relaciones que jamás soñaron con pasar por la cama. De los mundos compartidos a las diferencias que enriquecen. De la ideología que separa al fanatismo que iguala.
“Hicimos muchos descubrimientos -cuenta Sigman-. De repente empezaron a aparecer un montón de temas, cosas que no habíamos previsto, como la insistencia en hablar sobre las pérdidas o las rupturas de la amistad. Es algo que ni siquiera tiene nombre o palabra que lo describa. Una persona puede ser huérfana, viuda, divorciada, pero perder una amistad ni siquiera tiene entidad social y laboral. No podés faltar al trabajo por eso”.
La lealtad, la reciprocidad, la duración en el tiempo surgieron como tópicos recurrentes entre los entrevistados. Incluso aparecieron planteos sobre la posibilidad de ser amigos de los animales. Rosa Montero apuntó, al respecto, que un perro ya crecido de “más de 30 kilos” podía ser un buen camarada. Los cachorros no porque exigían demasiados cuidados.
“Una de las cosas que pasa con la amistad en el cine y en los cómics es que es como para los niños -acota Bergareche-. Luego, cuando te haces mayor, ya son las historias de amor lo que te tienen que interesar y no las de amistad. Eso forma parte de la idealización. Incluso los grandes amigos de la adultez han de provenir de esa infancia”.
¿Es necesaria para la vida la amistad? La pregunta va dirigida a Mariano Sigman, un verdadero especialista en estos temas. “No hay tribu, ni grupo social que se conozca en la historia etnográfica o antropológica que no haya forjado vínculos amistosos. Los primeros relatos humanos son de amistad. Todos sabemos que es desesperante no poder tener amigos, querer integrarse a algo y no poder. Uno siente que se desgrana el ser”. Tan grave es esta situación, que dispara escenarios muy traumáticos en la adolescencia, de los que dejan rastros para toda la vida. No tener amigos, para un chico, es una tragedia.
Amigos en las redes
Otra pregunta inevitable para los autores es lo que descubrieron sobre los vínculos de hoy, atravesados por la tecnología. En este tema, las observaciones de la especialista Marta Peirano les sirvieron de guía.
En primer lugar, arribaron a la conclusión de que las amistades pueden ser muy resistentes a la distancia y la falta de comunicación cara a cara. Pero todo tiene un límite. Al fin y el cabo, señala Sigman, el tacto es el sentido que está en el origen de todas las relaciones.
Por otra parte, el diálogo de las aplicaciones -medio a través del cual se mantienen los vínculos a la distancia- carece de los significados que aportan los gestos y las entonaciones de la presencia física. Y aunque los emoticones se inventaron para suplantarlos, los grandes desencuentros de hoy nacen de la frialdad de los mensajes de WhatsApp. La falta de sincronicidad, es decir, estar en situaciones vitales, geográficas o temporales diferentes, puede ser letal para los amores de toda clase.
La mejor manera de saltar estos obstáculos es recordar, siempre que se pueda, las palabras de Aristóteles: “con amigos los hombres están más capacitados para pensar y actuar”.
Cercanos o a mil kilómetros, viejos o nuevos, no hay manera de imaginar una buena vida sin amigos. Esa hermandad que nadie nos impone, la que elegimos en total libertad.
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