El año 2021 terminó en el podio de los más inflacionarios de las últimas tres décadas en Argentina, superando por poco al nefasto 2019 (53,6%) e incluso superando la de 2002 (41%), año de la gran devaluación (200%). En momentos en que todo el mundo (7% interanual en los Estados Unidos en diciembre pasado) parece haber encontrado en la inflación el mal menor para reactivar sus economías luego de lo más duro de la pandemia, la preocupación es por tasas anuales que en nuestro país se corresponden a un mal mes.
El último Relevamiento de Expectativas de Mercado (REM), encuesta realizada por el Banco Central a las consultoras más relevantes de plaza, arroja que la inflación proyectada para 2022 es de 54,8% y de 43,4% para el año próximo. Por lo visto, sin miras de mejorar. María Castiglioni, directora de C&T Asesores Económicos estima que, para este año, “el 51% del 2021 es más un piso que un techo. Esto tiene que ver que hay muchas variables como tarifas de servicios públicos, pero también de otros precios regulados, que en 2021 estuvieron muy contenidas”. Para la economista, lo preocupante es cómo se logró esta cifra para proyectar un escenario 2022 que todavía guarda suspenso.
Además, el año pasado fue la gran dispersión según los rubros y la distorsión en los precios relativos que ello genera. Por ejemplo, el promedio nacional fue superado por dos items que reaccionaron más rápido ante la reapertura porque fueron los que más habían sufrido los cierres de 2020: Restaurantes y Hoteles (65,4%) y Prendas de Vestir (64,6%). Los que menos lo hicieron, fueron los que están ligados con tarifas semi congeladas: Vivienda (28,3%), Comunicación (35,8%) y Bienes y Servicios Varios (38,8%).
Además, algunos precios supuestamente no regulados, estuvieron en la mira del Gobierno en este año electoral. Por ejemplo, con respecto a los precios de alimentos y bebidas, Castiglioni cree que se intentará hacer este año lo mismo que el año pasado: controlar. “Los datos muestran que eso es muy poco efectivo. El ritmo de aumento estará dado por lo que pase en el escenario en general y su impacto en la evolución del tipo de cambio oficial y lo que ocurra con el déficit fiscal y el financiamiento monetario del mismo, que es lo que está generando este gran problema”, explica.
En el corto plazo, un precio puede ser controlado y a veces esta losa somete al sector a desequilibrios de los que cuesta recuperarse (prohibición de exportar o cuotas establecidas para la carne o el maíz, tarifas eléctricas, etc.) pero también influye el marco económico general y en particular las variables clave: la emisión monetaria, el nivel de actividad y el tipo de cambio real.
Rojo eterno. Explicaciones hubo muchas, oscilando entre los estructuralistas hasta el monetarismo más rancio, pero lo cierto es que en todos estos años se acomodó y coló en las instituciones que avalaron la situación esperando que algún día el país decida volver a la normalidad. En un reciente informe de IDESA, sostiene que se fue diseñando una verdadera política de Estado y es la de gastar por encima de los ingresos “independientemente del color político o el contenido ideológico de los gobiernos…Así, se debilita la tesis de que el principal problema argentino son los desacuerdos por la grieta. Por el contrario, hay un gran consenso entre las diferentes fuerzas políticas que sostiene la indisciplina fiscal como “política de Estado”, concluye.
Fernando Marull, director de FMyA, subraya que en Argentina la suba de precios se explica por la fuerte emisión monetaria de los últimos dos años (7,4% PBI en 2020 y 4,6% en 2021), algunos shocks en alimentos (cuestión global) “pero sobre todo por la falta de anclas que hay con una brecha cambiaria de 100% y sin tasas de interés que defiendan la moneda”. También señala que en todas las economías emergentes se aceleró la inflación, pero solo en Argentina y Turquía (36%), están en problemas. “Para el resto, es algo coyuntural y bajará en 2022”, sintetiza.
El déficit fiscal se estima para el año que pasó en 4,9% del PBI, pero mientras los otros países de la región acudieron al auxilio del mercado de capitales u otros métodos de absorber el tsunami monetario, esos canales ya estaban cerrados para Argentina, al borde de otro default y sin crédito externo adicional. Además, también se saturó la capacidad del crédito interno canalizado hacia los instrumentos de corto plazo del Banco Central o la Tesorería que siempre necesitan más sólo para mantener la bola de nieve rodando porque el fisco retomó su senda gastadora a partir del segundo semestre de 2021 y las elecciones a la vista.
Las tarifas de los servicios públicos, que en el fallido presupuesto 2022 llevaban la parte del ajuste, subieron el año pasado menos de la tercera parte del IPC (8% el gas y 12% la electricidad). Según el análisis de IDESA, los subsidios a la energía cubrieron cerca del 60% del costo de la electricidad. En términos de PBI, en 2021 representaron un 1,6% mientras que en el 2022 representarían un 1%. Si el Gobierno termina actualizando las tarifas, sería un empujón directo al IPC. Lo que está en duda no es si se hará sino cómo y cuánto.
El dólar, siempre. Finalmente, el otro componente, inevitablemente, en la formación de precios es el tipo de cambio. En este caso, la brecha creciente (100%) desde el inicio de la pandemia, fue la respuesta a la política de elegir al dólar “oficial” como otra ancla inflacionaria: subió 24% durante 2021, es decir, un retraso de casi el 22% durante este período contra la inflación. Sin esperar una devaluación abrupta, la sola aceleración de esta virtual “tablita” cambiaria también afectará el nivel de precios y sobre todo el de los alimentos y los vinculados con la energía.
La contrapartida a esta alquimia monetaria fue el virtual agotamiento de las reservas internacionales del Banco Central. Fernando Marull calcula que antes del gran vencimiento del 22 de marzo con el FMI (US$ 2.901 millones) habrá más vencimientos por US$1.943 millones para los cuáles el total de reservas netas las estima en US$2.492 millones, incluyendo lo que queda de los DEGs salvadores.
Por eso, la marcha del acuerdo con el Fondo genera volatilidad e incertidumbre. “Ya impacta fuerte en el riesgo país, en la demanda de bonos, en los tipos de cambios alternativos y en la pérdida de reservas del Central. Esto contribuye negativamente e impacta en más inflación y desorden macroeconómico. Al fin y al cabo, la inflación es el termómetro que marca una economía con desequilibrios.
Nadie apuesta a la magia de un acuerdo, pero para llegar a él (bueno o mediocre), primero se debe articular un programa e implicaría un respaldo institucional y poder convertir la deuda no en un lastre sino en una carga sustentable, escalón inicial de un ciclo inversor del que Argentina hoy carece.
¿Y la inflación? Solo un escenario menos hostil y gracias a un programa que abarque las variables que inciden en la retroalimentación emisión-precios se podrá pensar en una contención gradual. El otro camino: apostar a la suerte climática y abrazar la creencia de estar condenados al éxito.
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