Friday 13 de September, 2024

ECONOMíA | 15-08-2024 23:27

Una cosecha incierta

La recuperación de la producción agrícola se enfrenta a la caída de los precios internacionales y del tipo de cambio efectivo.

La búsqueda por indicios del final del ciclo recesivo mezcla los tradicionales deseos de ver “brotes verdes” con el análisis de las realidades muy diversas por las que atraviesa los diferentes sectores. Pero el rojo seguirá tiñendo, por un tiempo más las comparaciones interanuales de variables como la actividad económica, el consumo y el poder adquisitivo de los ingresos. La última encuesta que el Banco Central realiza a las 42 principales consultoras de plaza y 14 entidades financieras internacionales, el REM, arroja una coincidencia con el pronóstico que difundió el Fondo Monetario: una caída del 3,7% en el PBI proyectada para todo el año (3,6% para el FMI). De acuerdo con dichos pronósticos, el nivel de actividad comenzaría a recuperarse recién en el tercer trimestre del año, con una suba de 0,4% y un “rebote” de +3,2% para todo 2025.

El único segmento que se vino salvando en la contraposición con 2023, la cadena agroindustrial, tiene un buen presente, pero un futuro con pronóstico reservado por las restricciones cambiarias y las condiciones del mercado internacional.

Radiografía. La economía va anticipando sus ciclos por determinadas variables que muestran, aún cuando el resto del panorama sea diferente, un punto de inflexión. Uno es la inversión, siempre decidida para el mediano y largo plazo en función de la capacidad de producir y vender más para maximizar la rentabilidad. La otra es la actividad económica general y, con más precisión, a nivel sectorial. Esos análisis vienen siempre con un retraso de uno o dos meses por lo que es más interesante ver lo que está ocurriendo para intentar proyectar el futuro cercano.

La última medición realizada por el INDEC sobre actividad económica (junio 2024) sobresale la caída en la construcción (-35,2% interanual) pero ya con una variación de +2,7% con respecto al mes de mayo. El índice de producción industrial (IPI) manufacturero también bajó en términos interanuales (-20,1%) y mensual (-16%), lo que, para la consultora INVECQ es la continuidad del “valle recesivo”. Aún cuando consideran que “los datos de alta frecuencia de julio dan cuenta de una incipiente recuperación en la mayoría de los sectores” poniendo el foco en los indicadores intermensuales (patentamiento de autos, liquidación de divisas, despachos de cemento y patentamiento de motos) pero también en la recaudación tributaria nacional vinculada a la actividad, la suba en las contribuciones patronales y los créditos al sector privado; todos los indicadores aún se encuentran, en promedio, un 5% por debajo del mismo mes de 2023. Sólo dos de ellos se salvan y por una explicación del factor climático: la liquidación de divisas y la actividad agropecuaria. De todos modos, de confirmarse los anticipos de las mediciones de julio, el monitoreo deberá ser continuo para encontrar el ansiado punto de inflexión.

Rara avis. El Gobierno había apostado en el corto plazo a dos factores: el primero era que una baja en la tasa de inflación resucitaría el consumo de bienes durables y la reaparición del crédito privado. El último dato del IPC de julio (+4%) mostró que, por un lado, confirma la tendencia decreciente, pero se encuentra todavía en una franja considerada “alta” para cualquier economía estable (60% anualizada). El muro con el que se topa para seguir bajándola, al menos para hacerla converger con la tasa de devaluación del 2% mensual y la tasa de interés, es la cantidad y magnitud de ajustes tarifarios comprometidos que presionarían al IPC más de lo deseado.

El otro factor es la expectativa por una corrección cambiaria que el Banco Central negó terminantemente esté en estudio. Es más, ante el crecimiento de la brecha cambiaria (diferencia entre el tipo de cambio oficial y el financiero) cambió la política y optó por utilizar reservas para operar sobre el mercado y así retrotraer la diferencia de 55% a 34%. El interrogante es si esa victoria inicial se puede sostener en el tiempo. Según las estimaciones de Eco Go, la autoridad monetaria ya utilizó US$12.400 millones durante el año para poder aplacar dicha brecha, en lo que su directora, Marina Dal Poggetto llama una política “cepo dependiente”.

Por último, el sector agropecuario es el que se vino “salvando” pero a su favor juega la pésima producción en la campaña pasada por la sequía. El impacto negativo oscila los US$21.000 millones, una cifra que fue financiada, básicamente, por el endeudamiento compulsivo de importadores con casas matrices y proveedores para seguir produciendo y que ahora se transformó en una deuda para el Banco Central.

Este año, el superávit comercial se proyecta en otros US$21.000 millones, una cifra récord en términos nominales. Pero, sin embargo, las reservas netas internacionales siguen estando bajo cero: pudieron recuperarse de los US$-12.000 millones de diciembre pasado, pero en los últimos dos meses tuvieron una recaída por el flujo ralentizado de liquidaciones de exportación y por el drenaje continuo de importaciones normalizadas y servicios de deuda. En síntesis, un sector que aún con una buena producción no alcanza para compensar

Nubarrones. Analizando los datos de las liquidaciones del sector, no hay diferencias sustanciales con otros años “regulares”. Pero sí hay un “efecto precio” por la gran caída de los precios internacionales que se viene dando en este año. La soja, por ejemplo, ya está por debajo de los US$350 en las pizarras de Chicago para los contratos a futuro de septiembre. “En Rosario, en un solo mes bajó US$30 el precio, algo inédito. El productor debe prepararse para un tiempo de precios bajos y actúan en consecuencia”, advierte la especialista en Comercio Exterior Paulina Lescano. “Es preferible estar preparado para el peor escenario, que estar esperando que pase ‘algo’ que lo transforme en positivo. Si te preparas para el mal escenario y el mercado finalmente se da vuelta y sube, se puede capturar esas ganancias y sumarlas al resultado”, explica. Ese “algo” que menciona son varios factores contra los que el más experimentado de los productores se manifiesta impotente. Por un lado, la apreciación cambiaria (desde el salto de diciembre pasado a la fecha, la devaluación siempre estuvo por debajo de la inflación) que es el camino inverso al que tomaron otras economías “estables” de la región. El bálsamo del “dólar blend” (el generado por poder liquidar hasta 20% de las exportaciones en el mercado financiero) amortiguó esta caída, pero también puso presión en todas las entidades para que se sincere el tipo de cambio efectivo. Esto tiene dos vectores: una unificación cambiaria en la que se supone los valores rondaría cerca de los dólares financieros y una merma en la carga impositiva que grava el comercio exterior, fundamentalmente el impuesto PAIS (con fecha de caducidad a fin de año) y los derechos de exportación. Las previsiones de un mercado desinflado empujan al cuestionamiento cada vez más fuerte de las retenciones como una herramienta conveniente en el diseño de la política económica. Según los cálculos de la Bolsa de Comercio de Rosario, a valores constantes, el precio de la soja está en el mismo valor que en 2006 y nada asegura pueda recuperarse en el corto plazo. La baja performance del agro argentino en comparación con sus competidores de la región, contra los que fue perdiendo terreno en el mercado global en la última década (sobre todo contra Brasil, pero también con el despegue de Paraguay como gran exportador de soja y carne) potencian estos reclamos.

Una ecuación que, como tantas otras, presentan fuentes dilemas en el corto plazo, pero auguran un futuro mejor. El problema, lógicamente, es cómo transitar ese camino mucho más exigente que los cuadros y las planillas de rigor.

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Tristán Rodríguez Loredo

Tristán Rodríguez Loredo

Editor de Economía.

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