Hace un mes, cuando en NOTICIAS decidimos ponerle el título de “Suicidios electorales” a la tapa dedicada al escándalo de la fiesta en Olivos, se nos cruzó por la cabeza alguna duda. ¿No sería demasiado? Enseguida entendimos que no. Acababa de salir a la luz la imagen que mostraba a Alberto Fernández festejando el cumpleaños de Fabiola Yáñez, rodeado de una muchedumbre de invitados sin distancia social ni tapabocas, y justo en el momento más duro de las restricciones de la pandemia, que él y los suyos imponían a los demás argentinos, pero a la vez violaban en forma flagrante puertas adentro. Esa foto y los videos que le siguieron sorprendían por lo obscenos y generaban repudio y vergüenza ajena en todos (¡hasta en Víctor Hugo Morales!). Y sin embargo, el Gobierno seguía aferrado a lo que le decían sus encuestadores: que el asunto no tendría mayor impacto en las urnas. Pero ¿era así?
Cuando le pusimos el título a la portada, algunos números que el oficialismo se obstinaba en ignorar ya daban la pauta de que la foto sí tendría consecuencias. Según un estudio del Centro de Opinión Pública de la Universidad de Belgrano, el 94 por ciento de los consultados estaba enterado del escándalo y el 14 por ciento aseguraba que cambiaría su voto. Y en esa misma línea iba un trabajo de la consultora Management & Fit, que decía que el 76 por ciento de los encuestados definía el hecho como grave o muy grave. Dentro de ese grupo, el 25,5 por ciento (una de cada cuatro personas) decía que había pensado en votar al oficialismo, pero que a raíz de esas imágenes cambiaría su decisión. Y lo mismo adelantaba el 14 por ciento de los que hasta ese momento aún no tenían definido su sufragio.
Pero lo raro es que la propia Management & Fit que revelaba esos números seguía, en paralelo, vaticinando un triunfo oficialista en la decisiva provincia de Buenos Aires, donde, según sus guarismos, Victoria Tolosa Paz se impondría por 4 puntos. Otras consultoras, la gran mayoría, coincidían. Y solo unas dignas y contadas excepciones se acercaron al resultado final, el mazazo de una derrota por 5 puntos de diferencia. ¿Cómo era posible? Las encuestadoras habían dado cuenta de la bronca por la foto y previsto un efecto electoral, pero finalmente no lo registraron en las últimas mediciones publicadas antes del comicio.
Extrañísimo. La lógica más elemental indicaba que debían estar erradas.
En la tapa que titulamos de esa manera, Alberto Fernández aparecía, en un fotomontaje, en el papel del dirigente peronista Herminio Iglesias, aquel que en el cierre de la campaña de 1983 incendió un ataúd con las insignias de la Unión Cívica Radical y generó una ola de repudio que tuvo su correlato en las urnas, con la victoria de Raúl Alfonsín contra un peronismo que, con gestos como el del cajón quemado, seguía mostrando resabios de la violencia de los años 70.
Hay imágenes, como la de Herminio o la de la fiesta de Olivos, que marcan un cambio de época, un quiebre, un antes y después. Podría sumarse la de los piqueteros Darío Kosteki y Maximiliano Santillán, asesinados por la policía del presidente interino Eduardo Duhalde, que debió adelantar las elecciones tras ese crimen. O también la de un Fernando de la Rúa haciendo el ridículo en el programa de Marcelo Tinelli, como prólogo del resquebrajamiento institucional de esos días y de su anticipada salida del poder. O la del cadáver del fiscal Alberto Nisman en el baño de su departamento de Puerto Madero, horas antes de tener que presentar en el Congreso su denuncia contra Cristina Kirchner, quien regresaría al llano ese mismo año. O la icónica foto que José Luis Cabezas le hizo a Alfredo Yabrán caminando por la playa, y que sacó de la sombra al empresario innombrable de un menemismo que profundizaría su declive desde ese instante.
A veces, una simple imagen puede actuar como detonante. Y sintetizar el espíritu de una época.
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