Justo cuando la aceleración de la crisis financiera, sanitaria y social delata a un país sin timón, los presidentes argentinos salen a hablar hasta por los codos. En esta paradójica semana comunicacional, tanto el ex -Mauricio Macri- como el actual -Alberto Fernández- concedieron entrevistas a sus respectivos medios amigables para decir muchas cosas, varias de ellas preocupantes.
Ambos coincidieron en descalificar duramente al otro bando, con una lógica de exterminio mutuo que pone a prueba la resiliencia del sistema democrático local. El Presidente dijo que vino a terminar de una vez por todas con el conservadurismo, y el expresidente le retrucó que tenía la esperanza de que éste fuera el último experimento populista de la historia nacional.
En cuanto a sus futuros electorales, cada uno fue vago a su manera. En su titubeante charla con Horacio Verbitsky, Fernández insistió en su lealtad hacia su Vicepresidenta, confió que llamó a Máximo Kirchner para juntarse a comer y explicó que no cree en los personalismos, utilizando un fraseo sugestivo, si se piensa -en clave Freudiana- en el 2023: “Creo en los proyectos colectivos. En este tiempo me ha tocado a mí estar al timón, pero soy parte de este proyecto. Una vez me fui, dos veces no me voy. Este es mi último proyecto”. Por su parte, Macri dijo que no se veía como candidato, una expresión que no promete ni renuncia a nada.
Aunque ambos se apuran a aclarar que siguen estando contra “la grieta”, en sus terminantes adjetivos sobre el adversario parece haber quedado muy atrás aquel apretón de manos entre presidentes de un país ávido de consensos de emergencia: en pocos meses, esa “photo opportunity” viró al sepia. Eso sí, comparten sin fisuras la aversión por la autocrítica honesta. Alberto culpa del derrape sanitario y cambiario a la oposición y a los medios (no alineados, claro). Hablando del fracaso de su gestión, Mauricio se hace cargo... echándole la culpa a su ala política, así como hace unos meses lo hizo con su equipo económico, por no haberle advertido del iceberg que tenía enfrente.
Cada cual a su manera, hablan para llenar el vacío de liderazgo que encarnan. Porque si Alberto falla dramáticamente, antes de tiempo o al cabo de su mandato, la Argentina no precisa saber si Macri desea o necesita volver a ser presidente: es imperioso saber si el posmacrismo tiene o no un plan superador para no repetir sus propias torpezas al frente de una Argentina que se queda sin margen para pifiadas. De lo contrario, ya no estará en riesgo el futuro del peronismo o del PRO, sino la vigencia misma de la democracia.
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