Ahora que Dady Brieva se llamó a silencio, el portazo hacia adentro que pegó Alicia Castro vuelve a exponer en público la impaciencia y el desencanto del kirchnerismo paladar negro con la aparente tibieza de Alberto Fernández. El renunciamiento precoz de la designada embajadora en Rusia dobló la apuesta diplomática de Carlos Raimundi, el representante ante la OEA que relativizó las denuncias por violaciones a los derechos humanos en Venezuela. Con este gesto, la ex azafata y gremialista no solo cumplió con su militancia chavista casi orgánica sino que también recalentó la discusión sobre quién manda en el Gobierno y en el Frente de Todos. Aunque este gesto pudiera mortificar al Presidente, en realidad le regala una oportunidad.
La incertidumbre sobre el doble comando de les Fernández se instaló en la Argentina desde el mismo día en que Cristina anunció que su candidato presidencial sería Alberto. El triunfo electoral no despejó aquel dilema, pero la trepada de la imagen positiva presidencial en los primeros tiempos de la pandemia pareció inclinar la balanza para el lado de los que, con temor o esperanza, quieren creer que el Presidente logrará imponer su autoridad sobre el poder indiscutido de su Vice. Sin embargo, la crisis del dólar y el default de la estrategia sanitaria oficial, sumado al terremoto institucional cristinista por su Lawfare privado, resolvieron el debate sobre el control del timón en la Casa Rosada: los opositores -en voz alta- y los oficialistas -en susurros- coinciden cada vez más en identificar la jefatura nacional en el Instituto Patria.
¿Qué es lo que ha perdido Alberto Fernández en tan poco tiempo? Precisamente el beneficio de la duda, que su fama de moderado y negociador pragmático le otorgaba ante el establishment y ante esa ancha avenida del medio de la opinión pública que puede permitirse votar tanto a Mauricio Macri como a una fórmula K, según cambie el humor colectivo con la pendular decadencia nacional. Volver de la humillante posición de obediencia debida a CFK es la única chance del Presidente para recuperar puntos perdidos en las encuestas y legitimidad en las mesas donde le toca pulsear y acordar consensos con los factores de poder real. Aunque sea un paradójico favor del fuego amigo, el desplante de Alicia Castro podría al menos reabrir la cuestión sobre quién manda en el Poder Ejecutivo, antes de que la duda se considere irremediblemente despejada. Hay que ver si Alberto quiere y puede aprovechar la oportunidad.
Comentarios